De Roma a Florencia: Un dulce reencuentro en una travesía de lujo y memoria
En cualquier época del año, solo o acompañado, Italia siempre es una buena idea: Roma y Toscana reavivaron recuerdos de una primera visita y confirmaron que solo allí se vive la auténtica dolce vita.
Cuando Heráclito decía que ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces se refería a los inevitables efectos del cambio. Nada ni nadie es inmune al paso del tiempo, siempre estamos en un eterno tránsito entre el pasado, el presente y el futuro. Llevaba una hora en Roma –después de un placentero vuelo en la clase Premier One de Aeroméxico– y mientras veía pasar desde la ventanilla monumentos históricos, incontables Cinquecentos de FIAT, valientes motociclistas surfeando el tráfico con sus vespas y legiones de monjas pensaba que nadie puede encontrarse dos veces con la misma ciudad.
Mi primera visita, en 2009, fue esa experiencia iniciática del viajero universitario que con una mochila al hombro y una limitada cantidad diaria de euros se aventura a recorrer Europa entre hostales y comidas improvisadas en parques y sitios públicos en compañía de amigos recién conocidos. Conforme avanzábamos hacia el hotel comenzaron a llegarme los flashbacks de aquel primer saludo a la Ciudad Eterna y no pude evitar pensar que la persona que había regresado no era la misma que la había recorrido 15 años atrás.
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Lo interesante es que Roma, con más de 3,000 años de historia a cuestas, tampoco lo era. Dos antiguos conocidos volvían a coincidir y debían ponerse al día gracias a una cita concertada por American Express y su equipo de expertos en viajes de Travel & Lifestyle Services.
CAPÍTULO 1: ROMA
La luz en la capital italiana tiene una cualidad distinta, algo parecido a un finísimo velo de ámbar líquido. Sin importar a donde uno voltee –el Palazzo della Civiltà Italiana, Piazza Navona, el Circo Massimo, el Coliseo o el Panteón– resulta imposible no sentirse en un set de cine, acaso en una escena de La grande bellezza. A las seis de la tarde, la Piazza di San Marcello es testigo del paso de cientos de personas que se apresuran para explorar las boutiques de Via del Corso.
Muy cerca, a un costado de la Chiesa di San Marcello al Corso, la discreta fachada del recientemente inaugurado Six Senses Rome aguarda a los visitantes. Al salir del auto, el staff se hace cargo del equipaje con agilidad y me invita a cruzar la puerta. Se percibe un aire de calma y el bullicio de la calle queda atrás. Se trata de la primera propiedad que la marca abre en el corazón de una gran ciudad, aunque sin perder su enfoque holístico de bienestar. Al momento de terminar el check-in, una mesa en BIVIUM ya está lista para que mi estómago reciba gustoso tartar de res, pizza, pasta y un postre que mezcla helado de hongos con chocolate y trozos de galleta.
La tradicional pizza Margarita es una de las especialidades de BIVIUM, el restaurante principal del hotel Six Senses Roma // El diseño interior de las habitaciones y de las áreas comúnes del hotel, incluido el spa, lleva el sello de Patricia Urquiola.(Alonso Díaz/Cortesía)
La tenue iluminación, el silencio y los colores neutros de la habitación invitan al descanso reparador rodeado de detalles de diseño como paredes de madera, pisos decorados con azulejos y tapetes que evocan el opus tessellatum, muebles con formas geométricas que se superponen y cortinas elaboradas con plásticos reciclados que manifiestan el compromiso de la marca con la sostenibilidad y el cuidado del medio ambiente. El toque de la diseñadora de interiores Patricia Urquiola se percibe en cada elección decorativa –en habitaciones, áreas comunes, restaurantes y en el spa– honrando la grandeza de la cultura romana.
Las mañanas de diciembre son frías, pero si la suerte está del lado de los visitantes, el sol brilla en el cielo despejado. Son las condiciones ideales para salir de compras y explorar las boutiques que se suceden unas a otras tanto en Via del Corso como en Via dei Condotti y sus alrededores. Allí, los nombres que han cimentado la fama internacional del Fatto in Italia –Fendi, Prada, Bulgari, Max Mara, Bottega Veneta, Loro Piana, Ferragamo y Dolce & Gabbana, entre otras– conviven junto a opciones que demuestran el gusto de los italianos por el trabajo de expertos artesanos como Grilli (una modesta tienda de zapatos y bolsos de piel de primerísima calidad) y Battistoni (una boutique de trajes y camisas hechos a medida a la que acuden celebridades y presidentes).
Sin importar si se disfruta de las mieles del shopping o no, el premio del paseo es llegar a la Piazza di Spagna para admirar La fuente de la Barcaza de Bernini y su imponente escalinata. Un segundo premio para quienes ascienden sus 135 escalones de mármol es llegar al hotel Hassler, propiedad que desde 1893 regala algunas de las mejores vistas de la ciudad. La Penthouse Villa Medici Suite es probablemente uno de los lugares más privilegiados de toda la ciudad para disfrutar del atardecer con un spritz en mano y maravillarse con un horizonte dominado por la cúpula de la Basílica de San Pedro y el vuelo de las aves que se dirigen a sus nidos.
