Las razones, según la sentencia, se debe a que “sólo una persona puede tener derechos, una máquina no. Una patente es un derecho estatutario y sólo se puede otorgar a una persona”.
Estas conclusiones tienen sentido para los que etiquetan a la inteligencia artificial como poco más que una máquina. Una muy avanzada quizá, pero una máquina al fin. No así para el creciente número de individuos, muchos de los cuales pertenecen a la élite científica, que se decantan por la etiqueta de vida artificial. Y es aquí cuando empiezan los dilemas, ya que de acuerdo con lo establecido por diversas constituciones y tratados, toda forma de vida tiene derechos y obligaciones. Tal vez sea tiempo de comenzar un debate serio al respecto, antes de que sea demasiado tarde.
Un futuro digno de la mejor ciencia ficción
En los últimos años, los coches inteligentes se han visto involucrados en numerosos accidentes, algunos de ellos fatales. La responsabilidad, en todas las ocasiones, ha recaído sobre las empresas responsables de la programación y nunca sobre el vehículo. ¿O es que acaso alguien puede imaginarse un automóvil encerrado en prisión? Estas visiones imposibles pueden hacerse realidad dentro de poco, sólo que lejos de los castigos que conocemos hoy en día, las máquinas quizá sean condenadas a la desconexión. ¿Demasiado severo? También podrían pagar los daños a los afectados. Sólo que para ello necesitarían cuentas bancarias, un privilegio exclusivo de los seres humanos.
Muchos teóricos piensan que el mundo que se avecina necesita empezar a pensar en que las distintas formas de vida artificial sean dotadas de una entidad legal propia. O lo que es lo mismo, contarían con los mismos derechos y obligaciones que cualquier persona. Una aseveración que no está exenta de controversias. Primero, porque esto permitiría a las empresas creadoras desentenderse del mal accionar de sus productos. Más grave aún, porque no se tiene la más mínima idea de cómo proceder ante la naturaleza de estos seres.
Pensemos en que las personas envejecen, se retiran y mueren, pero ¿qué hay de las máquinas que se van tornando obsoletas? En el mundo actual son actualizadas y cuando no dan más de sí, reemplazadas. Sin embargo, este accionar sería imposible para creaciones que han sido dotadas de una entidad legal. La opción sería programarlas desde el inicio para una existencia finita, pero ¿y si la máquina responde? No hablamos de las computadoras convencionales de la actualidad, sino de equipos conscientes de su propia existencia y que podrían mostrar los mismos temores que nosotros ante lo que podría ser visto como su muerte. Dilemas que parecen extraídos de Blade Runner (1982) y que muy probablemente no tardarán en hacerse realidad.
Muchas entidades mundiales ya están empezando a trabajar al respecto, como el Parlamento Europeo que en los últimos años ha considerado propuestas para dar un estatus legal a las distintas formas de inteligencia artificial. Ni qué decir de las autoridades de Arabia Saudita que han reconocido a la ginoide Sophia con el estatus de ciudadana, siendo la primera forma de vida artificial en contar con este privilegio. En numerosas entrevistas, la mujer máquina ha asegurado que quisiera tener una familia propia.
Esto nos lleva al siguiente punto: los debates sobre si la consciencia conecta de algún modo con los sentimientos. De ser así, la vida artificial también podría exigir derechos civiles como el matrimonio o la adopción. Más complicado aún es que estos enlaces podrían darse entre máquinas, pero también con personas. Nunca imaginamos que obras como El hombre bicentenario (1999) o I.A. Inteligencia Artificial (2001) estuvieran tan cerca de hacerse realidad.