5 personajes para entender el ron cubano
Sentado en la calle, un lugareño come una enorme vaso de helado de vainilla ayudado por una tarjeta de crédito, bocado a bocado. Un turista se acerca y le pregunta por qué come así. “¿Con una cuchara?”. “No, eso es una tarjeta de crédito”, replica el turista. “¿Para qué banco?”, le responde socarronamente el habanero. Touché. El extranjero huye confundido.
“El cubano solamente sabe cómo empezará el día, pero nunca cómo lo acabará”, nos explica Jorge, el guía del viaje, tras la escena. “Acá se vive al día”, remata. Y es cierto, allá donde uno vaya puede ver que a La Habana, como a toda bulliciosa ciudad latina, la hacen sus habitantes.
Quizás éste sea un principio, más que visible, audible, ya que la trova, el bolero, el son o la rumba conviven en cada esquina con hip hop. El máximo exponente de ello lo encontramos en Daymé Arocena , una joven afrocubana de 23 años cuya potentísima voz puede absorber tanto el mejor jazz, como la mejor canción pop. Algo que quedó demostrado en su primer LP, Nueva era (2015), que constituye todo un manifiesto de intenciones, y se confirmó con One Takes (2016). Sus giras la han llevado a salas de conciertos de toda Europa y Estados Unidos. “Cuando voy allá, las mujeres son cuadradas. ¡Para ser feliz necesitas el ocho!”, exclama, antes de estallar a carcajadas, desacomplejada y espontánea.
Pero la capital cubana es también un hervidero de artistas y diseñadores que, hasta hace poco, tenían escasos escaparates. “El arte contemporáneo cubano siempre ha existido, pero su boom ha sido en los últimos 10 años”, explica Adán Pérez Gorría, comisario de la galería Estudio Gorría, espacio que reformó en un barrio humilde de La Habana Vieja junto a su padre, el famoso actor protagonista de Fresa y chocolate (1993), Jorge Perugorría .
Arles del Río, Henry Eric Hernández y Esterio Segura Mora son algunos de los prodigios que Adán cita como básicos para entender el arte conceptual de la isla. Todos estos artistas, incluido el propio Adán con su banda Nube Roja , se dan cita semanalmente en la Fábrica de Arte Cubano , una majestuosa nave industrial que une arte, danza, teatro, cine y música en un mismo espacio, todo regado por el mejor ron.
Y es que, así como la música y el arte son ingredientes básicos de la cultura habanera, también lo es el eterno destilado de caña de azúcar. Es por ello que Havana Club , gestionado en alianza comercial entre Pernod Ricard y el gobierno cubano, hace un enorme esfuerzo por promover lo mejor de la isla, a la vez que administra cada parte del proceso para obtener el licor. “Sólo en la ronera San José se producen 1.5 millones de litros de ron”, presume Jérôme Cottin-Bizonne, CEO de la compañía, frente a esta imponente planta a las afueras de la ciudad.
Asbel Morales, junto a otros siete maestros roneros, es el encargado de que cada uno de esos litros sea de una calidad indiscutible, desde que abandona la planta hasta que se sirve en la barra de un bar en cualquier rincón del mundo, incluyendo la ciudad que le da nombre. Únicamente ahí es donde el ron adquiere un sabor distinto y oleoso si es añejo, y fresco si es blanco.
Este último es perfecto para hacer cocteles, como bien sabe el mixólogo británico Andy Loudon, ganador del Havana Club Cocktail Grand Prix 2014, cuyas invenciones se pueden probar en el famosísimo restaurante La Guarida .
Su creación victoriosa, La Piña de Plata, homenajea el primer nombre del Floridita , famoso bar que inventó el daiquiri. Para esta atinada mezcla de ron blanco con azúcar, lima, piña y vino blanco cubano argumentó inspirarse en el arte y la vida vibrante de la capital. Al fin y al cabo, no hay mejor lugar que el tejado de La Guarida para entender la máxima de esta ciudad de bajos edificios coloniales: “Se vive al día. Sabes cómo empieza, pero jamás, cómo acaba”.
LA UNIÓN PERFECTA
La colaboración entre maestro ronero y sommelier de habanos da como resultado Havana Club Unión : el primer ron pensado para ser disfrutado junto a un Cohiba .