Viendo el trailer de Roadrunner, el documental sobre la vida del chef Anthony Bourdain que se acaba de estrenar en Estados Unidos, llamó mi atención una escena en la que se le ve acostado delante de un letrero escrito a mano en el cual se lee la frase Be a traveler, not a tourist! (¡Sé un viajero, no un turista!). De fondo se escucha su voz, haciendo una profunda reflexión sobre los viajes: “Viajar no es siempre algo bonito. Te alejas, aprendes, te haces cicatrices y marcas, y cambias a lo largo del proceso”.
Ser turistas o viajeros, esa es la cuestión
Si lo pensamos bien, viajar de la manera que lo hacemos hoy es un verdadero prodigio. A bordo de un avión, de un crucero de última generación o de un tren de alta velocidad, podemos llegar, en cuestión de horas, a lugares que, en otra época, hubieran requerido traslados de semanas, meses o años. Por otro lado, en algún punto del camino, hemos caído en la trampa de los itinerarios que prometen llevarnos a una gran cantidad de destinos en tiempo récord, como si estuviéramos compitiendo por completar una lista de ciudades en las que se ha puesto un pie, aún solo sea para recorrer en unos cuantos minutos su plaza principal.
Supongo que viajar de esta manera es una consecuencia de la época tan acelerada en la que vivimos. Queremos abarcarlo todo en el menor tiempo posible; necesitamos la foto en nuestro feed de Instagram. Por este motivo, la frase que aparece escrita detrás de Bourdain y que menciono en el primer párrafo, me llegó como una cachetada con guante blanco y me ha obligado a plantearme la pregunta: ¿Soy un turista o soy un viajero?
Habría que comenzar por definir cada término. Según la RAE, un turista es una persona que viaja por placer y un viajero es alguien que relata un viaje. Yo añadiría que el turista es alguien que viaja simplemente para ver y que un viajero es una persona que mira con detenimiento, que observa con curiosidad y que busca conectar con el lugar que visita, con su historia, sus sabores y su gente. Un viajero, también es alguien que pone los pies en territorio ajeno con humildad y respeto. Siendo totalmente honesto, creo que he sido ambas cosas, y ambas de manera inconsciente.
Fui turista con un presupuesto casi inexistente en Londres, cuando en un solo día caminé más de 30 kilómetros –para evitar pagar sus carísimos boletos de metro– y pasé delante del London Bridge, el Big Ben, el Castillo de Buckingham, la TATE, el British Museum, el Victoria & Albert, la National Gallery y Piccadilly Circus, entre muchos otros puntos de interés en la ciudad, para regresar agotado al hotel a cenar un sándwich de Tesco.
Mi experiencia más reciente como viajero fue en febrero de este año. Después de una pausa en los viajes internacionales impuesta por la pandemia –que se me hizo mucho más larga de lo que realmente fue–, tuve la oportunidad de conocer Islas Secas , en Panamá. Este resort se encuentra en un archipiélago privado integrado por 14 islas al que se llega en el avión de la propiedad, desde la Ciudad de Panamá. Cuando todas sus habitaciones están ocupadas, en la isla principal puede haber un máximo de 24 huéspedes, más los miembros del staff, un equipo que ronda las 80 personas. Durante mis primeros dos días de estancia en este paraíso rodeado de naturaleza, yo fui el único huésped. En cada una de las actividades planeadas pude conocer a cada persona, platicar con ellos, conocer parte de su historia, contarles algo de la mía, bromear y aprenderme sus nombres. Cada uno me enseñó algo del destino, de la gastronomía, las costumbres y las especies animales y vegetales de las islas, a pesar de, en algunos casos, no ser de Panamá. Andrey, Saúl, Beny, Israel, José, Laura, Brizia, Adán, Arlen… Todos ellos me recordaron la importancia de la conexión con el entorno, pero también de conectar los unos con los otros.
A su manera, cada uno me sacó una sonrisa y, sobre todo, dejó grabado en mi mente un recuerdo. No puedo olvidar aquella plática con Andrey en mi primera visita al bar, el ceviche con que me recibió Saúl, las bromas de Adán y Arlén durante cada comida, la paciencia de Laura e Israel en el tour de paddle board alrededor de las islas, el consejo de Beny para no correr riesgos en la playa –“Nunca te sientes debajo de una palmera o un coco podría poner tu vida en peligro”– y lo desolado que me sentí cuando tuve que volar de regreso a mi realidad cotidiana.
Entre ser turista y viajero, hay muchas diferencias. A mi manera de verlo, la principal es que si optamos por la segunda opción, siempre regresamos a casa transformados. No importa la duración del viaje, tampoco el destino ni la compañía. Lo verdaderamente importante es ir con los sentidos despiertos, con hambre de aprender, de descubrir, de preguntar y de dejarnos sorprender por lo que se pueda encontrar en el camino. Como bien decía Bourdain, no siempre será algo bonito, pero muy probablemente sea lo que necesitamos.
Para conocer mi paradero en tiempo real los invito a seguirme por Instagram ( @pmaguilarr ). Nos leemos en dos semanas.