Como casi todas las cosas importantes que ocurrieron en la revoltosa Europa del siglo XIX, el camping recreacional surgió en la Inglaterra victoriana, la fértil tierra donde, gracias a la Revolución Industrial, todo pareció posible. Fue entonces cuando surgió el ocio como concepto, una suerte de actividad de nuevo cuño surgida alrededor de las actividades fabriles como contraposición al trabajo.
Un lujo de acampada
En los albores del siglo XX, la clase obrera, la mano de obra necesaria para mantener el imperio más influyente que la humanidad había visto, logró organizarse en sindicatos. Se acortó la jornada laboral, nacieron los días de descanso y, con ellos, también el tiempo libre. En el otro polo de la pirámide social, la Ilustración procedente de la Francia posrevolucionaria hacía tiempo que había invadido las mansiones de una clase dominante que, en apenas una generación, empezó a mostrar una pasión inusitada por la Naturaleza, “el arte que Dios hizo y que gobierna el mundo”, en palabras de Thomas Hobbes.
La ornitología, la jardinería, la agricultura y el paisajismo llenaban de repente las horas de una aristocracia que empezaba a disfrutar de su condición de una forma muy diferente a la de sus antepasados. Las excursiones de caza de fin de semana a la campiña y los entonces muy en boga minicruceros por el Támesis incluían lujosas acampadas en las que el lujo, en forma de tapices o delicados muebles, nunca era un problema.
Casi al mismo tiempo, el omnipotente poder del Imperio, con presencia en los cinco continentes, había impulsado la llamada segunda era de los descubrimientos con exploradores como David Livingstone, Henry Morton Stanley o Richard Francis Burton, quienes a su regreso a la metrópoli desde sus expediciones africanas ofrecían multitudinarias conferencias auspiciadas desde la propia Corona en las que describían sus andanzas por el nuevo continente, casi siempre rodeados de comodidades.
¿El nacimiento del glamping moderno?
Es posible, aunque la primera publicación sobre esta nueva moda debe buscarse al otro lado del Atlántico, en Nueva York, donde en 1869 William Henry Harrison Murray publicó Camp-Life in the Adirondacks, una guía para acampar en las montañas homónimas de aquel estado. Para descubrir la aparición de la palabra en un medio moderno, habría que remontarnos unos pocos años. Según Ben Zimmer, columnista de The Wall Street Journal y trazador de palabras, la primera vez que se leyó glamping (contracción de glamorous camping) fue en 2005, precisamente en Inglaterra.
Hoy, el glamping, una industria de impacto planetario, nada tiene que ver con las rudimentarias, aunque en muchos casos excelsas, viejas expediciones. Ya sea en el outback australiano, en la sabana africana, en las costas de Indonesia, en un parque nacional de Estados Unidos, en el Pacífico mexicano o en la Francia atlántica, la actividad, evolución lujosa del camping clasemediero que emergió en Occidente tras la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, se ha convertido en más que una tendencia.
Según la consultora Grand View Research, el valor global de mercado del glamping en 2022 fue de 2,730 millones de dólares y se espera que esta cifra crezca a un 10 por ciento anual hasta el año 2030. México, que ocupa el noveno puesto en la lista de países que más turistas reciben anualmente, forma parte fundamental de este negocio, con destinos que prácticamente abarcan todo el territorio de la República.
En el Caribe, por ejemplo, Habitas cuenta con dos ubicaciones: Tulum y Bacalar (además de las de San Miguel de Allende, Mazunte y Todos Santos), cada una de ellas con cabañas mimetizadas con la naturaleza del entorno y todas las comodidades que el descanso de élite puede ofrecer, mientras que en el Pacífico destacan las propuestas de Four Seasons y los 15 bungalows de su Naviva Punta Mita, y el turismo regenerativo de Playa Viva, en Zihuatanejo, con sus 19 palapas y su santuario de tortugas laúd, referente mundial de la conservación animal. Un modelo de turismo con vocación de permanecer al que, sin embargo, le costó inicialmente establecerse.
Tras la explosión que vivió la actividad durante la era victoriana y la posterior democratización del camping recreacional en Europa en las décadas de los 60 y 70, fue África quien tomó la iniciativa y concentró el renacimiento del glamping tal y como hoy lo conocemos, específicamente en destinos como Kenia y Tanzania. Allí, primero los naturalistas, luego los cazadores y hoy los turistas fueron adaptando el tradicional safari (viaje en el idioma suajili) hasta transformarlo en una de las actividades turísticas más lujosas del mundo. Un cambio que ya se percibe en el resto del continente.
Ahí están los ejemplos del Jack’s Camp, en Botswana; el Wilderness Little Kulala, en Namibia; el Legendary Serengeti Mobile Camp, en Tanzania; el Cottar’s 1920s Camp, en Kenia o el Duba Explorers Camp, en el delta del Okavango, también Botswana, todos ellos lodges en los que las actividades al aire libre para la observación de especies se entremezclan con naturalidad con toda la pomposidad que la hostelería puede ofrecer.
Y del corazón de África al resto del mundo. En Emiratos Árabes Unidos, Al Maha Desert Resort aloja a sus huéspedes en tiendas con reminiscencias beduinas amuebladas con antigüedades; en el Triángulo Dorado de Tailandia, Four Seasons ha construido cabañas de bambú en medio de la jungla que incluyen una bañera elaborada a mano por artesanos de la zona, y en la Columbia Británica canadiense el Clayoquot Wilderness Resort recibe a sus clientes en tiendas de campaña con chimenea y baño privado. Quizá porque, regresando al ilustrado Thomas Hobbes, “la primera y fundamental Ley de la Naturaleza es buscar la paz”.