Razones por las que viajar a Tailandia
Por alguna razón que todavía no puedo explicar bien, decidí viajar a Tailandia. Había escuchado muchas historias de este país que despertaban mi curiosidad, así que en mis vacaciones largas decidí volar hasta su capital.
Llevaba varios días inmerso en esa vorágine urbana llamada Bangkok. Mi propósito era deambular por sus barrios hasta desgastar las suelas de mis zapatos en busca de los mejores exponentes de su cocina callejera. Los encontré: el más excitante pad thai del planeta, un sorprendente café helado, la picosísima sopa tom yam goong, brochetas de cerdo satay al carbón y un largo etcétera. Pero también encontré personajes fascinantes, ruidos, aromas, religiones diversas y un idioma indescifrable. Tenía tiempo de no sentir tanta saturación —para bien— de estímulos y sensaciones.
Amo la calle, pero una vez que te adentras en Bangkok, te vuelves parte de ella. Y todo viajero que se respete debe evitar, a toda costa, ser propiedad de una fémina de tal calibre. Tenía que huir. Y había escuchado que el edén estaba no muy lejos de ahí.
Ko Samui es una isla en el golfo de Tailandia, en el archipiélago Chumphon, al sur del país. A pesar de estar habitada hace más de 15 siglos, un grupo de hippies mochileros de distintas nacionalidades la descubrió en los años 70 y la eligió como su paraíso privado. La zona se sostenía de la producción de cocos, la pesca y utilizaban el trueque como moneda de cambio. Lo que atraía a esos viajeros de improviso es, quizás, lo que sigue hechizando al peregrino en la actualidad: el turquesa de sus aguas entre escenarios selváticos y el acercamiento tangible con una cultura que enamora desde el primer roce.
Mi sonrisa mientras esperaba la maleta en el aeropuerto de Samui presagiaba pura cosa buena. Este lugar es una palapa gigante, sin mayor trámite ni protocolo. No me hacía falta el collar de flores, pero tampoco me sobraba; estaba llegando precisamente a lo que buscaba: un escape. Y la gente aquí daba señales de que, mientras pisara su tierra, no tendría mucho de qué preocuparme.
Con el descubrimiento de Samui —el prefijo Ko significa "isla"–, también surgió la oportunidad de integrar una oferta seria para el viajero que no veía Tailandia como un destino suficientemente atractivo para emprender el largo camino. Así fue como las grandes cadenas tuvieron que adaptarse a la atmósfera que se respira en la isla. Bungalows, comida tailandesa auténtica, villas privadas y actividades que mezclan la diversión con la majestuosidad de su entorno natural. The Luxury Collection de Starwood, por ejemplo, desde la apertura de su Vana Belle, refleja su filosofía de concierge las 24 horas con actividades como expediciones a la cascada de Namuang, paseos en elefante y en cuatriciclos.
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El Four Seasons Resort Koh Samui lo ha llevado un paso adelante permitiéndole al huésped tomar clases de Muay Thai, el deporte nacional, en un ring de madera con vista al mar, seguido de un tratamiento de spa para relajar los músculos. Sobra decir que recibir un masaje en Tailandia es comparable con beber vino en la Ribera del Duero o asistir a un partido de rugby en Nueva Zelanda; es, sencillamente, la meca. Terminando la dosis personal de Muay Thai, me esperaban asientos VIP para ver una pelea en el estadio de Chaweng. Entre el sonido de los golpes y el rugido de la gente, el espectáculo es voraz: afila los sentidos, provoca, da hambre —y a ésta sí que hay que atenderla—. Para la cena, el hotel cuenta con uno de los mejores restaurantes de la isla: el Koh Thai Kitchen & Bar. Localizado junto a un plantío de cocos y con vistas al golfo de Tailandia, este festín fue un redescubrimiento de los sabores que viví por vez primera en Bangkok, pero con una ejecución impecable. Fue en la mesa del chef que un menú de seis tiempos —diseñado con ingredientes de temporada— enalteció platos tan cotidianos como la ensalada de papaya y la sopa de coco con hojas de lima kaffir. Una cena que auguraba una muy buena noche.
Un italiano con sus dos hijos perfeccionaban el paddlesurfing en donde se juntan las bahías de Bo Phut y Mae Nam mientras yo me recostaba al sol con una cerveza Singha después de una noche de apuestas, baile y tragos en varios idiomas. Con las piernas bien estiradas, soñaba boca arriba en la W Beach del W Retreat Koh Samui. Este hotel revolucionó la oferta hotelera de la isla hace unos años gracias a su diseño contemporáneo —me encanta el mural con ilustraciones de Robert De Niro junto al Monopoly Guy— y a sus villas con alberca privada que cuentan con la filosofía whatever/whenever, un servicio que acepta toda solicitud —mientras sea legal, claro— de parte del huésped. Nota mental: este hotel tiene todo para disfrutarse más en pareja.
Tailandia es la recompensa, cualquiera que sea el mérito. Ya sea con un itinerario fijo o directo a la aventura, el propósito principal es descubrir ese espíritu único tailandés que hay en cada rincón. Mi viaje era justo el tipo de fuga que añoraba. Se escondía el sol y con él, la resaca. En cuanto terminé la siesta, pedí el primer Gin Tonic como un intento estéril por evitar pensar en la hora de abandonar Ko Samui. Tenía la certeza de que Bangkok me esperaba de regreso, pero tal vez el momento no se prestaba para certezas; en cambio, se antojaba perfecto para descubrir otro paraíso inédito. ¿Has oído hablar de Ko Tarutao?
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