Su historia singular se remonta a Mieres, el pequeño pueblo de Asturias donde nació. Sin embargo, creció en Barcelona, donde aprendió de guisos y fogones al lado de su madre. Fue uno de los discípulos de El Bulli, el celebrado restaurante de Ferran Adrià, de quien ahora es socio en Little Spain en Nueva York, aunque también se fogueó en las cocinas de los buques de la Marina Española hasta llegar a Nueva York en 1991, donde empezó su sueño americano.
Su pasión por la cocina y por la creación de conceptos es tan grande como la labor humanitaria que ejerce en World Central Kitchen, la organización sin fines de lucro que fundó en 2010 como respuesta al terremoto que sacudió y de- vastó Haití. Desde entonces, ha llevado alivio a la gente a través de comidas frescas y calientes tanto en escenarios de guerra como de desastres naturales.
Hoy, lo que empezó con un grupo de voluntarios es una de las grandes organizaciones de ayuda humanitaria del mundo, tal y como atestiguan las más de 70 millones de comidas que han entregado. Pero son su mentalidad imparable y su energía contagiosa las que le permiten estar pendiente tanto de su negocio (comensales y empleados) como de la familia, todo eso antes de convertirse en una suerte de superhéroe cuan- do escucha el llamado de los más necesitados. En ocasiones su ritmo frenético pareciera convertirlo en omnipresente, como si tuviera la capacidad de estar en distintos lugares al mismo tiempo.
“En el centro de toda esta locura, el pegamento que me sostiene y que no deja que me caiga a pedazos es mi deseo de alimentar al mundo. No solamente a los foodies de Instagram y al puñado de gente que se puede permitir ir a mis restaurantes elegantes. No solamente a la gente de Haití, con la que trabajamos para construir estufas limpias y cocinas solares, o a los 5 mil habitantes de la calle que alimentamos diariamente en Washington D.C.
Quiero alimentar a todo el mundo y hacerlo de una manera que inspire a la gente a mirar la comida desde un nuevo ángulo”, sostiene en su libro Verduras sin límites. José Andrés no despacha desde una computadora en una oficina, sino que arriesga su pellejo en el campo de batalla, como demuestra su presencia en Ucrania, a donde voló junto a su equipo para repartir un poco de calor para el alma en medio de la incertidumbre y la desazón.
Ya son múltiples los galardones y reconocimientos que ha conseguido con sus restaurantes y con su faceta de filantropía y activismo, que ha quedado retratada en el documental Alimentando al mundo, dirigido por Ron Howard para National Geographic. En el filme, una cámara sigue la pista a José Andrés en su tarea de proveer algo más que alimentos.
Al final de cuentas, una comida no es solo saciar el apetito, sino que también puede traducirse en esperanza, alimento para el espíritu y dignidad. “El alimento no es solo gasolina. Es historia, cultura, política, arte. Es nutritivo para el alma. Si sueno emocionado y un poco emocional es porque lo soy. Hay un simple hecho en la vida y es que comeremos dos o tres comidas diarias hasta nuestra muerte. Todos deberíamos ser expertos en comer. Aquí está mi huella en cómo llegar a serlo”, afirma en el prefacio del mencionado libro.
Mientras tanto, José Andrés sigue llegando a más gente mientras trata de aumentar las donaciones para su organización. Una semilla de esperanza en un mundo que hace demasiado que camina asomado al precipicio.
¿Por qué lo elegimos?
Es el fundador de World Central Kitchen, la organización no gubernamental con la que ha entregado más de 70 millones de comidas a personas en estado de vulnerabilidad en zonas de guerra o desastres naturales.