Chiloé, la isla de Chile que debes visitar por lo menos una vez en tu vida
Una antigua leyenda narra que hace miles de años, los hombres, los animales y las plantas vivían en el fondo del mar al amparo de Cai-Cai Vilú. Un día que el espíritu de las aguas se quedó dormido, los hombres subieron y, al descubrir la tierra, decidieron irse a vivir en ella. Cuando despertó, Cai-Cai Vilú intentó ahogarlos subiendo el nivel del mar, pero Ten-Ten Vilú, el caballo culebra de la tierra, elevó a su vez el suelo para protegerlos en una lucha que dio lugar a la formación de Chiloé.
Es este archipiélago donde el fondo del mar queda expuesto dos veces al día, el territorio que nos disponemos a descubrir.
El paisaje chilota
Inaugurado hace poco más de 4 años, Mocopulli, el pequeño aeropuerto de Chiloé, resulta encantador a los ojos de los turistas con una única banda para recoger el equipaje y, a pocos metros, una puerta de cristal que lo separa de la calle. El trayecto nos ofrece un paisaje único: casitas con muros de tejuela y techo de dos aguas, valles llenos de ovejas y una impresionante cantidad de aves locales, como cisnes de cuello negro, taguas y tiuques, y otras como el sarapito de pico recto y el sarapito de pico curvo, que migran desde Alaska para alimentarse del bordemar.
Apenas caminar sobre la grava nos recibe la minimalista arquitectura en madera del Hotel Tierra Chiloé, que suma a la geometría de sus líneas, los materiales y acabados de las construcciones chilotas, además de una ubicación insuperable en la isla principal del archipiélago, justo frente a la bahía de Rilán y el humedal de Pullao. Cae la tarde y en una parte del valle se prepara un platillo muy especial, el curanto. Tradicional de Chiloé, consiste en una fuente de pollo, carne, longaniza, choritos (mejillones) y navajuelas, además de milcaos y chapaleles, que son tortitas hechas con algunas de las 150 variedades nativas de papa. Todo se cuece en un hoyo en la tierra donde previamente se han colocado piedras al rojo vivo. Posteriormente se cubre con hojas de nalca para que se cocine por alrededor de una hora.
Transcurrido este tiempo nos reunimos con los otros huéspedes para celebrar el sacado del curanto, un momento de fiesta que se acompaña de canciones típicas con acordeón. Entre el frío y el viento, que pronto asociamos con el clima chilota y que se siente tan agradable al calor del improvisado horno, se reparten choritos y almejas que aderezamos con unas gotas de limón.
Los otros ingredientes serán degustados un par de horas más tarde como estrellas del menú que se propone para la cena de esa noche, cuando descubrimos la textura extraordinaria que se consigue mediante el cocimiento al vapor y el particular sabor que otorga al curanto la hoja de nalca.
Castro, Dalcahue y Quemchi
A primera hora de la mañana partimos hacia Castro, capital del archipiélago y una de sus ciudades principales. Construida en el siglo XVI, es la tercera más antigua de Chile. Su trazo parte de la Plaza de Armas, que es presidida por la Iglesia de San Francisco, uno de los 16 templos de Chiloé declarados Patrimonio de la Humanidad y que pertenecen a la llamada Escuela Chilota de Arquitectura en Madera.
Bajamos por la calle Blanco que, tras el incendio de 1936, donde se quemó más de la mitad de la ciudad, exhibe una arquitectura inspirada en la corriente racionalista, pero reinterpretada por los carpinteros chilotes, lo que dio lugar a una modernidad regional y totalmente diferente.
La siguiente parada son los palafitos de Castro, casas de madera montadas sobre pilotes, justo en el bordemar y quizá la imagen más conocida internacionalmente de Chiloé. Tras un proceso de rescate y renovación, en el que participó Edward Rojas, Premio Nacional de Arquitectura, se transformaron de viviendas en peligro de ser demolidas a edificaciones reconocidas como únicas en el mundo al estar situadas en la primera línea de la ciudad. Hoy albergan cafeterías, galerías de arte y modernos hostales.
