Para celebrar el relanzamiento del reloj Pasha, Cartier México ha colaborado por primera vez con un grupo de embajadores cuyas personalidades extraordinarias están cambiando las definiciones de éxito. Frida Escobedo, Enrique Olvera, Jesús Navarro, Tessa Ia, Darío Yazbek, Santiago Arau y Mariana Zaragoza con los mexicanos y mexicanas que están trazando nuevos caminos gracias a las expresiones de su creatividad en sus respectivos campos.
Cartier presenta a su comunidad mexicana de talentos Pasha
Lanzado en 1985, el reloj Pasha ha sido elegido por personas que tienen una visión más amplia del mundo, de financieros de Wall Street a líderes de los deportes y el entretenimiento. Relanzado en 2020, sus distintas versiones se establecieron nuevamente como un símbolo de éxito para una nueva generación, esa que ve en el ser ellos mismos el máximo logro.
Los siete creadores mexicanos que integran la comunidad Pasha de Cartier son voces únicas que se rehúsan a adaptarse a los estándares tradicionales de sus industrias. De la mano de varios de ellos, la casa francesa creó en la Ciudad de México un recorrido integrado por distintas experiencias en las que, a partir de los códigos y el espíritu de la colección, se exploraron disciplinas como la música, la arquitectura, la fotografía y la gastronomía.
El fotógrafo Santiago Arau invitó a los asistentes a ver las cosas desde una perspectiva diferente –en este caso, desde el aire– plasmando ese instante extraordinario en el contexto cotidiano de la capital mexicana. El cuadrado dentro del círculo, esa seña de identidad de los relojes Pasha, se volvió para muchos la marca que señalaba en el mapa el punto de partida de la experiencia.
La arquitecta Frida Escobedo y la actriz y cantante Tessa colaboraron en una instalación integrada por doce fragmentos que no formaban una imagen completa, sino que presentaban un juego de perspectivas que se iban revelando mediante la intuición. La pieza que sonorizaba la experiencia, Pash4, fue creada por Ia.
Jesús Navarro, el vocalista del grupo Reik, imaginó un laberinto de luz en el cual su voz era la guía para encontrar el camino de la contemplación. La luz y los elementos sonoros se convirtieron en las manecillas de ese reloj imaginario, abriendo un espacio para la reflexión.
Finalmente, el chef Enrique Olvera, tomando como punto de partida su forma geométrica favorita, el círculo, creó una serie de platos en los que las señas geométricas del Pashá dialogaban naturalmente con los ingredientes. Desde luego, las insignias de su propuesta gastronómica –la obsesión por los detalles, la exploración del origen y la combinación de los ingredientes– también estuvieron presentes.