Humanidad clónica: ¿qué tan lejos estamos?
Por años, la ciencia ficción ha arrojado toda clase de mensajes preventivos sobre la clonación centrados en una técnica fuera de control por su uso indiscriminado y que no se detiene a pensar en las consecuencias. Aunque hay casos excepcionales como Jurassic Park, casi todas estas obras se centran de lleno en una replicación humana que persigue toda clase de fines poco éticos. Esto incluye cría de personas sintéticas para el uso de sus órganos como se vio en La isla (2005) o Nunca me abandones (2010), para la sobreexplotación corporativa como la vista en La luna (2009) o con fines comerciales como El sexto día (2000). Esta última, no está de más decirlo, es la única superproducción que ha plasmado la clonación de mascotas.
El interés del género en el tema se disparó con la oveja Molly, lo que a su vez contribuyó a potenciar el nerviosismo en torno a la duplicación humana. No es de extrañar que desde entonces numerosos estudiosos de la materia hayan asegurado que las investigaciones no persiguen estos fines y que sólo apuntan al humano para la replicación de tejidos dañados, como podrían ser órganos enfermos o piel quemada, o para la erradicación de enfermedades degenerativas y autoinmunes. Todo esto, garantizando además que la clonación total de un humano nunca se realizará.
Aseguran además que es una tarea casi imposible, ya que el ser humano es el animal más complejo de todos, pues posee elementos como la conciencia que son virtualmente imposibles de entender y por ende de replicar. Pero si hay algo que hemos aprendido a través del tiempo es que las buenas intenciones de la ciencia no siempre coinciden con todos los intereses que la rodean.
Si las personas están dispuestas a pagar una fuerte suma de dinero para mantener con vida al menos una parte de sus mascotas, hay buenas razones para pensar que harían lo propio por una persona a la que aman: un hijo, una pareja, un padre… Incluso por ellos mismos, pues numerosos estudios coinciden en que la clonación es vista como una afrenta directa a la muerte.
Es un hecho que todavía quedan muchos aspectos por corregir, como los padecimientos que aquejan a los animales clónicos y que reducen significativamente su esperanza de vida. No hay razón para pensar que esta situación no cambiará con el tiempo. En cuanto a la conciencia, existen muchos estudios paralelos sobre el cerebro humano que apuntan a la inteligencia artificial, pero que bien podrían ser aprovechados para la evolución clónica.
De hecho, los esfuerzos por clonar personas ya son una realidad. No nos referimos a los ya mencionados tejidos, sino al llamado Proyecto Neandertal que, tal y como su nombre lo indica, gira en torno a la figura del humano primitivo. Un estudio sumamente controvertido que originalmente apuntaba a la genética de estos seres con el fin de fortalecer la nuestra, pero que más recientemente ha buscado resucitarlos para estudiarlos a fondo. En el papel, no suena muy distinto a las investigaciones que buscan recrear mamuts o tigres dientes de sable, pero en la realidad se trata de un programa mucho más complejo. Tan es así que ha inspirado incontables debates que van de lo biológico donde se habla de individuos que no tienen muchas posibilidades de sobrevivir en el contexto actual a lo social sobre el hecho que las constituciones del mundo no hablan de personas sintéticas y mucho menos de neandertales. A esto sumemos que, en caso de vivir en libertad, sus diferencias podrían resultar en una forma de discriminación nunca imaginadas.
La clonación animal ya es una realidad y más vale que nos adaptemos a ella. Pues como ya hemos visto, hay buenas razones para pensar que esto no es sino una brevísima escala rumbo a la tan especulada clonación humana. Y entonces, el futuro nos habrá alcanzado.