Stephen Curry: el heredero de Michael Jordan en portada
"Un hombre no se mide por su manera de actuar en los momentos de comodidad y de conveniencia, sino por la forma en como se comporta en los tiempos de desafío y de disputa", escribía Martin Luther King en su libro Strength to love, de 1963.
Voy camino a San Francisco a conocer a Stephen Curry. Es mi primera vez en esta ciudad. Serán cuatro días en total, entre la llegada, el entrenamiento, un partido y la entrevista. Récords. Ensayos. Portadas. Videos. Alabanzas. A favor y en contra. Creo haber revisado su archivo al dedillo, previo a conocerlo en la práctica que realizará en el quinto piso del Oakland Convention Center, ubicado frente al mítico y centenario edificio del periódico Oakland Tribune, a la salida de la estación 12th St. Oakland City Center.
Con toda esta información en la libreta, la frase de Martin Luther King que posteó hace unas semanas en su cuenta oficial de Instagram ( @stephencurry30 ) es el principal punto de partida para tratar de entender y de trazar quién es "el nuevo chico de la cuadra", como le llamó Reggie Miller, exjugador de los Pacers de Indiana y acérrimo rival de la leyenda Michael Jordan. Originario de Akron, Ohio, con 28 años recién cumplidos, Curry está plenamente convencido de su juego: "Sé que puedo lograr lo que me proponga en la cancha. Soy el mejor jugador del mundo", me dijo afuera del vestidor, tras vencer al Jazz de Utah en la noche en que lo vi marcar, con toda la tranquilidad y con el reloj a cuatro segundos de finalizar el segundo cuarto, un tiro de tres puntos a 29 metros de distancia del aro rival. ¿Qué provoca tal autocrítica? Curry está cambiando día a día el libro de récords de la NBA y se está convirtiendo en un referente que divide opiniones en la liga profesional de basquetbol estadounidense.
Vayamos de regreso un día antes. Voy en camino a Oakland para verlo lanzar, durante media hora, tiros desde media cancha con una mecánica perfecta. Entro a la primera tienda deportiva que veo en un área que construye su vida alrededor de las pelotas y los balones: camisetas de Joe Montana y Jerry Rice, de los 49ers, de futbol americano. Banderines de los Giants y gorras de los Athletics, ambos de beisbol. Camisetas de Ice Cube presumiendo el orgullo Raider. Y el resto de la tienda dedicada, por ahora, a los Warriors de Golden State. Pero entre tantas curiosidades, incluyendo billetes legales de un dólar con el rostro de Curry, lo que más llama mi atención son los Curry 2, el par de tenis oficial del jugador, porque lucen una sentencia espiritual, más antigua que la de Luther King: "El hierro con hierro se forja y el hombre, frente al rostro de un hermano". Los Curry 1, su anterior modelo de la marca Under Armour, muestran otro verso, el de las cartas de San Pablo a los Filipenses: "Puedo hacer todo lo que hago a través de la fuerza de Cristo, que es quien me fortalece".
Como flashback, al ver la mercancía me vienen a la mente las palabras de agradecimiento que dio el año pasado al recibir el trofeo al Mejor Jugador de la liga: "La gente debe saber a quién represento y por qué soy lo que soy. Todo es por Mi Señor y Mi Salvador". Me queda claro que el lado espiritual es el centro de su fortaleza, así que le dedicaré poco tiempo a ello en los escasos minutos de entrevista.
Al entrar en las oficinas de Golden State, en el Oakland Center, atravieso un largo pasillo dedicado a la historia del equipo. Hay cuadros de Wilt Chamberlain, Chris Mullin, Nate Thurmond y Manute Bolt hasta la puerta donde comienza la función. En tres minutos, Curry me enseña cómo lograr siete tiros de un total de 10, a una distancia de más de 20 metros. Mantiene ese ritmo durante el tiempo que me permiten estar ahí, hasta que llega a la cancha la campeona femenil de la PGA, la coreana Lydia Ko, quien está de visita en la ciudad para dar pláticas sobre golf y aprovecha la ocasión para conocer a la estrella del equipo. Debido a esta visita, los minutos que tenemos programados con él se reducen. La primera pregunta que se me ocurre hacerle es sobre el basquetbol como único modo de vida posible. Le cuento que Andre Agassi, en su autobiografía Open, habla de que él era un gran tenista. Entrenaba duro. Vivía de ello y era un ídolo. Pero odiaba el tenis con todo su corazón, porque lo aisló de la vida. Me mira incrédulo... "¿De verdad? ¿Agassi? Yo soy todo lo contrario. Crecí pegado a una cancha. Entrené desde que lo recuerdo. Jugué por las noches a escondidas y por las mañanas tras escapar de la escuela. Jugué con los compañeros de mi papá, estrellas de la NBA. Amo este juego más que a nada", responde, y regresa rápido al lado de Ko, quien le entrega un palo Iron No. 3 de su bolsa con el que intenta un tiro fallido sobre la duela de prácticas. Me pide que lo encuentre en el estacionamiento, antes de subirse al camión, para seguir la entrevista.
