Si bien ya tenía el gusto de conocerlo y de haber participado en algunas de las experiencias de cocina virtuales de las que fue anfitrión durante los meses más complicados de la pandemia, no había tenido oportunidad de platicar con él de manera tan directa. Más allá de su indiscutible talento para la cocina, su carisma y su don de gentes son verdaderamente innegables. Escucharlo hablar sobre las particularidades de crear un menú destinado a servirse en un avión, del trabajo que hay detrás de su preparación y de su pasión por el servicio es verdaderamente inspirador.

Él mismo es un experimentado viajero y ha recorrido el mundo de distintas maneras. Por eso, cuando comparte sus experiencias uno no puede hacer más que sentirse identificado. “Volar es una experiencia única, un acto de fe. Para mí, estar en ese trayecto –que no solamente es el vuelo– es algo maravilloso”, sostiene en un video que se grabó para la ocasión.
Ciertamente hay una gran diferencia entre volar en la cabina de clase business y la de clase turista, especialmente en trayectos largos. No es lo mismo dormir totalmente acostado, disfrutar de un menú preparado por un chef de renombre internacional, maridarlo con una cuidada selección de vinos y minutos antes del aterrizaje recomponerse con un kit de arreglo personal de primer nivel. En realidad creo que no necesito convencer a nadie de las bondades de un viaje en una clase superior y tampoco escribo esta columna para eso.