La cita fue en el Centurion Lounge, donde todo estaba listo para nosotros en una de sus salas privadas. En un aeropuerto tan concurrido como el de la Ciudad de México, disponer de un espacio en el cual relajarse antes de un vuelo trasatlántico –ya sea con un masaje, un corte de pelo o con una copa de vino– es uno de los mayores privilegios a los que se puede aspirar. Una cena de tres tiempos preparada especialmente para nuestro grupo fue el preámbulo de un viaje a Francia que organizó el insuperable equipo de viajes de American Express y el presagio de seis días en los que la champaña, la alta cocina, las experiencias de shopping personalizadas y ese irresistible je ne sais quoi francés fueron impregnando su magia en una visita inolvidable.
La Francia de los bon vivants
PRIMER DÍA
La llegada
Después de un vuelo sin contratiempos con un menú de primer nivel en la clase Premier One de Aeroméxico, nos recibió en el aeropuerto Charles de Gaulle el personal de acompañamiento que nos ayudó a agilizar los trámites de migración y la recolección del equipaje. Salimos del aeropuerto rumbo a Le Royal Monceau - Raffles Paris justo a la hora de la puesta del sol.
El hotel, localizado a dos esquinas del Arco del Triunfo, es uno de los proyectos de interiorismo más destacados de Philippe Starck, quien imprimió su sello en todos los espacios, desde la librería, la sala de cine y una imponente escalinata iluminada por múltiples arañas de cristal, hasta los baños de las habitaciones cubiertos de espejos de piso a techo que hacen sentir a los huéspedes dentro de una película de ciencia ficción. Nuestra cena de bienvenida fue en Matsuhisa, el restaurante de comida fusión japonesa-peruana que el famoso chef Nobu Matsuhisa tiene en París y que se encuentra en su interior. Una sucesión de entradas, platos fuertes y postres nos fueron introduciendo a nuestro nuevo huso horario para, luego, dormir como bebés en esas camas de ensueño.
SEGUNDO DÍA
Excursión al valle del Loira
Una magdalena recién horneada y un café podrían parecer un desayuno cliché, pero resultaron ser estrictamente necesarios antes de tomar el tren que nos llevó al valle del Loira. Famoso por sus castillos y sus jardines, este destino localizado al sur de París nos recibió con un cielo nublado y temperaturas que rondaban los 12oC. Al llegar a Blois, el refugio que nos acogió fue el hotel Fleur de Loire, una propiedad que comenzó sus operaciones hace apenas unos meses y que además de cómodas habitaciones, un cálido spa y un irresistible bar, tiene como mayor atractivo el restaurante que dirige el chef Christophe Hay, elegido en 2021 Chef del Año por la guía Gault & Millau.
Dominado por el blanco y los grises pálidos, el espacio bien podría ser un teatro con la cocina como escenario. Del menú de nueve tiempos merecieron una mención especial el esturión con papas y caviar Osetra, la carpa à la Chambord y el filete Wagyu. Por la tarde visitamos el castillo de Chaumont-sur-Loire, que en algún momento de su historia fue propiedad de la reina Catalina de Médici y que hoy funciona como museo y espacio cultural abierto a diversas manifestaciones artísticas. Dentro de los terrenos también se encuentra un hotel –Le Bois de Chambre– cuyas pintorescas cabañas parecen salidas de un cuento infantil. Por su parte, el restaurante Le Grand Chaume luce una estructura inspirada en las montañas de paja que solían verse en los campos de la región. Tras esta aventura de un día, estábamos listos para volver a París.
TERCER DÍA
Shopping parisino
¿Hay mejor manera de comenzar un domingo que con un brunch? Es poco probable y el de Le Royal Monceau es épico. Mariscos, champaña, carnes frías y una variedad de panes que encantan a los amantes de los carbohidratos fueron apenas algunos de los ocupantes de sus barras de bufet. Por la tarde, nos instalamos en el Sofitel Le Scribe Paris, a pocos pasos del Palais Garnier, y de uno de los emblemas de las compras parisinas, los almacenes Printemps del Boulevard Haussmann.
