Una mirada a la Bibliotheca Alexandrina, el sueño de un amante de los libros
“¡Hércules estuvo aquí! ¡Hércules estuvo aquí!”, le grita, casi al oído, a la niña que se encuentra a su lado, en medio de un grupo de estudiantes extranjeros. La toma del suéter con fuerza y lo repite, aún mas entusiasmado. Ella, la pequeña, lo mira y no entiende la peculiar emoción de lo que parece su compañero de colegio (los uniformes resumen), así que decide regresar su atención hasta la joven guía del grupo quien, a la entrada de la Bibliotheca Alexandrina, en medio de la larga fila, continúa hablando sobre quien estuvo aquí: "También Cleopatra, Julio César y Marco Antonio. Napoleón y Nelson. Y por supuesto Alejandro el Grande y su hijo Ptolomeo"
Habría que explicarle al niño que la guía, en realidad, hace referencia a que el legendario Hércules estuvo en la ciudad de Alexandria, antes de ser rebautizada, y no en la Bibliotheca. Que fue Homero quien lo señaló entre textos y que, de hecho, Alejandro el Grande fundó la conocida “capital del saber” (después nombrada por su hijo Ptolomeo como la gran capital del imperio romano) persiguiendo, entre la isla de Pharos y el Oasis de Siwa, la legendaria figura del hijo de Zeus. Pero no, yo no formo parte del grupo escolar, aunque me sume como el metiche perfecto (el que sólo hace sombra), tras ver la emoción del pequeño antes de cruzar la puerta del edificio, bautizado el día de su inauguración (el 16 de octubre de 2002) como “el nuevo puente para el diálogo entre las civilizaciones. Un espacio que supone la continuidad de la sabiduría a través de los siglos, desde el pasado al presente”, por el dictador egipcio, Hosni Mubarak ante la reina Sofía de España , la reina Silvia de Suecia , la reina Rania de Jordania y los representantes de 30 países afiliados a la UNESCO.
La verdad es que si pudiera hacerle entender al pequeño que comprendo su emoción y la comparto, lo haría contándole que está a punto de poner un pie dentro del edificio que sirve como homenaje al primer instituto de investigación del mundo. El espacio que rinde tributo a la cuna donde nació el primer bibliotecario (Zenódoto de Éfeso); también el primer bibliógrafo (Calimaco), y en el que se registró el primer catálogo de libros de la historia, conocido como 'El Pinakes', en el que se llevaba un registro de autores, materias y obras único en la historia. También le hablaría sobre la leyenda de cómo Andrónico de Rodas encontró unos textos de Aristóteles acerca de una protofilosofía (o fiolosofía primareia) y al no saber cómo categorizarlos, ya que no tenían título, los colocó en la biblioteca detrás del estante de Física y éstos fueron conocidos como Metafísica. O sobre cómo la antigua biblioteca guardaba el libro Autómatas de Herón, fundamental en la historia de la tecnología y donde se detallaban los primeros intentos de la robótica, como la eolípila, una bola hueca que rotaba por el vapor que salía del recipiente colocado debajo.
Le hablaría sobre cómo aquí nació y evolucionó la industria del papiro, abriendo uno de los primeros debates acerca de la piratería, el acceso cultural y la función de los copistas. Si fuera su guía, le contaría que está a punto de cruzar el umbral de lo que Carl Sagan definió como “el lugar donde se encontraban las semillas para hacer crecer el mundo moderno” y el sitio donde el feminismo encontró sus grandes argumentos a través de la voz de la filósofa y matemática, Hipatia (aquí le hablaría de la pésima interpretación que hizo de ella Rachel Weiss en el filme Ágora, de Alex de la Iglesia). Y le diría que fue aquí donde nació mi oficio, el de editor, pero no creo que eso le interese tanto como el muro de más de 30 metros que nos cubre de Ra, el dios del Sol, el cual está repleto de inscripciones en más de 100 lenguas del mundo, las cuales llaman más su atención que cualquiera de las historias que tienen la piel de mis brazos en estado “gallina”.
“Como pueden ver, el edificio actual es muy moderno y fue construido por el estudio noruego de arquitectos Snøhetta, uno de los más importantes en el mundo. Tiene 11 niveles, entre ellos cuatro por debajo de la tierra, y un nuevo centro de convenciones. También un planetario y una sala de lecturas para más de 2,000 personas, compitiendo con las bibliotecas más importantes del mundo, como la Biblioteca del Congreso, en Washington, la Biblioteca Nacional de Francia, la Biblioteca de la Universidad de Harvard, o la British Library, en Londres”, continúa la guía por el megáfono, mientras reparte los boletos de entrada con el fuerte de Al Sella y la playa de Shatby como fondo (en medio del llamado Mar Blanco, el Mediterráneo), hasta que una pregunta la vuelve a interrumpir: “¿De verdad Hércules estuvo aquí?”
“No”, debería de responderle con contundencia, pero simplemente lo ignora mientras cruzamos la puerta que nos llevará hasta la impactante sala de lectura, diseñada por el estudio para recibir a más de 2,000 lectores (y a más de ocho millones de libros). Ella, la guía, me recuerda físicamente a la actriz Anouk Aimeé, encargada de interpretar en pantalla a la llamada Justine de El cuarteto de Alejandría, el libro de Lawrence Durrell que capturó la esencia y los modos de vida de la ciudad. Es parca y cerrada, pero algo cuenta con sus ojos que no alcanza a poner en palabras. Algo de nostalgia se percibe, en resumen, hasta que comienza a hablar, ya sin megáfono y bajando las escaleras, sobre el museo de antigüedades que estamos a punto de visitar, por el mismo boleto, dentro de la Bibliotheca Alexandrina.
“Se cree que la investigación con método nació aquí, en Alexandria y por ello la Bibliotheca funciona hoy como eso, una institución libre de investigación. Un lugar donde quedan atrás todos los miedos al saber. Un puente entre conocimientos, libros y lectores, pero, sobre todo, entre mundos. Un lugar para detenerse a pensar y reflexionar bajo el lema de nuestro gran poeta local, Constantine Cavafy: “Pide que el camino sea largo y no apresures más el viaje”, sentencia la guía ‘Justine’, mientras vemos algunos de los sarcófagos que se exhiben en una de las salas del museo, previo a la entrada a la sala de manuscritos, donde la historia escupe decenas de libros que anteceden a todos los libros. Y sí, "piel de gallina" de nuevo y todo está por terminar. Para los niños, para la guía y para mí.
Una máquina que imprime cualquier libro al instante aparece. Tras ella, un hombre espera, con incredulidad, un texto. Los rayos de Ra y la geometría del edificio crean un nuevo espacio donde está parado. Ahí, en las sombras. Las paredes son frías y cualquier rayo sirve como refugio y, entre reflejos de luz, aparece de nuevo él, nuestro niño, mirando al señor que espera. Lo mira y mira de nuevo el edificio. No sabe que es Snøhetta, pero sabe que le gusta la arquitectura, se le ve en los ojos y si supiera ponerlo en palabras, lo haría. La guía lo llama. Ha terminado la visita. Él, la mira y de nuevo mira al hombre que imprime el libro. “Oiga, ¿usted sabía que Hércules estuvo aquí? ¡Hércules estuvo aquí!”.