Cubrebocas, gel antibacterial e incluso los tapetes desinfectantes en la entrada de tantísimos inmuebles. La pandemia provocó que su uso se disparara en todo el mundo, al grado que hoy día resulta imposible decir si algún día podremos prescindir de ellos. El campo tecnológico atraviesa por una situación similar con el código QR. Tal vez no todos los identifiquen por su nombre pero sí por su imagen: un cuadro formado por una matriz de puntos o un código de barras bidimensional cuya lectura lleva a páginas web, perfiles sociales, correos electrónicos, mapas o aplicaciones en la red.
El código QR: ¿cómo nace y cuál será su destino tras la pandemia?
Y si esta descripción no es suficiente, basta decir que es el recuadro que actualmente debemos escanear para leer las cartas en prácticamente cualquier restaurante.
Podría pensarse que se trata de un invento reciente, pero lo cierto es que su concepción se remonta a 1994. Su creador, el japonés Masahiro Hara de la compañía Denso Wave, subsidiaria de Toyota Motor Corporation, nunca la visualizó para un uso generalizado, sino exclusivo dentro de la industria automovilística. Después de todo, no fue creada más que para escanear las distintas partes de los vehículos durante el proceso de ensamblaje.
“En su momento sentí que había desarrollado algo increíble”, explicó Hara varios años después a CNET . “Pensaba que sería usado ampliamente por la industria en el futuro. Pero fue empleado por los usuarios en general, lo que para nada esperaba. Fue adoptado como método de pago. Fue algo completamente inesperado”.
Entender el código
Para entender mejor los orígenes del código QR antes hay que conocer el significado de su nombre: una abreviatura de Quick Response Code que se traduce como Código de Respuesta Rápida.
Y eso es precisamente lo que ofrece, un incremento en la velocidad que puede apreciarse desde distintas perspectivas. Primero porque sus patrones son más certeros que los del Código de Productos Universal (UPC por sus siglas en inglés), mejor conocido por todos como el código de barras. Cuentan además con mucha mayor capacidad, pues son capaces de acumular 300 veces más información, lo que implica 7 mil caracteres.
A esto su suma la facilidad de su lectura, pues mientras la del UPC sólo puede hacerse desde un ángulo concreto, la del QR es posible desde los 360°. Esto porque tres de sus cuatro esquinas cuentan con recuadros que sirven como patrones de localización para determinar la orientación del código. Esto resulta en segundos valiosísimos al interior de las industrias que realizan escaneos a gran escala, ¿pero qué hay del usuario casual que requiere de una lectura rápida para entrar al cine, abrir un menú o hacerse con un contacto telefónico?
Por extraño que parezca, la aceptación generalizada de esta tecnología necesitó de una pandemia para concretarse
Inicio turbulento
Más allá de los fines industriales y tecnológicos, los primeros usos del código QR se dieron en la publicidad. ¿O es que ya olvidaron que hace apenas unos años numerosos posters promocionales en la calle contaban con estos recuadros? Su escaneo solía redireccionar a micrositios o videos, y en los mejores casos permitía la visualización de realidad aumentada a través de filtros fotográficos o la aparición de toda clase de personajes computacionales. Pocos se enteraron de esto porque, seamos sinceros, pocos contaban con las aplicaciones necesarias para la lectura.
Esta tibia respuesta fue atribuida a distintas razones. La memoria más reducida de algunos celulares de antaño, la renuencia a utilizar datos para la visualización de material promocional, así como toda clase de brechas tecnológicas que resultaron en su desconocimiento. Tanto así que su desaparición parecía inminente…
Al menos hasta que llegó la COVID-19 y una serie de incontables restricciones para erradicarla. Esto incluyó la reducción al mínimo del contacto físico, no sólo entre individuos sino también de todo tipo de objetos que pudieran contribuir a la transmisión del virus. Tal fue el caso de las cartas de los restaurantes, que terminaron siendo sacrificadas por contrapartes digitales que invariablemente requerían la instalación de lectores QR en los celulares.
Esto fue sólo el inicio, pues hoy día los usos se han disparado. No nos referimos a las entradas de cine o conciertos en las que sólo usamos la imagen, sino aquellas prácticas en las que requerimos la aplicación. Esto incluye el reemplazo de panfletos, cartas de presentación e invitaciones de boda, descargas de programas y apps en nuestros móviles, pago de servicios y más. ¡Incluso hay quienes se han tatuado códigos QR! Estos pueden enlazar a fotografías o videos de sus seres queridos, mostrar información personal en caso de necesidad como persona a la que contactar en caso de accidente o tipo de sangre, o como no podía ser de otro modo para los tiempos que corren, informar sobre el estatus de vacunación contra el coronavirus.
El futuro del código QR
Tras casi dos años de uso generalizado, hay quienes todavía se muestran renuentes al código QR pensando que su uso no va más allá de los restaurantes. Un error tan común como perdonable si consideramos lo abrupto de esta incorporación tecnológica.
La historia nos dice que toda innovación tecnológica debe pasar por un largo proceso de aceptación que sólo se concreta cuando los usuarios comprenden que se trata de un avance único e insustituible. Que se hace algo que no se puede concretar de otro modo. La pandemia le dio esa oportunidad al código QR que hoy día es el modo más rápido y sencillo de transmitir información en cuestión de segundos.
Si todavía no cuentan con una app de lectura, quizá sea tiempo de que se vayan haciendo con una. El código QR, integrado por esos inconfundibles recuadros, ha llegado para quedarse.