La metamorfosis de Ery Camara
Entramos al mundo de un senegalés que, al día de hoy, es uno de los activistas culturales más relevantes de México, que, como curador, ha servido para hacer crecer centros de la talla del Museo Nacional de Antropología, el Palacio de Bellas Artes y el Museo de Culturas Populares; y, como profesor, ha enriquecido universidades como la Iberoamericana y organismos como Conaculta. Es el mundo de un hombre que decidió, hace más de 30 años, no vestirse más como occidental... hasta la propuesta que le hizo este mes Life and Style.
1953-1975 La herencia del abuelo
Ery Camara nació en Dakar, capital de Senegal, en 1953. Hijo de una familia de herreros —del papá— y de joyeros —de la mamá—, desde muy pequeño desarrolló un fuerte vínculo con los metales.
“El herrero provee a la comunidad de todos los instrumentos necesarios, pero también es el encargado de iniciar al grupo en las artes y la cultura. Son portadores de una fuerte tradición que se transmite de generación en generación”, cuenta nuestro personaje al tiempo que mueve los dedos de sus manos, repletos de grandes anillos.
“El recuerdo de la forja de mi abuelo materno hace que tenga una especial debilidad por la orfebrería. Vaya donde vaya, observo la tradición de orfebres del lugar, y siempre que vuelvo a Dakar diseño y pido que me hagan alguna pieza, como uno de los colgantes que llevo, o estos dos anillos, los de los dedos índice y medio de la derecha”.
Otro de los hábitos que en aquellos tiempos adquirió Ery fue el de dibujar, algo que nunca se le dio nada mal y que terminó marcando su futuro. Tanto así que el ex presidente —y poeta— senegalés Léopold Sédar Senghor mostró interés en la ilustración que Camara había presentado en el examen de ingreso a la École Nationale des Beaux-Arts de Dakar, inspirada en un poema realizado por el propio Senghar. “Más tarde, el ex presidente me compró algunos cuadros”, recuerda el curador con un esbozo de sonrisa sincera en los labios.
El fin de sus primeros estudios universitarios, en 1975, coincidió con un intercambio entre México y Senegal a raíz del interés que tenían por el país africano el presidente Luis Echeverría Álvarez y el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, tras haber ganado un concurso para la construcción de un museo en Dakar; una obra que nunca se llevaría a cabo y cuya construcción Ery ayudaría a detener después de que el presidente de Senegal lo plagiara y se lo adjudicara a otro arquitecto. Fue en el marco de aquel intercambio que le propusieron a Ery venir al DF a estudiar restauración de bienes culturales.
El viaje más importante de su vida estaba a punto de empezar...
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1975-1981 Historia de una transformación
Un día antes de tomar el avión, Ery compró un diccionario de español-francés. Durante el vuelo, lo hojeó y hojeó hasta que una decisión fue cobrando vida en su interior. Al bajar del avión, el libro ya no estaba con él: “Todo el mundo pensaba que no hablar el idioma iba a limitarme, pero es que nosotros en nuestras comunidades, al ser interétnicos, estamos casi obligados a hablar dos o tres idiomas”, apunta el curador senegalés, “por eso decidí simplemente irme a vivir con mexicanos que no hablaran inglés ni francés. Eso, sumado al apoyo de la UNAM con sus maestros del CELE, hizo que en dos meses y medio pudiera escribir y hablar en español”.
Con el escollo de la lengua superado, la licenciatura y su vida en México empezaron a discurrir sin mayores problemas... hasta que una nueva decisión fue germinando en él y que iba a definir su identidad ante los demás. Una decisión de estilo.
Ery Camara llegó a México vistiendo por igual ropa senegalesa, jeans, playeras y ropa formal occidental. Pero había un problema: no le era nada fácil encontrar prendas de su talla aquí, en especial cuando se trataba de sacos y zapatos. Los tenía que mandar siempre a hacer a medida. Con el tiempo entendió que el único camino que le quedaba para llenar su armario de esa ropa formal necesaria en eventos y presentaciones era viajar para comprarla en Estados Unidos. Lo hizo por un tiempo, pero poco a poco no sólo le pareció incómodo, sino injusto: “¿Por qué darle mi dinero al país más rico del mundo cuando otros lo necesitan mucho más?”, se preguntó. Se acercaba el cambio.
El año 1981 es la fecha en la que Ery Camara se vistió de traje por última vez. Lo hizo para tomarse la foto del título en restauración. Por aquel entonces ya había decidido revaluar la ropa tradicional senegalesa. Cada vez que visitaba Senegal compraba la suficiente ropa, y su hermana le ayudaba desde allá en caso de alguna urgencia, así que no tendría por qué ser tan difícil.
