En nuestra querida sección de "consejos para la vida que todos dicen y que nadie entiende y por lo tanto no sirven de nada", hay una frase con la de la que el mundo está perdidamente enamorado: tú fluye. Si nos vamos a términos muy estrictos impuestos por la RAE, fluir, cuando se trata de un gas o un líquido, habla de correr. Si se trata de una idea, es brotar con facilidad de la mente o de la boca, lo que nos deja con una preguna peculiar: ¿cómo diablos se corre o se brota ante la incertidumbre de la vida?
Bien, según el mundo zen, brotar o correr –fluir– es dejarse sorprender por la vida y dejar de obsesionarse con controlarla o porque las cosas sucedan como queramos. Cuando fluimos, confiamos en que todo pasa por algo y aprendemos a ser resilientes, pues aceptamos lo que no podemos cambiar. Entendemos que, por más que pidamos al universo y decretamos y sigamos todo lo que la metafísica dicta, la vida no tiene por qué ser perfecta ni tener sentido; eso es algo que nuestra mente asume y ya.
Fluir es dejar de ir contracorriente y simplemente vivir el momento presente, sin expectativas ni quejas, para así permitirnos ver y actuar con base en lo que verdaderamente existe.