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Volar en calma

¿Acaso soy el único que piensa que un vuelo es la oportunidad perfecta para desconectarnos y bajar las revoluciones? El chef Mikel Alonso me ayudó a confirmar que no.
jue 04 noviembre 2021 12:51 PM
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Hace poco más de una semana, el chef Mikel Alonso presentó en su restaurante LUR algunos de los platillos que integran el menú que creó para los pasajeros que vuelan en World Bussines Class de KLM de la Ciudad de México a Ámsterdam.

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Si bien ya tenía el gusto de conocerlo y de haber participado en algunas de las experiencias de cocina virtuales de las que fue anfitrión durante los meses más complicados de la pandemia, no había tenido oportunidad de platicar con él de manera tan directa. Más allá de su indiscutible talento para la cocina, su carisma y su don de gentes son verdaderamente innegables. Escucharlo hablar sobre las particularidades de crear un menú destinado a servirse en un avión, del trabajo que hay detrás de su preparación y de su pasión por el servicio es verdaderamente inspirador.

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Estar en el aire es una oportunidad para hacer una pausa.

Él mismo es un experimentado viajero y ha recorrido el mundo de distintas maneras. Por eso, cuando comparte sus experiencias uno no puede hacer más que sentirse identificado. “Volar es una experiencia única, un acto de fe. Para mí, estar en ese trayecto –que no solamente es el vuelo– es algo maravilloso”, sostiene en un video que se grabó para la ocasión.

Ciertamente hay una gran diferencia entre volar en la cabina de clase business y la de clase turista, especialmente en trayectos largos. No es lo mismo dormir totalmente acostado, disfrutar de un menú preparado por un chef de renombre internacional, maridarlo con una cuidada selección de vinos y minutos antes del aterrizaje recomponerse con un kit de arreglo personal de primer nivel. En realidad creo que no necesito convencer a nadie de las bondades de un viaje en una clase superior y tampoco escribo esta columna para eso.

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Entre todas las perspectivas e impresiones compartidas por Alonso hubo una que llamó particularmente mi atención. En algún punto aseguró que un vuelo largo es, probablemente, uno de esos pocos momentos en los que puede estar con él mismo, en silencio, reorganizando sus pensamientos y disfrutando verdaderamente de simplemente estar. En un vuelo, sin acceso a internet –es cierto que los más workaholics ya podemos pagar un extra por estar conectados incluso durante nuestro tiempo en el aire– y a la línea telefónica, sin correos electrónicos ni mensajes de WhatsApp que nos bombardean, la vida se percibe de una manera distinta.

Sea que decidamos dormir, comer, ver una película, leer ese libro que lleva meses en nuestra mesita de noche, planear el itinerario para nuestro destino, escuchar música o, como en mi caso, escribir en paz, un vuelo es una oportunidad para desconectarnos, bajar el ritmo y mirar hacia la ventana y darnos cuenta del prodigio que es estar a bordo de un avión, desplazándonos a cientos de kilómetros por hora, a punto de comenzar una aventura con apenas aterrizar. “Lo importante no es el viaje, sino el trayecto”, dicen algunas personas. Lo pongo sobre la mesa y lo dejo a consideración de los lectores. Probablemente valga la pena abordar la próxima vez con esta idea en la cabeza. Tal vez la experiencia de vuelo sea totalmente distinta. Tal vez no.

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