5 razones para amar el vino mexicano
Mucho gusto. Soy el Food Spy. A partir de hoy nos encontraremos aquí en Life&Style.la y expansion.mx cada semana.
Desde que tengo memoria, me fascina la comida –yo fui de esos niños que a los 5 años le interesaba más probar el sabor del foie que el de la catsup, pero también desde chiquito amé los tacos de suadero bien doraditos–, me emociona conocer todo tipo de lugares y platillos, y me encanta compartir mi experiencia, dejándote saber –como un comensal anónimo: un espía– los mejores secretos de la buena comida #FoodBest así como las grandes fallas #FoodFail. Prometo hablar con la verdad y espero que te lleves uno que otro buen consejo. Se va a poner divertido.
Para arrancar esta columna, hablaré de una de mis pasiones, el vino. Aquí están cinco motivos por los cuales me vuelve loco el vino de nuestro país:
1. Tiene mucho corazón
La comunidad de vitivinicultores es de mucha garra, de mucho corazón, proviene de tierras agrestes, tiene pocos estímulos, le cuesta caro hacer sus vinos y le cuesta trabajo venderlos. Sin embargo, se entregan en cuerpo y alma a su labor. Aman lo que hacen y se nota. Encuentro en los consumidores de nuestro vino a un conocedor, convencido nacionalista (sin necesariamente ser de nacionalidad mexicana) y que valora el vino hecho en esta tierra y sus historias. Con esta comunión entre productores y consumidores, el vino mexicano llegó para quedarse.
2. Su naturaleza relajada
El vino mexicano no pretende ser una bebida de reyes, ni de aristócratas, tampoco busca embajadores que lo representen (ni bloggeros, ni twitteros). Sirve a un mercado apasionado. Los enólogos y vitivinicultores que conozco –desde el del vino de 39 pesos hasta los multipremiados de Casa Madero y Monte Xanic– disfrutan el placer de ser parte del mundo del vino mexicano.
3. Su sal
El sabor es único, delicioso y, en buena parte y a diferencia de muchas regiones vitivinícolas, el agua tan cercana al mar que riega el valle de Guadalupe –zona principal de producción en México– le aporta una salinidad (mineralidad, le llaman los conocedores) que, a mi gusto, lo hace único y exquisito.
4. Por la escuelita
Creada en 2004 por Hugo D’Acosta (ya les contaré su historia en otra ocasión), en pleno valle de Guadalupe, es hoy el paraíso de los aficionados del vino y de quienes, en un futuro, quieren dedicarse a él, invertir en él o, simplemente, tenerlo como hobby. La escuelita y su filosofía celebran este espíritu de brazos abiertos de nuestra industria del vino.
5. Su versatilidad e innovación
Tenemos de todo: en tintos hay cabernet sauvignon, merlot, tempranillo, syrah, zinfandel, grenache, cabernet franc, nebbiolo, cinsault, carignan y, en blancos: sauvignon blanc, chardonnay y viognier, entre otros. Además, nuestro vino tiene el enorme reto de ponerse a la par de nuestra comida. Soy un convencido de que el mejor maridaje de la comida mexicana es su vino.
No puedo terminar sin antes decirte lo que no me gusta nada de nuestros deliciosos vinos: su régimen fiscal. Entre el IEPS, de 26.5%; y el IVA, de 16%, el vino mexicano paga más de 40% de impuestos lo cual, eleva mucho su precio al consumidor. Si a eso le sumamos el margen que algunos restauranteros le agregan –un tema para otro artículo–, nos encontramos con que nuestros exquisitos vinos (que quisiéramos tomar todos los días) salen muy caros. Nuestra industria ha crecido, nuestro consumo también, pero sería mucho mayor –y nosotros seríamos más felices– si los vinos mexicanos contarán con beneficios fiscales que fomentaran su consumo. Creo que todos en el mundo gastronómico lo agradeceríamos.
Nos vemos en la próxima... ¡o comamos!
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