El Castillo de Sant'Angelo.(Alonso Díaz/Cortesía)
Salone Eva, uno de sus espacios gastronómicos, invita a descansar y disfrutar del aperitivo al ritmo de la música en vivo interpretada por su pianista. Si los lectores de esta crónica tienen la suerte de estar en la ciudad durante la temporada navideña, no pueden pasar por alto el panettone y el pandoro. Prometo por la memoria de mis ancestros que, de hacerlo, recordarán estas líneas. El tercer día, recorriendo sus callejuelas y avenidas sin un rumbo concreto, resonaba una frase escuchada durante la visita al sitio arqueológico Vicus Caprarius: “Roma es una ciudad construida en capas”.
Siglos de historia se siguen compactando bajo los pies de los viajeros que llegan con la esperanza de experimentar esa dolce vita en la que Federico Fellini nos hizo creer. Precisamente sobre la Via Vittorio Veneto –un símbolo de la hospitalidad romana y el glamour del cine en cuyos bares y cafés se daban cita las celebridades en los años 60 y 70– se localiza el InterContinental Roma Ambasciatori Palace, hotel que fue sometido a una profunda renovación de tres años y que reabrió sus puertas en mayo de 2023.
Durante sus primeros años de existencia, a comienzos del siglo XX, fue una residencia para los embajadores que llegaban de visita a la ciudad, mientras que a finales de la década de los 40 se convirtió en la biblioteca de la embajada estadounidense, ubicada a pocos metros de distancia. Hoy, es un símbolo del lujo moderno gracias a sus cómodas y discretamente decoradas habitaciones, así como a espacios gastronómicos como Scarpetta NYC, un restaurante que fusiona la tradición culinaria italiana con el encanto neoyorquino donde comer los tradicionales spaghetti pomodoro se convierten en un ritual que honra el pasado diplomático y literario del recinto.
Las vistas de Roma desde el hotel Hassler. // La barra de Charlie's Rooftop Bar en el hotel InterContinental Roma Ambasciatori Palace. // Interior de Il Ristorante - Niko Romito en el Hotel Bulgari.(Cortesía)
Otra liturgia igualmente disfrutable es la del té de la tarde que ofrece The St. Regis Rome en su imponente lobby. Desde los uniformes de las meseras hasta las mezclas provistas por Dammann Frères y los pequeños bocadillos dulces y salados que se sirven en torres metálicas al centro de la mesa, cada uno de sus momentos es el prólogo para una última sorpresa que requiere de un cambio de escenario. El Bulgari Hotel Roma traduce al vocabulario de la hospitalidad la opulencia de las joyas de la casa fundada por Sotirio Bulgari. Hogar de la que se presume es la suite de hotel más grande y lujosa de la ciudad, también alberga un spa que roba el aliento con sus columnas de mármol y su alberca con agua de color esmeralda.
¿El broche de oro? Una cena en Il Ristorante - Niko Romito. Ensalada verde, pasta con langosta y camarones y un pescado con setas anteceden el instante más gratamente dulce grabado en mis registros gastronómicos: una tarta elaborada con delgadas láminas de masa quebrada, capas de crema de manzana y caramelo salado que podría comer todos los días hasta regresar de nuevo a Roma.
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CAPÍTULO 2: TOSCANA
Basta un viaje de dos horas en tren a Florencia y un traslado de una hora por carretera para llegar a Il Borro, en Toscana. Esta aldea medieval del siglo XII –y las 1,100 hectáreas que la rodean– fue adquirida en 1993 por Ferruccio Ferragamo, hijo del famoso diseñador de calzado Salvatore Ferragamo. Su objetivo fue restaurar y rehabilitar la pequeña localidad y convertir la propiedad en un lugar desde el que promover la historia, las tradiciones y las excelencias de esta región de Italia.
Hoy, las que fueran las casas de la maestra, el músico o el pintor del pueblo funcionan como encantadoras habitaciones que cuentan con todas las comodidades ofrecidas por la modernidad. Las alternativas de hospedaje también incluyen suites en un área denominada Aie del Borro, cuyas edificaciones más recientes encajan perfectamente con el paisaje, y tres villas (idóneas para grupos grandes) totalmente independientes que garantizan la máxima privacidad y la posibilidad de vivir la auténtica experiencia toscana rodeado de cipreses y viñedos.
