Una novela sobre Carlos Denegri, el más vil de los reporteros mexicanos
De Carlos Denegri hay mil leyendas: que fue el mejor reportero de México, que él inventó la columna política, que hablaba entre 7 y 17 idiomas, que escribía como nadie... pero de lo que más se ha hablado de este hombre después de su muerte es de la cuestionable imagen que tenía.
Asesinado por su propia esposa de un tiro en la espalda, la de Denegri es una figura deplorable y pútrida para muchos. Salvador Novo escribió la obra A Ocho Columnas inspirado en él; Julio Scherer lo calificó como "el mejor y el más vil de los reporteros".
Misógino, prepotente, corrupto y muy pero muy ligado al poder es como se re recuerda. Como vocero del PRI, como alguien que perdía cualquier estribo al beber, también.
De él se decía que cobraba más por lo que callaba de ciertos poíticos que por lo que escribía de ellos en el diario Excelsior.
Y son todas estas leyendas las que investigó y luego interpretó el escritor Enrique Serna para compilarlas en la novela "El Vendedor de Silencio", editada por Alfaguara.
En entrevista con Life and Style, el autor nos revela lo difícil que fue crear una trama en la que Denegri se desenvolviera junto a la gente que en vida conoció, como los periodistas Jorge Pinó Sandoval, Jacobo Zabludovsky y el propio Scherer, y políticos como Manuel Ávila Camacho hasta Gustavo Díaz Ordaz.
¿Cómo empezó a recabar todas estas anécdotas y luego a condensarlas en un libro?
Me di cuenta de que existía ya una leyenda negra en torno a Carlos Denegri y pensé que mi trabajo como novelista debía ser el de juntar los fragmentos dispersos en esa leyenda, ya fuera en testimonios publicados o que andaban de boca en boca para darles una columna vertebral que es una trama, una cadena de causas y efectos. Además tuve que hacer una investigación hemerográfica, buscar testimonios que revelaran, por ejemplo, cuál fue su papel en la guerra civil española y el origen de su misoginia patológica que averigué gracias a su hija Pilar. También hice una investigación, lo mejor que pude, sobre el periodismo mexicano del siglo XX.
Si algo refleja el libro es esta bifurcación en la personalidad de Denegri, por ejemplo, en cómo un hombre de valores cuestionables podía ser tan devoto.
A mí me sorprendió que pudiera existir un personaje tan soberbio y al mismo tiempo tan vulnerable. Denegri era un hombre intoxicado de poder, tanto en el ejercicio de su profesión como en la vida íntima. Trataba terríblemente a sus mujeres en público, pero tenía un talón de Aquiles, una debilidad de carácter que lo arrastraba al despeñadero con más fuerza que la ambición. Yo pensé que esta historia sería interesante para la novela porque es el teatro en el que un hombre libra la batalla con sus demonios. No creo que los genios del mal se den en estado puro; siempre hay una serie de condiciones históricas y sociales que permiten que se desarrolle una personalidad atrabiliaria y despótica.
¿Cuáles serían esas condiciones?
Tiene mucho que ver con la época en la que le tocó vivir porque hay una clara correspondencia entre su machismo patológico y el carácter autoritario del régimen al que servía. Él podía tratar así a la mujeres porque sabía que gozaba de una impunidad absoluta igual que la del Presidente de la República, según Julio Scherer. Entonces, ningún maltrato a sus mujeres iba a tener consecuencias penales para él porque si llegaba a la delegación, salía en cinco minutos. Además le pedían disculpas porque era el influyentazo de la época. Decía Carlos Monsiváis que era una celebridad con fuero.
Este régimen del que habla era el del PRI. En esa época, ¿además de Carlos había otros periodistas servilistas?
Bueno, en esa época había periodistas hasta cierto punto privilegiados y que recibían línea directa de la Dirección de Comunicación Social de la Presidencia, del secretario particular del Presidente o la presidencia del PRI, pero Denegri era, digamos, el Gato de Angola, el mejor cotizado de ellos. Los políticos de la época sentían que se paraban de cuello si Denegri les hacía una entrevista porque gracias a su don de lenguas tenía una gran red de contactos internacionales. Era colaborador de Life, de Time, y les ofrecía más brillo que ningún otro periodista de la época. Pero la corrupción de aquella época abarcaba casi a toda la prensa. Por eso, cuando un periodista no recogía su sobre, era insólito, como le pasó, por ejemplo, a Carlos Septién García y luego a Julio Scherer.
Así como los actores de pronto se querdan con ciertos elementos de sus personajes, ¿hubo un momento en el que a usted se le hiciera difícil salir del personaje de Denegri, dejarlo en la escritura y dejar de pensarlo?
Sí, porque es un personaje que, sobre todo en los últimos dos años de su vida, estuvo bordeando la locura. Entrar en una mente tan enferma, a veces sí es complicado y puede agudizar la neurosis del escritor, pero esos son los desafíos de la literatura.
¿Cómo ve el panorama actual? ¿Existe aún esta cultura de recibir dinero a cambio de favores periodísticos?
Creo que estamos en el ocaso del llamado 'chayote', afortunadamente, porque todavía en el sexenio pasado, como sabemos, hubo un gasto gigantesco de 3 mil millones de dólares en soborno y publicidad para medios de comunicación. Creo que esto irá desapareciendo cada vez más y es muy benéfico para el periodismo porque ya no es como antes, cuando el mejor periodista era el más vil. Ahora son los periodistas libres e independientes y guardan distancia con el poder.