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El hogar de la precisión convertida en goce estético

Una visita a la manufactura de Breguet es una oportunidad para descubrir el rico legado artesanal que se materializa en cada uno de sus guardatiempos.
dom 31 diciembre 2023 04:00 PM
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El grabado a mano es uno de los sellos de identidad de los relojes de Breguet.

En la margen derecha del río Orbe, en pleno valle del Joux, se localiza un pequeño pueblo de nombre L’Orient. Como en muchos de los establecimientos humanos de la región, la producción relojera forma parte de la vida cotidiana y es justamente ahí donde se localiza la manufactura de Breguet, maison que desde su fundación en 1775 se ha enfocado en crear piezas que cumplan a cabalidad con dos criterios esenciales: dominio técnico y maestría estética.

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El hecho de que sus puertas no estén abiertas al público hace que tener la oportunidad de visitar sus instalaciones, y ver a los expertos relojeros y artesanos que trabajan en su interior, sea un revelador privilegio. Si bien la modernidad y los avances tecnológicos han sido incorporados en la manufactura de guardatiempos para hacer de ellos dispositivos cada vez más precisos y confiables, también es cierto que muchas de las tareas realizadas se apegan a tradiciones y oficios que poco han cambiado a lo largo de los siglos.

Probablemente el mejor ejemplo puede observarse en las áreas que concentran los trabajos decorativos, donde los ojos y las manos expertas de los maestros se enfocan en embellecer distintas piezas y componentes, desde esferas y cajas hasta masas oscilantes, platinas y puentes.

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La manufactura de L'Orient se inauguró en 2004 y en ella se concentran todos los oficios decorativos de la maison.

Tomemos como ejemplo el guilloché, una técnica de grabado de patrones repetitivos que se utilizó por primera vez en la relojería en 1786 por iniciativa de Abraham-Louis Breguet, fundador de la casa. Con el paso de los años, las decoraciones realizadas a mano con ayuda de tornos se han convertido en uno de los sellos distintivos del “estilo Breguet” y sigue aplicándose mediante equipos que, si bien han sido mejorados, siguen operando bajo los mismos principios desde su creación.

A simple vista, podría parecer una tarea sencilla grabar patrones sobre placas de distintos metales, pero al manipular los equipos se entiende que una mínima variación en la presión aplicada o en la constancia con que se hace girar cada pieza puede arruinar el trabajo de horas. El dominio de la técnica adquiere, entonces, una nueva dimensión.

El achaflanado –o anglage, por su nombre francés– consiste en eliminar con el uso de una lima todas las aristas de los componentes, creando ángulos perfectamente paralelos de 45o, lo cual se traduce en un brillo uniforme y una ausencia de torsiones y facetas. Al día de hoy, no hay ninguna máquina que pueda realizar este acabado, y los talleres para aprender este oficio han desaparecido, con lo que el taller de Breguet es hoy el más importante de Suiza en lo que respecta a esta técnica.

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Los trabajos de decoración son una labor minuciosa y precisa.

Estos oficios contribuyen a preservar un legado que, de otro modo, ya habría desaparecido.

Los verdaderos expertos saben que las letras y números que se leen en el fondo de los relojes de la firma son grabados a mano, pero esos no son los únicos detalles que se realizan mediante esta técnica. Si bien la talla suave (motivos en volutas) es el origen de la mayor parte de las creaciones –en particular sobre los puentes, la platina y la carrura–, otras técnicas como el grabado en relieve o en profundidad figuran también en el catálogo de los conocimientos especializados de los artesanos de Breguet, casi todos ellos formados dentro de los talleres de la manufactura.

Cuando uno ha sido testigo de estas proezas artísticas –aplicadas, en muchos casos, a componentes muy pequeños– no se puede ver con los mismos ojos a los relojes que uno tiene en las manos. La belleza es innegable y la precisión es indiscutible, pero se entiende que, más allá de la posibilidad de medir el tiempo, estas creaciones contribuyen a mantener vivo un legado que, de otro modo, ya habría desaparecido y es ahí donde, sin duda, reside su auténtico valor.

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