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El museo que cambió España cumple 20 años

Viajamos hasta Bilbao para formar parte de la celebración de Guggenheim.
mié 09 agosto 2017 11:13 AM
El famoso Guggenheim de Frank Gehry.
El famoso Guggenheim de Frank Gehry. El famoso Guggenheim de Frank Gehry.

Hay edificios que orientan una ciudad. Aparecen y, cual gran truco, ¡pum!, transforman. irrumpen y renuevan. Hay edificios que lo cambian todo... tooodo”. El eco lo repite una vez más y lo deja en claro: “todo... tooodo”. Debajo del puente de La Salve, la acústica asume su rol y replica una vez más la sentencia. Es más, parece darle sentido a la escueta y apurada síntesis que hago sobre qué significa el edificio que está frente a nosotros. Es medianoche y el silencio contribuye al eco. Lo amplifica, le da vida y el “tooodo” vuelve por última vez.

No ha pasado más de media hora desde que cruzamos en coche por encima del puente para llegar a Bilbao, atravesando la puerta creada sobre él por el escultor francés Daniel Buren, y lo primero que tenemos en la agenda es correr ahora por debajo, cámara en mano, hasta la avenida Abandoibarra y presenciar el silencioso espectáculo (la mejor síntesis) del museo Guggenheim. Fabián parece no ponerle atención al eco ni a mí. Él lleva la cámara (es el fotógrafo designado) y se ve más preocupado por elegir un lente que por escuchar una opinión cualquiera sobre un museo. Es su primera vez y no lo culpo por no escuchar cuando le cuento sobre mi primer viaje, cargando a mi hijo Emiliano en el pecho, por la obra de Frank Gehry y la sensación de que un edificio cambió todo...“tooodo”.

Estamos ya a unos pasos del show, casi al final del puente, y el titanio y las curvas se asoman. Ahí, Fabián cambia de foco. Olvida la cámara y se pierde en las estructuras imposibles. Ahora, el eco juega con él: “¿Qué es esooo?... esooo... esoo”. Eso, eso es... un museo. Son 24 mil metros cuadrados de arte. Una escultura épica. Una atracción turística. Un hito de la arquitectura moderna. Un referente del País Vasco. Una joya del urbanismo. Un ícono de una ciudad. Uno de los 12 tesoros de España. Un motor de Bilbao. Un espectáculo. Eso, eso es... un museo.

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La genialidad de Gehry.
La genialidad de Gehry.

Ha pasado media hora desde que terminamos de recorrer, guiados por el reflejo del titanio, cada curva y cada esquina a la que por ahora tenemos acceso. Regresamos al punto de partida y henos aquí, debajo del puente. El río del Nervión está repleto de peces y el silencio dura varios minutos más. Es así, hay que quedarse callados y reflexionar. Supongo que aquel: “¿Qué es esooo?” busca sus propias respuestas y sí, insisto, es así. Basta caminar unos minutos a su lado para que esa construcción de volumen y perspectiva deje de ser un edificio. Ahora, el problema es encontrar el concepto que sustituya esa idea para empezar a dimensionar y responder. Ahora, Fabián quiere escuchar la historia. Ahora, la atención está ahí.

Para no perder terreno ni atención, la explicación técnica abre el camino de la narración: el Guggenheim se empezó a construir en octubre de 1993. Costó casi 100 millones de dólares y formó parte de la idea de reurbanizar Bilbao. En realidad, nace de la idea de provocar. El proyecto se basaba en crear un edificio que irrumpiera en la ciudad como un foco de referencia del panorama artístico internacional, formando parte de un macroplan que buscaba transformar la visión de la ciudad, provocando una llegada masiva de turismo. En ese plan, tres grandes nombres de la arquitectura llevarían el peso estelar: el inglés Norman Foster al diseñar y darle forma a la red del metro de la ciudad. El español Santiago Calatrava, encargado de revivir el aeropuerto y también de crear el puente Zubizuri, a unos pasos del Guggenheim, y, por último, el abanderado canadiense, Frank Gehry, encargado de hacer bocetos y bocetos, tal y como lo muestra el director Sydney Pollack (Tootsie) en el documental Sketches of Frank Gehry, del proyecto con el que se pensaba cambiar la ciudad. A ellos habría que sumarle (para entender la magnitud del proyecto estatal y privado), la reconstrucción, en 2013, del mítico estadio de futbol del Athletic Club, San Mamés, creado por el arquitecto español César Azcárate, y la construcción de la torre Iberdrola, diseñada por el argentino César Pelli, en 2007.