Partimos hacia Dalcahue y nos detenemos a almorzar en Rucalaf Putemun, restaurante famoso por sus platillos de cocina criolla y tradicional, como los chunchules (intestinos) rostizados en manteca de cerdo, el estofado de conejo y los timbales de papas nativas con mariscos del día. Ya en la ciudad visitamos el mercado de artesanías y las Cocinerías La Dalca, locales de comida típica reunidos en una hermosa obra de Edward Rojas, un palafito inspirado en la forma de las embarcaciones de los chonos, pueblos nómadas del mar.
Concluimos con una visita a Quemchi y la Casa Museo del escritor Francisco Coloane. Aunque no es la original, la vivienda reproduce en todos sus detalles el hogar de infancia del célebre novelista chilota, con la estufa de leña en el centro de la habitación principal, a la usanza de todas las casas típicas de la isla, donde la vida se desarrolla alrededor del fuego.
Chelín y Quehui
Abordamos la “Williche”, embarcación del hotel, para descubrir dos pequeños poblados, el primero de ellos Chelín, con apenas 350 habitantes. Apenas desembarcamos nos sorprende la belleza de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, también Patrimonio de la Humanidad y construida en 1888. Presenta el estilo neoclásico que los jesuitas trajeron a estas islas durante la misión circular de evangelización, con un techo en forma de barco invertido y tejado en tejuela de alerce, árbol endémico del bosque valdiviano.
Visitamos el cementerio y de ahí nos dirigimos cuesta arriba hacia un mirador con la imagen de la Virgen de Lourdes. Entre la lluvia observamos el verdor de la isla con el mar de fondo y finalmente descendemos hacia el muelle para navegar a Quehui, donde practicamos kayak y senderismo. Desde un zodiac, bote a motor, nos internamos en la bahía para disfrutar de un paisaje único delimitado por las montañas.
El Muelle de las Almas y Bosquepiedra
Chiloé, que en idioma williche significa “lugar de gaviotas”, se distingue por un clima extremo con estaciones marcadas y grandes precipitaciones. Aunque es verano y estamos en la época en que llueve menos, camino al Muelle de las Almas, en el lado oeste del archipiélago, nos sorprende un temporal que hace imposible visitar uno de los puntos turísticos más impactantes. Al no estar protegida por las cordilleras de Piuchén y Pirulil, como la mayoría de los poblados de Chiloé, que se ubican al este, la zona resulta particularmente susceptible a los vientos del Pacífico.
Sin más remedio que aceptar la cancelación de la espectacular visita y a mitad de camino entre Cucao y Bosquepiedra, nos detenemos a comer en las famosas empanadas de Morelia, restaurante que lleva el nombre de su dueña, quien inició vendiendo estas delicias de carne y mariscos en un carrito a las afueras del Parque Nacional de Chiloé.
En Bosquepiedra nos recibe Elena Bochetti, encargada desde hace 25 años de esta reserva y también del proyecto homónimo de educación y preservación del bosque nativo, en cuyos senderos encontramos especies como mañío, coigüe, ciruelillo y canelo, el árbol sagrado de los mapuches.
La minga y el trabajo en equipo
Un grupo de hombres dirige el paso de una yunta jalada por bueyes. La comunidad reunida los alienta hasta que logran arrastrar una vivienda entera, incluso sobre el mar, hasta su nueva ubicación.
La tiradura de casa es probablemente el más famoso ejemplo de una minga, como se le denomina en la Patagonia al trabajo comunitario que, tras ser realizado, se recompensa con una gran celebración en la que se ofrecen música y comida tradicional.
Un ejemplo del carácter que el pueblo chilota ha desarrollado tras cientos de años de habitar este territorio insular y que se traduce en un espíritu de cooperación y solidaridad de tal dimensión que es capaz de mover una casa desde sus cimientos.