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Panamá es mucho más que un paraíso fiscal

Las épicas obras de ingeniería del pasado sirvieron de base para un futuro que luce grandioso
lun 11 julio 2016 05:16 AM
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Cortesía - (Foto: Cortesía)

Llevamos media hora sentados en la mesa del Ocean Sun Casino, ubicado junto al imponente TOC (Trump Ocean Club Hotel Panamá), y nadie logra acercarse al mágico número nueve a la hora de sumar todas sus cartas. La casa, como dicta la historia, sigue ganándonos y repartiendo dolor a nuestros bolsillos de turista. Estamos a tan sólo un par de manos de abandonar el juego. Un par de billetes más y el triunfo parece muy lejano. Es la primera vez que el bacará, ese popular juego de cartas francesas, cobra seriedad para los presentes que, a la vez, hacen su debut en esta modalidad de las cartas. Pero no así para quienes se llevan nuestros balboas (cabe aclarar que éste es el nombre del papel moneda de Panamá, que no existe físicamente y se sustituye por los dólares estadounidenses) con una habilidad muy regional. 

Listo, no quedan más fichas en la mesa y el guía de turistas se acerca: "No puedes competir con un panameño en un juego que le arrebatamos a los franceses". Es la segunda vez que me deja en claro que, en Panamá, lo importante es saber adaptarse y apropiarse de las aportaciones culturales (una obligación auténtica para un país que se ha convertido en el centro turístico más importante de Centroamérica y en el punto de mayor crecimiento económico de la región).

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La primera vez que me mencionó esta capacidad de adaptación fue al llegar a la parada obligatoria del país: el canal de Panamá. La intención era sencilla: explicarme por qué un panameño con una guitarra en mano tocaba una canción del grupo jamaiquino Toots and the Maytals en la entrada del canal y no una melodía de Rubén Blades. “La parte de construcción del país quedó en mano de los antillanos, de ellos heredamos el sabor y nos lo apropiamos”, menciona dando paso al majestuoso espectáculo de la ingeniería, el cual genera cerca de 2 mil millones de dólares al año.

Así, a cada paso, las huellas de los países que aportaron identidad a la joven nación panameña aparecen: el juego francés, la música jamaiquina, la comida  colombiana y, por supuesto, el dinero estadounidense. Un mosaico de culturas que invitan a ser desmenuzadas a la hora de caminar ya sea por el Casco Viejo,  donde resulta parada obligatoria la casa de Blades, o por la Panamá Vieja, en la que se aprecian los primeros trazos de la ciudad, influenciada por sus vecinos de frontera y por la conquista española, o por la nueva ciudad, llena de rascacielos en su horizonte, dejando en claro que la modernidad llegó y se quedó.  

Capaz de cambiar el destino del mundo con su aparición (y también con sus ‘papeles’), Panamá presume al mundo la biodiversidad como su gran carta: animales, plantas, climas y alimentos únicos que logran cautivar todos los sentidos (y que son explicados a la perfección en el museo construído por Frank Gehry) y que dejan en claro que estamos en una zona donde bailar salsa y jugar bacará son sólo el pretexto perfecto para conocer el rincón donde el mundoy los océanos se volvieron a unir, transformando el planeta.

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