Habitación de una de las villas privadas.(Cortesía)
El equipo de concierge siempre está atento para trasladar a los huéspedes a las distintas áreas de la extensa propiedad, pero caminar siempre es una opción. Paseos a caballo, catas de vino, recorridos por los senderos, masajes y tratamientos faciales en el spa, sesiones de compras en las boutiques de artesanos locales y largas comidas dominadas por los sabores locales son apenas algunas de las alternativas que los visitantes tienen a su disposición para ocupar sus días en Il Borro
De entre todas ellas, una quedó especialmente grabada en mi memoria: una jornada de caza de trufas negras. Con Paulo y uno de sus perros entrenados para tal misión (un lagotto romagnolo) como guías, fui tras las pistas de estos hongos que crecen bajo la superficie de la tierra cerca de las raíces de los encinos y los avellanos. Entregado a esta tarea se aprende que, dependiendo de la temporada y el clima, es posible encontrar distintos tipos de trufa, que los microclimas juegan un papel crucial en su crecimiento, que los perros utilizados para esta actividad comienzan su entrenamiento a los 60 días de nacidos y que, según el tipo de trufa, el precio puede oscilar entre los 150 y los 3,000 euros por kilogramo.
Il Borro se localiza en una propiedad de 1,100 hectáreas, en cuyo corazón se encuentra una aldea medieval.(Cortesía)
La recompensa a la dedicación y entrega, a pesar de mi torpeza para utilizar las herramientas típicas y desenterrar tan preciados tesoros, fueron bruschette con aceite de oliva y trufa recién rallada acompañadas de una copa de vino blanco. La última noche, algo típico del otoño toscano, la temperatura desciende como consecuencia de la lluvia y unas ráfagas de viento que, detrás de las gruesas paredes de piedra de las habitaciones, recuerdan que ahí la única ley que se impone es la de la Naturaleza.
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CAPÍTULO 3: FLORENCIA
Florencia es la última parada. Una breve visita de 24 horas a la cuna del Renacimiento comienza con una comida en el Picteau Bistro & Bar del Hotel Lungarno. Con vistas al río Arno y al Ponte Vecchio, las carnes frías, los quesos, la pasta y las copas de vino proporcionan un deleite que comienza a afinar mi sintonía con una ciudad mucho más artística, cosmopolita y menos intimidante.
El hotel Portrait Firenze se encuentra a pocos pasos del emblemático Ponte Vecchio y sus interiores fueron diseñador por Michele Bonan.(Shutterstock/Cortesía)
Para los amantes de la moda, el Museo Ferragamo cuenta la historia del fundador de la actual casa de moda, desde sus inicios como zapatero, hasta la época en la que sus diseños eran los más buscados por las estrellas de Hollywood. Con un par de horas libres, mis pasos me conducen a la Catedral de Santa María del Fiore y a explorar las tiendas de los alrededores, con sus exquisitos productos de papel, postres tradicionales –como el tiramisú o las galletas conocidas como cantuccini– y artículos de piel. La cita para el aperitivo es en el rooftop bar 701 del Gallery Hotel Art. Es imposible no salir a la terraza para observar el Palazzo Vecchio a pesar del frío, que queda atrás cuando un ponche que, según nos cuenta el gerente surgió inspirado en las tradiciones de la ciudad, comienza a descender por mi garganta.
El camino conduce a Caffé dell’Oro, en el interior del hotel Portrait Firenze, para degustar una cena preparada por el chef Antonio Minichiello que incluye sashimi de Angus y una suprema de pollo acompañada de un Chianti Classico. Durante el postre, me familiarizo con la costumbre de remojar esos mismos cantuccini descubiertos unas horas antes en una copa de Vin Santo del Chianti, el delicado vino de postre que se produce según la tradición toscana con uvas Trebbiano y Malvasia.
Florencia, cuna del Renacimiento, está llena de joyas arquitectónicas y artísticas que se descubren mejor a pie.(Shutterstock/Cortesía)
La sobremesa se apaga y el reloj marca la hora de dormir. Las 37 habitaciones y suites del hotel, así como todos sus espacios, sirven como galería para revivir momentos de oro de la ciudad a través de fotografías de personajes como Maria Callas, Grace Kelly, Sophia Loren, Audrey Hepburn, Elizabeth Taylor y los duques de Windsor, entre muchos otros. En los interiores de Michele Bonan, uno de los arquitectos e interioristas más célebres de Florencia, dominan el blanco y los tonos neutros con discretos acentos metálicos que centellean con la luz que se cuela por una ventana que invita a observar a los pocos transeúntes que caminan a lo largo del río y se pierden por sus calles y puentes, un arrullo infalible para caer rendido en la comodísima cama.
A la mañana siguiente, solo queda una cita pendiente antes de emprender el regreso: la comida de despedida en el Atrium Bar del Four Seasons Hotel. Los últimos rigatoni con langosta reafirman mi profundo amor por la comida italiana, tan sencilla en apariencia pero tan llena de cuidado por los detalles, como el término de cocción exacto y la consistencia precisa de una salsa de tomate cremosa con trocitos de perejil crujiente. Con un Vintage Negroni y una panna cota de almendras baja poco a poco el telón del último acto de mi segundo encuentro con Italia. Sin planes de otra visita en el futuro cercano, una certeza se cierne sobre mí en el vuelo: de ocurrir, ni ella ni yo seremos los mismos.
Florencia, cuna del Renacimiento, está llena de joyas arquitectónicas y artísticas que se descubren mejor a pie.(Shutterstock/Cortesía)