Deseos de hombre 3: hacerse un traje a la medida
Es difícil tratar de explicar cuál es el efecto que la ropa a la medida tiene en un hombre. Cómo se siente al usarla. Cómo un blazer bien confeccionado es capaz de liberar un lado de la personalidad que, en el mejor de los casos, se tenía escondido. O cómo, en términos simples, una prenda hecha a la medida influye en la imagen que las personas se hacen de ti.
Tener idea del tipo de corte que prefieres —italiano sobre inglés, por ejemplo— y de la lana que deseas para la composición de tu traje —tweed, merino o cashmere, quizá, aunque siempre pide 100% lana virgen—, es apenas el principio del viaje y del cúmulo de emociones que vale la pena dejar en manos de un maestro. Él será el encargado de crear un traje único, concebido especialmente para ti. Este acto se convierte en una experiencia religiosa que puede tomar hasta 12 semanas —y, en algunos casos, hasta 4,500 euros—, desde el momento en que pones un pie en el taller de una marca artesanal, hasta el día en que acudes a la última prueba para salir de la boutique con un traje de tres piezas. Pero más allá de datos técnicos y estéticos, es primordial enfocarse en un detalle: conocer al hombre que se encargará de hacer realidad tu capricho hedonista, es decir, tu sastre.
Sí, hablamos de ese hombre de aspecto —por lo general— intelectual, que disfruta pasar horas en su taller, sintiendo las telas, haciendo trazos con la greda, hilvanando las piezas del saco —proceso que requiere uno 100 pasos, en promedio— y admirando sus creaciones. Él será tu guía durante todo el proceso y en él depositarás tu confianza. Es una especie de psicoanalista que cambió la pluma y el papel, por el hilo y la aguja.
Mario Castillo, jefe de sastrería de Corneliani en México, es el molde perfecto del hombre entrañable que describimos: un personaje modesto en su trabajo, quien aprovecha cualquier instante de silencio para regresar a su labor. La firma italiana fue una de las pioneras en traer a México el servicio Sumisura, que consiste en crear trajes a mano a la medida del cliente, con la opción de elegir materiales de exterior y forro, diseño de botones y una construcción impecable. Todo con las reglas de cualquier sastre de Nápoles —de hecho, la pieza se fabrica en Italia—.
Es muy importante que, al llegar con el sastre, tengas presente las diferencias entre los términos Bespoke y Made-to-Measure. El primero se refiere a una prenda construida desde cero, de un patrón nuevo desarrollado exclusivamente para el cliente. El segundo, por el contrario, es una pieza desarrollada según tus medidas pero que parte de un patrón ya concebido, que el sastre adapta a tu cuerpo y a tus medidas. Ambos procesos se rigen bajo el mismo principio de lujo y exclusividad, aunque la diferencia en sus procesos implica una diferencia significativa en su costo. Trabajar en la industria del menswear, diseñando zapatos, chaquetas, camisas y trajes en un mercado que apenas está en proceso de abrirse a nuevas propuestas, puede ser un poco más restrictivo que la industria del womenswear —al menos si nos referimos a lo más clásico—. De ahí que sea tan importante para la historia de la ropa de hombre mantener tradiciones como el Bespoke y el Made-to-Measure, ya sea que su origen es el taller de una familia de sastres de Savile Row, en Londres, o la casa del nieto de un sastre italiano que vive cerca de Nápoles. Ambos tienen en sus manos la misión de mantener vivo el conocimiento que les fue concedido, en muchos casos, desde niños.
Así, hacerse un traje a la medida es uno de los más grandes placeres a los que un hombre del siglo XXI puede aspirar, y una de las más grandes influencias en el ready-to-wear moderno. De ahí que marcas como Berluti, Prada, Ermenegildo Zegna y el mismo Corneliani creen departamentos y talleres enfocados a este tipo de prendas, o que sus colecciones prefabricadas lleven algunos de los principios de este oficio tatuados en las mangas o en el bolsillo interno del saco.
