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Ola de calor: ¿debemos estar preocupados?

Respuesta breve: sí. Y no sólo por el cambio climático, sino por la inoperancia de las altas esferas.
sáb 30 julio 2022 12:08 PM

Una ola de calor es más que una simple subida en las temperaturas. La Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica las define como “un período de clima inusualmente cálido que generalmente dura dos o más días. Para ser considerada una ola de calor, las temperaturas deben estar fuera de los promedios históricos de un área determinada”.

Históricamente, no han generado gran preocupación en el grueso de la gente. Más allá del negacionismo que rodea al cambio climático, es común pensar que no son más que fenómenos aislados de poca importancia y cuya incomodidad puede resolverse con aire acondicionado, una bebida y un manguerazo o un chapuzón. Grave error.

Es un hecho que las olas de calor son fenómenos naturales que se dan cuando se desarrolla una alta presión en un área específica y que resulta en un clima seco. También lo es que éstas han aumentado significativamente con la actividad humana. El número empezó a subir con el comienzo de la Revolución Industrial y ha crecido de manera paulatina hasta llegar al punto en el que estamos ahora. Una amenaza lenta y silenciosa que se torna cada vez más peligrosa. Basta recordar que la última década del siglo XX dejó seis de alto impacto, mientras que el 2022 acumula siete hasta ahora. Algunas, además, en zonas inusualmente extensas, como la que aqueja a buena parte de la región europea.

La anomalía no ha pasado desapercibida para el grueso de la gente que ya empieza a preguntarse sobre el futuro. ¿Cuántas olas de calor quedan en el año? ¿Será el 2023 aún peor? ¿Y lo que queda de la década?

¿Es posible hacer algo para cambiar la situación? Esta es la pregunta que más importa.

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Esfuerzos internacionales

Con cada ola de calor, las autoridades emiten comunicados en las que realizan todo tipo de recomendaciones para sobrellevar las altas temperaturas y para reducir el peligro de incendio. Cuando las cosas se salen de control, también toman medidas extraordinarias. Algo similar a lo que actualmente vemos en Reino Unido que ha cubierto algunos de sus puentes más icónicos en papel aluminio y les ha dotado de sistemas enfriadores para evitar daños estructurales irreversibles. Pero lo que de verdad importa es, ¿qué hacen los gobiernos del mundo para frenar y revertir la crisis?

La medida más importante que se ha tomado hasta ahora son los Acuerdos de París, un tratado internacional jurídicamente vinculante sobre el cambio climático y que fue adoptado por 196 países en 2016. Su objetivo es limitar el calentamiento global muy por debajo de 2°C, preferiblemente a 1.5°C, en comparación con los niveles preindustriales. Para lograrlo, los países buscan un mundo climáticamente neutral a mediados de siglo en cuanto a emisión de gases de efecto invernadero se refiere. La alianza fue aplaudida en su momento, pero cada vez queda más claro que no es suficiente.

Sectores cada vez más amplios de la comunidad científica creen que apuntar a mediados del siglo es demasiado tiempo y que se requieren soluciones más urgentes para evitar que el daño sea irreversible. A esto se suman los huecos legales que permitieron la salida de los Estados Unidos en 2017 bajo las órdenes de Donald Trump o la violación de Israel en 2021 a los compromisos pactados. Por todo esto se teme que, lejos de un documento decisivo para garantizar el futuro, sea poco más que un papel engañoso que condene nuestro presente. En cualquier caso, la mejor forma de revertir el problema es con la sociedad.

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El cambio está en nosotros

Cada vez hay más manifestaciones en las que el mundo exige un combate directo al cambio climático. Algunas son masivas y organizadas, otras son más pequeñas y caóticas, como las que hemos visto en las últimas semanas con grupos aislados exigiendo que los gobiernos finalmente hagan algo. También son cada vez más las personas que se unen a iniciativas como la Hora del Planeta que consiste en apagar la luz por una hora durante el último fin de semana de marzo.

Aunque importantes, estos esfuerzos son más bien simbólicos y de poco sirven para revertir la crisis en la que estamos. Es momento de actuar y la mejor forma de hacerlo es ejerciendo presión a todos aquellos que, de un modo u otro, contribuyen al problema.

Si de gobiernos se trata, la gente debe informarse sobre las iniciativas de mandatarios y candidatos, y privar del voto a quienes incumplan sus promesas ecológicas o no tomen la crisis en serio. Caso similar al de la industria con todas aquellas empresas que violan las regulaciones de cuidado ambiental para priorizar a las que las respetan y mejor aún, a las que buscan hacer más con medidas que neutralizan la huella de carbono. Incluso a los medios, reduciendo la audiencia de todos aquellos que simplifican el problema.

Parece una tarea fácil, pero no lo es. Lograrlo requiere un cambio en nuestra forma de ser y de pensar para ir más allá de ideologías políticas, consumismos e incluso de los absurdos de la cultura digital contemporánea. Con esto último nos referimos a la viralización y el meme, como el video que circula en redes sociales en que se compara un noticiero real con la película No mires arriba (McKay, 2021) y que lejos de provocar inquietud, provoca risas en la mayoría.

Estamos en un momento decisivo en la historia de la humanidad. Nunca nuestras acciones pesaron tanto en el futuro del mundo. Hagamos lo necesario antes de que sea demasiado tarde.

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