Irrupción... esa era la idea con la que convencieron a Gehry (premio Pritzker, en 1989, y premio Príncipe de Asturias de las Artes, en 2014) de llegar hasta Bilbao. Es, sin duda, el concepto que mejor encaja para regresar a la historia del Guggenheim. La meta era crear un espacio que reorientara la trama de la ciudad, que tuviera la capacidad de atraer y dinamizar el orgullo de los vascos y, para ello, había una sola opción: un edificio que transformara el gran eje de la ciudad, el río del Nervión. La idea, más que atractiva, le pareció oportuna a Gehry, quien había sufrido el rechazo de su gran proyecto de vida: el Auditorio de Walt Disney, en Los Ángeles. Y, con sus bocetos bajo el brazo, viajó hasta España para observar el antiguo muelle que le ofrecían como espacio para su obra y ahí lo entendió todo... “tooodo”.

El calendario ponía la X en el mes de octubre de 1993 y la primera placa de titanio estaba lista para darle vida al Guggenheim. Cuatro años después, las puertas se abrieron y, por un momento, Bilbao se detuvo a contemplar su nueva ciudad. Por sus calles, ya no había sólo españoles... franceses, estadounidenses, italianos, argentinos, sudafricanos, japoneses y mexicanos esperaban en la entrada (o debajo del puente) para entrar dentro de esa estructura imposible y entender cómo el arte lo cambia tooodo.

La nueva Bilbao cumple 20 años.
La nueva Bilbao cumple 20 años.

Idoia Arrate está parada en el centro de todo. En lo que llaman el corazón del museo. Ahí, en el atrio principal, nos espera con una sonrisa, un par de boletines en mano y con la mirada perdida en un hombre que limpia una de las 33 mil placas de titanio que recubren el edificio. Ella ha hecho este recorrido durante más de una década y aún mantiene en la mirada esa incertidumbre de no saber dónde se está parado en realidad. “Es un gusto recibirlos. Esto es el museo Guggenheim de Bilbao... encantador, ¿no?”.

Curvas y más curvas. Un elevador de cristal y titanio. Una profundidad inmensa. Un laberinto de formas. Diversas formas... eso es lo que captura el lente de Fabián. Mira la foto en la pantalla y sonríe. Le enseña la imagen a Idoia y se sorprende. Seguramente ha visto esa foto cientos de veces, pero se sorprende. “Han llegado en el mejor momento. Hemos arrancado las celebraciones por el 20 aniversario del museo. Nuestro lema para la ocasión quizá les ayude a entender lo que buscamos: “El arte lo cambia todo”. “¿ tooodo?”, pregunto: “Sí, todo. El arte cambió esta ciudad. Nos cambió como bilbaínos. Nos cambió como vascos. Lo cambia tooodo”, sentencia Arrate y se lanza, sin freno, a enunciar algunas de las exhibiciones y proyectos que tendrán para apagar las velitas y festejar. Esto hay que celebrarlo.

Durante un año, de octubre de 2016 a octubre de 2017, decenas de artistas internacionales pasarán por las salas del museo: Francis Bacon, Jackson Pollock, Barnett Newman, Tolouse-Lautrec, Signac, Picasso y Velázquez, por mencionar algunos pintores; Albert Oehlen, Fiona Tan, Pierre Huyghe y Bill Viola, como artistas experimentales del video; Anni Albers, en el diseño textil, o Pello Irazu, como representante de la escultura vasca”. Idoia se queda sin aire, pero sonríe. “Además, la celebración contará con conciertos de jazz, Kraftwerk, un mes de pirotecnia y luces...”.

Para resumir... una fiesta de un año de duración que culminará el próximo 18 de octubre, más que merecida, que incluirá también algunas conferencias de Frank Gehry, así como enlaces a una de las áreas más sagradas del País Vasco: la comida, a cargo del chef Andoni Luis Aduriz, dueño de Mugaritz. “Sé que, al final, los números ayudan...”, sentencia Idoia: “20 millones de visitantes en 20 años (de los cuales 60 por ciento son extranjeros, dejando en claro, una vez más que sí, el arte lo cambia tooodo). 150 obras en su colección propia (con un valor de 800 millones de dólares, entre ellas, Puppy, el cachorro de Jeff Koons que vive en la entrada) y 5 mil millones de dólares en ingresos (casi 50 veces el costo de la obra)”.

Idoia respira. Estamos en medio del laberinto de Serra. Fabián respira. Yo, respiro. “Aún queda edificio por recorrer, ¿continuamos?”, pregunta Idoia y respondo: “¿Edificio? ¿Cuál edificio?".

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