Uno de los primeros personajes ilustres en adoptar esta corriente —si no es que la inventó— fue el británico Beau Brummell, quien revolucionó en el siglo XIX la percepción que el hombre tenía sobre el estilo personal. Podemos ubicar el inicio de la historia del famoso Made in England con el establecimiento de Savile Row como la cuna del Bespoke. Se trata de una calle en el barrio de Mayfair, en el centro de Londres, que desde siempre se presenta como el pináculo del tailoring, término que dudamos que alguien se atreva a cuestionar.
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Con la apertura de nuevos talleres dirigidos por jóvenes entusiastas de la sastrería —en ocasiones vistos con reserva por los nombres pesados de este movimiento—, en Savile Row cumplen con la promesa de ofrecer una opción para cada presupuesto. Hablar de 'los nombres pesados de la industria' es reconocer a los sastres que han visto pasar por sus puertas a personajes como el duque de Wellington, Winston Churchill, Charles Chaplin y Sean Connery, por mencionar unos cuantos nombres. Los puristas, apasionados de estas creaciones, pueden considerar entre las iniciales más emblemáticas de dirección a Gieves & Hawkes, hoy bajo el control creativo del gran Jason Basmajian. Originalmente fundadas como dos compañías distintas (Hawkes en 1771 y Gieves en 1784), en 1974 se presentaron bajo un mismo nombre, ubicado en el No. 1 de Savile Row.
Si bien es cierto que cada traje se diseña según las exigencias del cliente, también es real que cada sastre tiene un sello al que se apega en cada una de sus creaciones. El No. 8 de la avenida alberga a Kilgour, empresa que abrió sus puertas en 1882 y que para 1925 ya tenía un corte insignia. Con una chaqueta de un botón, híbrido entre un tuxedo y un abrigo de montar como pieza estelar, aparece Huntsman, mientras que el No. 13 ostenta uno de los nombres más recientes, el de Richard Anderson, que abrió sus puertas en 2001.
Pero, posiblemente, la escuela por excelencia de algunos de los sastres más reconocidos del mundo —y casa de los mejores maestros— es Nápoles, en el sur de Italia. La principal diferencia de una pieza fabricada en esta región está en los materiales —por el clima tienden a ser más ligeros—, en la estructura mucho más suave en los hombros, en la cintura amplia, en la solapa ancha y en el color —aman los colores brillantes—. El primer nombre a mencionar en este oasis del tailoring es Rubinacci, fundada en 1932 en Via Filangieri, que entre su savoir faire cuenta con un asombroso archivo de 60,000 metros de telas vintage a disposición del cliente. Kiton es otra parada obligada en la geografía fashion italiana: no sólo es creador de los trajes más admirados por los expertos en el tema, sino que cuenta con su propia escuela de sastres, a quienes les toma dos años de estudio empaparse apenas de los aspectos técnicos.
Caruso, fundado en 1958 por Rafaello Caruso, es también un parteaguas en la industria, capaz de fabricar mil chaquetas Made-To-Measure al mes, y quien tiene un fuerte enfoque tecnológico, desarrollando cuatro mil chaquetas prototipo al año. Y Japón, por otro lado, es otra pieza fundamental en esta disección del traje: le imprimen al oficio una calidad inigualable, una técnica vanguardista y, por supuesto, unos precios altísimos.
De hecho, es muy común encontrar sastres japoneses con formación napolitana. Quizás, el ejemplo más reconocido —e ícono del sello japonés— es Ciccio, de Noriyuki Ueki, que tiene su espacio en Aoyama, en Tokio, y ha llevado su técnica a firmas como Ermenegildo Zegna. Otros nombres importantes en la industria son las firmas Sarto Domenica, de Noriyuki Higashi, y Ring Jacket, ambas con sede en Osaka, los cuales deberás dominar si tienes en mente hacerte un traje a la medida en el continente asiático.
La inversión de un traje a la medida es alta, sin duda, pero es una de las prendas más deseables para un hombre simplemente porque te acompañarán el resto de tu vida. Además, podrás presumir que aquello que traes puesto es un modelo con características únicas en todo el mundo. Y eso vaya que es un capricho moderno.
Este artículo pertenece a la versión impresa de Life and Style .
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