Guiados por miembros expertos de su equipo, recorrimos todos sus pisos y departamentos y, aún más importante, visitamos algunos de sus rincones más especiales, desde las terrazas que miran hacia la torre Eiffel, los salones privados para clientes VIP y la sección dedicada a prendas y accesorios vintage, hasta las antiguas oficinas del director de la tienda –con sus murales y sus enormes ventanales–, donde brindamos con champaña mientras disfrutábamos de unos macarons. Tras la puesta de sol, una de las suites de nuestro hotel sirvió como escenario para una cena privada que dio paso a una noche de karaoke.
CUARTO DÍA
Nuevas joyas
La Ville Lumière se descubre mejor a pie. Después de un desayuno en Café Scribe, el cuarto día inició con una caminata por los alrededores de la Ópera de Garnier, el jardín de las Tullerías y la ribera del Sena, donde cada parque, cada monumento y cada edificio cuentan una historia o recuerdan algún episodio de la historia francesa. Es el caso de La Samaritaine, una tienda departamental fundada en 1870 que hoy es propiedad del conglomerado de lujo LVMH y que tras una restauración de 16 años reabrió sus puertas en 2021. Ubicada frente al Pont Neuf, su interior destaca por elementos como su estructura Eiffel y la escalera central que conecta las distintas plantas y secciones.
Aquí también nos invitaron a conocer los salones privados –donde recientemente realizaron algunas compras JLo y Ben Affleck– y a crear un aroma personalizado de la mano de uno de los fundadores de Ex Nihilo, una marca francesa de perfumería de nicho. Tras una comida en su restaurante Voyage, seguimos caminando hacia el puente de Sully para llegar al hotel SO/ Paris. Con un concepto de lujo contemporáneo que fusiona moda y arte, esta propiedad, que en el pasado era una estación de policía, destaca por sus exquisitos detalles de diseño concebidos por el despacho RDAI. Animado, trendy y cinematográfico, el restaurante Bonnie –con espectaculares vistas panorámicas– se ha convertido en uno de los hot spots de la ciudad, entre otras razones gracias a un menú de espíritu parisino con toques neoyorquinos, así como por la instalación del artista Olafur Eliasson que comparte con el bar y el club. Es el alojamiento ideal para los espíritus creativos.
QUINTO DÍA
Entre platos y copas
La mañana libre fue perfecta para perderse en Le Marais y explorar sus tiendas, cafés y librerías. Hacia mediodía, todos teníamos que estar de vuelta en el hotel para dirigirnos a Pavyllon, restaurante del chef Yannick Alléno a un costado del Petit Palais. Reconocido con una estrella Michelin, este espacio dedicado a la gastronomía francesa sirve delicias como su ensalada de shiso tempura, un tiradito de callo de hacha, el rape con caviar y el mejor filete a la pimienta de la ciudad. Los planes de la tarde incluyeron una visita a la tienda insignia de Maison Codage, donde con la ayuda de un cuestionario acerca de las necesidades y condiciones de nuestra piel pudimos formular un suero personalizado para el rostro.
La noche comenzó en Le Bar Josephine del hotel Lutetia, donde con música de jazz en vivo como fondo disfrutamos algunos de los cocteles más representativos de su menú –muchos inspirados en la bailarina Josephine Baker– y algunos hors d'oeuvre que abrieron el apetito para una de las experiencias más esperadas del viaje. Esa noche cenamos en Le Meurice, restaurante que consagró al chef Alain Ducasse como uno de los máximos exponentes de la gastronomía gala. La mesa del chef es una sala privada rodeada de ventanas orientadas a la cocina, hoy a cargo del chef ejecutivo Amaury Bouhours, en la que decenas de cocineros demuestran sus afinados talentos para crear platos como el besugo con betabel y yogurt ahumado, la langosta azul crujiente o la ternera al grill con col verde.
SEXTO DÍA
La despedida
Aprovechamos las primeras horas del miércoles para comprar los últimos souvenirs que nos acompañarían de regreso a México. Sin embargo, nos aguardaba una última sorpresa. Nuestra comida de despedida fue en el hotel Shangri-La, donde el staff nos organizó un recorrido por la propiedad, sus jardines y una de las suites con mejores vistas de la ciudad. En esta última, nos esperaba una mesa de postres –incluidos los mejores éclairs de chocolate del viaje–, varias botellas de champaña y la esbelta silueta de la torre Eiffel para tomarnos las últimas fotos del recuerdo. Ya era hora de dirigirnos al aeropuerto. Por supuesto, el Centurion Lounge nos esperaba.