La solidaridad de los Millennials, un ejemplo para todo México
Josué León tiene una voz ronca y madura para sus 24 años, afina la garganta para dar una nueva orden por medio de un megáfono, está en el Parque España de la Condesa, su hogar desde el pasado 19 de septiembre. Antes vivía en Naucalpan, Estado de México, y estudiaba economía e idiomas en la UAM Azcapotzalco, hoy es uno de los jóvenes que han tomado la batuta ante la crisis que azota a la Ciudad de México, Morelos y Puebla. Ha dormido unas seis horas los últimos cuatro días; no es el único.
“Ya hicimos la parte fácil que es recopilar las cosas, es hora de ensuciarnos las manos más, necesitamos seguir levantando escombros”, les grita a las decenas y decenas de jóvenes que lo rodean, armados con chalecos, cascos, palas, picos… “Nos hemos desvelado para irnos de fiesta, hoy tenemos que hacerlo por algo que valga la pena”, les repite una y otra vez, para reafirmar la misión que cada uno, sin dudarlo y sin que nadie se los ordenara, adquirió después del sismo de 7.1 grados Richter que nos mantiene en emergencia.
Mientras habla, más jóvenes llegan al centro de acopio detalladamente organizado en el parque, traen cargando esas maletas de camping que tantas veces los han acompañado de viaje, a esa actividad que –dicen los expertos– caracteriza a la generación que es el grueso de la población mundial, los millennials, pero ahora esas mochilas están llenas de víveres, medicinas, ropa para los más afectados y herramientas para levantar escombros.
A un lado de Josué, en la zona de herramientas, está Dorena de 21 años, quien vivía en Polanco hasta hace unos días, y que ahora se encarga de repartir cascos, chalecos, picos, palas, cubetas, sierras y un largo etcétera a los voluntarios que acaban de recibir su curso de primeros auxilios de parte de la Cruz Roja y uno que otro consejo del Ejército. Ella los arma con lo necesario para ir a esas zonas que parecen de guerra: a Lomas Estrella, Narvarte, Coapa, Centro, Taxqueña, la Roma y muchas tantas otras, incluso, fuera de la ciudad. “No te puedo decir por qué estoy aquí, pero sí que aquí tenía que estar”, dice mientras coloca en una carretilla los instrumentos de la brigada próxima a salir.
Muy cerca está un grupo de programadores, activistas y periodistas que trabajan de la mano con contingentes ciclistas que van y vienen de extremo a extremo de la ciudad, también los hay en otros estados, para verificar la información que se difunde sin ser verificada en las redes sociales, así trabajan contra el caos. Ellos están aprovechando esos celulares que, según los datos, son el instrumento más utilizado por los millennials.
Actualmente, en México, los millennials están pasando más de 12 horas en internet, de esta forma se coordinan para dirigir ayuda y conocer la situación de las zonas que requieren más atención. Un ejemplo es el caso de Enrique Rébsamen 241 en la Narvarte, en donde –pese al derrumbe– no había personal que ayudara a las personas que quedaron debajo del inmueble más de 24 horas después del siniestro.
Son esos jóvenes como Ari (27 años) que lleva días y días moviendo medicinas de un lado a otro de la ciudad con la amenaza de perder su empleo, Andrea (28) que se unió a un grupo de scouts en el Jardín Pushkin para acomodar víveres, a Víctor (26) que está organizando brigadas de trabajo pesado para los puntos menos atendidos y Paulina (29) que agarró una camioneta para llevar lo que más faltaba a Xochimilco cuando todos seguían el rescate de la falsa Frida, los que están reconstruyendo México. Esos jóvenes a los que se les ha acusado de flojos, desinteresados, ajenos al futuro, son los mismos que están arriesgando todo por recuperarnos.
Están los fisioterapeutas que masajean a los brigadistas exhaustos por la labor en las inmediaciones de los edificios caídos, están los estudiantes de veterinaria que están auxiliando a los perros y gatos perdidos, los médicos que dejaron todo para subirse en una moto y correr a salvar una vida, los ingenieros y arquitectos que están revisando a pie cada uno de los edificios, los chefs, los carpinteros, los artistas, los psicólogos. Las preparatorianas que se pusieron a organizar el tránsito minutos y horas después de que la ciudad quedara a oscuras cuando la tierra tembló. También los que dejaron su profesión de lado y se pusieron las botas y los cascos y ahora pasan de mano en mano las piedras que cayeron el pasado martes. Aquellos que preparan comida, que llevan a los centros de acopio, que organizan sus propios centros de acopio.
Emilio Viale escribió al respecto hace 32 años, un mismo 19 de septiembre cuando la ciudad colapsó de una forma similar (sólo variaron los grados Richter) y hoy se vuelve a hacer vigente: “¿Quién convocó a tanto muchacho, de dónde salió tanto voluntario, cómo fue que la sangre sobró en los hospitales, quién organizó las brigadas que dirigieron el tránsito de vehículos y de peatones por toda la zona afectada? No hubo ninguna convocatoria, no se hizo ningún llamado y todos acudieron”.
Los jóvenes están tomando la ciudad, que no nos la regresen, que se la queden, que la hagan suya. Los necesitamos hoy, los necesitamos mañana, los necesitamos siempre.