Larry Harvey, fundador del festival Burning Man, muere a los 70 años
El sábado pasado, Larry Harvey falleció tras un infarto, a los 70 años de edad. Y, aunque para muchos el nombre no tenga resonancia, su legado, que se resume en dos palabras, rebasa generaciones y fronteras: Burning Man.
Este festival, que en su última edición registró una asistencia de 70 mil personas en el desierto de Nevada, al norte de Reno, EEUU, y cuya combinación de arte, música y un sentido espiritual, lo ha hecho uno de los eventos más inclasificables y, al mismo tiempo, más buscados por el público.
De acuerdo con el diario español El País, tras pasar por la universidad y un corto tiempo en la Armada estadounidense, Harvey aterrizó en el San Francisco de los años setentas donde trabajó como cocinero, taxista y jardinero.
Allí, hace 32 años, celebró el primer Burning Man en Baker Beach (famosa por sus vistas del Golden Gate Bridge y sus áreas nudistas) con su amigo Jerry James. Menos de doce personas vieron quemar una estatua de madera de un hombre de ocho pies de alto por primera vez.
Con el tiempo, la celebración se estableció como uno de los festivales más libres e inspiradores del mundo. Un espacio libre de publicidad, en donde el dinero pasa a un segundo término. "Burning Man es como un gran picnic familiar. ¿En un evento así venden cosas entre ellos? No, allí las cosas se comparten", dijo Harvey en una entrevista para The Atlantic en 2014. "Si toda tu autoestima se basa en cuántas cosas compras, cuántos likes consigues u otras medidas cuantificables, el deseo de simplemente poseer supera tu capacidad de crear conexiones con las personas que nos rodean". Y eso es lo que muchos han encontrado en Burning man.