Ha llegado esa época del año en la que las principales capitales del mundo –esas en las que ya no es un delito ser gay, lesbiana, transexual o simplemente distinto– se llenan de banderas arcoíris –al menos durante un fin de semana– y sus calles vibran con la música, los desfiles, las fiestas y las casi infinitas expresiones de la diversidad. Por momentos, quienes participan en estas festividades podrían pensar que las cosas siempre han sido así, pero esa idea no podría estar más alejada de la realidad.
De hecho, fue en 1969, en el barrio neoyorquino de Greenwich Village, cuando tuvieron lugar las revueltas de Stonewall. Estos acontecimientos son para muchas personas el inicio de una larga –y no poco dolorosa– lucha en favor de los derechos de las personas de la comunidad LGBTTTIQ+ de Estados Unidos y el mundo. Hasta ese momento, se creía que las personas homosexuales eran enfermas mentales, carecían de derechos y, por consiguiente, vivían casi siempre en la clandestinidad. No fue hasta 1990, 21 años más tarde para ser exactos, cuando la Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud eliminó esta orientación sexual de su lista de enfermedades psiquiátricas. Si lo pensamos fríamente, muchos miembros de la generación millennial podríamos estar internados en una clínica el día de hoy si los impulsores de este movimiento no se hubieran atrevido a cuestionar el status quo.
Pero una sola opinión no basta, mucho menos cuando ocho letras intentan englobar un abanico de expresiones personales tan amplias y diversas como el propio mundo. Impulsados por el deseo de generar una conversación amistosa, honesta y cargada de vivencias personales, Life and Style convocó a cinco de las voces más potentes del mundo queer en México –Fernanda Piña, Diana Espinoza, Pam Sashaa, David Pablos y Pablo Perroni–, quienes aceptaron la invitación y dedicaron la tarde de un sábado de abril a compartir sus puntos de vista, experiencias y esperanzas frente a una lucha que los ocupa y emociona desde sus respectivas trincheras. Las historias son distintas, las edades también. Cada uno creció y se formó en un contexto particular que definió el color del cristal a través del que mira el mundo.