Con el clima similar de ambos países, ganaría comodidad, se reconectaría con los colores y tejidos de su infancia y, además, apoyaría el talento de su país natal.
Las razones a favor ganaron la batalla y Ery empezó transformarse progresivamente. Para cuando fue subdirector del Museo Nacional de Antropología ya sólo vestía ropa senegalesa.
La metamorfosis había terminado.
1981-2013 Atrapado en México
“No soy cien por cien senegalés, ni tampoco cien por cien mexicano. Soy una suma de todas mis experiencias”, asegura Ery tras hacer un recuento de las veces que, por su atuendo, muchos han dudado de que fuera una figura tan importante del mundo artístico mexicano, y de las veces que, por su francés españolizado, compatriotas suyos han dudado de su origen senegalés. Y es que, aunque Ery visita Senegal casi cada año, nunca encontró el momento de volver Dakar.
Su historia es la de un hombre entre dos patrias. Cuando terminó sus estudios de restaurador en 1981, la muerte del secretario de Educación Jesús Reyes Heroles retrasó el trámite de su título e impidió su regreso a Senegal. Tras la llegada del sucesor de Heroles, Miguel González Avelar, la inundación de los sótanos de la SEP volvieron a retrasar el trámite por segunda vez. Como compensación, le ofrecieron una beca que Ery aprovechó para estudiar una maestría en Museología en Churubusco. En dichas circunstancias, su carrera profesional no tuvo más remedio que empezar en México.
En 1982, curó su primera exposición en el Campo Marte. En 1984, le ofrecieron participar en el proyecto de remodelación del Museo Nacional del Virreinato, donde trabajó hasta su inauguración en 1989. En ese momento regresó la idea de volver a casa, pero una llamada de Cristina Payán, directora del Museo de Culturas Populares, lo retuvo. En este museo es subdirector hasta 1993, cuando Rafael Tovar y de Teresa, presidente de Conaculta, lo designa como subdirector del Museo Nacional de Antropología.
Lo hace enojado porque una exposición de Culturas Populares, curada por Ery, quedó por encima de la de Antropología en el Festival Europalia de Bruselas.
Entre 1995 y 2004, Ery decidió descansar y ser independiente. Sus trabajos para museos como Culturas Populares, Bellas Artes, Dolores Olmedo o el Cubo de Tijuana se vieron reforzados por la oportunidad de ser uno de los huéspedes invitados en la documenta y presidente del jurado de la Bienal de Venecia, en 2001. Estas dos experiencias le sirvieron para volver a México convencido de la importancia de apoyar el arte contemporáneo —“tan falto de sustento teórico, como la museología, y olvidado por el gobierno por subversivo”— de la mano de nombres como el artista Gabriel Orozco o el coleccionista Eugenio López. Algo que sigue haciendo al día de hoy, 10 años después de convertirse en el coordinador de exposiciones del Antiguo Colegio de San Ildefonso. ¿Su último éxito? Darwin.
2014 Otra vez de traje
El día que visitamos al maestro Ery Camara en las instalaciones de San Ildefonso traíamos una idea en mente: que volviera a probarse un traje. Él accedió, con el objetivo de ilustrar aquella decisión que tomó en 1981, pero antes de ello nos enseñó su forma de vestir. Nos mostró la diferencia entre un ceremonial Grand boubou púrpura para eventos formales nocturnos, un Anango —o Petit boubou— blanco pensado para juntas bajo el sol y un Anango de rayas coral y vino pensado para la comodidad del día a día.
También nos enseñó que si al Grand boubou le quitamos el “saco” —el largo manto que cubre la blusa, capaz de crear una corriente de aire interna—, se convierte de inmediato en Anango. Nos enteramos de que el material más usado es el algodón y que todos están hechos a medida, encargados a un sastre al que uno le ofrece las telas que ha comprado anteriormente. Sólo después de eso se enfundó un par de cambios occidentales. Al terminar, nos confesó que tenía ganas de ver las fotos, porque hacía mucho tiempo que no veía a ese Ery.
También reconoció que, si bien se sentía un poco raro con ropa occidental, la experiencia le había parecido divertida.
“Ha sido como abrir una brecha 30 años más tarde, y lo cierto es que no hay nada de malo en ello: las modas no son más que convenciones que uno escoge por su propia libertad. Por eso la diversidad es algo digno de apreciar”, declaró antes de volver a vestirse con la ropa con la que es reconocido entre pasillos.
Una sentencia que deja en claro cómo un hombre forja su propia identidad. Una afirmación con la que nos quedamos y deja en claro que cada quien elige el camino de su guardarropa.