La segunda pregunta se me ocurrió tras verlo de cerca en la duela. La combinación entre la velocidad y la altura de su tiro cautivan: le toma 0.3 segundos lanzar el balón, que alcanza una altura de 4.94 metros, muy por encima de cualquier jugador de la NBA. Así que le suelto sin pensar: ¿Conoces cada rincón de la cancha por instinto? y enseguida le añado: ¿Qué significa un segundo para ti?. "Crecí en una cancha —dice Curry—. Aprendí a caminar ahí. De eso comimos. De eso vivimos. Es lo que respiramos. Reconozco la duela de la Oracle Arena a la perfección, pero todo viene de atreverse a hacer el disparo. Todo mundo espera siempre que vaya hacia la canasta y no será así, lo haré en el momento correcto. Para mí, un segundo es el momento más valioso de una noche. Puede tener guardada para ti la oportunidad que siempre esperaste".
MARCAJE ESPECIAL
Steve Kerr, entrenador de Golden State, no está tan ocupado después de la práctica. Para ponerlo en contexto, Kerr es "el Pep Guardiola del basquetbol": jugó al lado de Michael Jordan, ganó tres campeonatos de la NBA con los Bulls de Chicago (en una de las finales, al estilo Curry, marcó un triple en los últimos segundos con el que vencieron al Jazz de Utah, en 1997). Es dueño, además, del récord que busca superar Stephen de la mejor efectividad de la historia en tiros de tres, con porcentaje de .454. Además, ganó dos trofeos más con lo Spurs de San Antonio y llegó a ser comentarista.
Recibió su primera oportunidad como entrenador con los Warriors, en 2014, con un currículum imparable (ganó 67 de 82 partidos en su primer año como entrenador, y esta temporada va camino de superar el récord que impuso él mismo con los Bulls de Jordan en 1996 de 72 de 82) que se basa en la lógica del pase fácil, aceptar el error, trabajar en equipo, motivar a los fanáticos y permitir que Stephen Curry sea Stephen Curry.
"Cuando él dispara, sabes que tienes un chance. Siempre lo hace ver bien, hasta cuando falla. Tienes que pensar que a él no le importan las estadísticas, sino las oportunidades. Su gran valor es que juega con la conciencia plena. Sabe que puede fallar bastante y, aun así, tener una noche en la que coopere con la tercera parte de los puntos. Él conoce su talento. Lo entrena y no le tiene miedo. Para él, es demasiado simple. Con la habilidad que tiene, esperamos que todo lo que lance caiga adentro", responde Kerr. Lo define sin medias tintas, mientras aparece en escena Klay Thompson, compañero de equipo de Curry, para agregar: "Vemos cómo practica todos los rangos de tiro en cada sesión. Tiene la mejor puntería que he visto en mi vida. Lo hace parecer tan sencillo... es imposible".
Kerr y sus jugadores están del lado que ve a Stephen como el hombre que puede cambiarlo todo. Son muchos jugadores que comparten esta posición, actuales e históricos: Magic Johnson, LeBron James, Dwyane Wade, Dirk Nowitzki o Julius Erving, por ejemplo. Pero también existen los detractores, encabezados por leyendas como Isiah Thomas, Oscar Robertson o Dennis Rodman.
Steve Kerr ha mantenido la Oracle Arena como un templo infranqueable y ha sido muy claro con los "enemigos" en sus entrevistas. "Ellos siempre apuntan a la misma línea: 'Si Steph hubiera jugado con nosotros no hubiera resistido'. Creo que las figuras con las que jugué simplemente deberían de dejar que las acciones hablen. Yo recorrí la liga al lado de Jordan y él tenía su propia 'suite'. Curry usa una habitación normal como los demás, va a los mismos lugares que el resto de los muchachos. Michael intimidaba a los jugadores al entrar a la cancha y cuando Steph entra , la gente se pregunta: '¿Qué edad tiene? ¿Acaso 13?'. El aura que despliega este muchacho es impresionante".
Michael Jordan no ha puesto aún las cartas sobre la mesa. Lo ha elegido, en vez de LeBron James, como un duelo que podría ganar tan sólo por su complexión física y por su naturaleza competitiva. Para el Rey, no hay un solo chico que domine hoy la NBA. "La liga evoluciona, pero nadie se perfila como el salvador", declaró en una de sus últimas entrevistas en la que también hizo referencia a quienes eran los mejores tiradores de la historia: Brian Winters (Milwaukee Bucks), John Paxson (Chicago Bulls), Jerry West (Los Angeles Lakers) y Reggie Miller (Indiana Pacers). La lista, prácticamente enmicada, no tiene un lugar para Curry, pero de todas las ocasiones que Jordan ha hablado de él, la más inocente ha sido a través de la argumentación de la complexión física. Esta línea de acusación no es nueva: le costó el rechazo de la Universidad de Virginia Tech y no ser elegido hasta la séptima selección del draft de 2009 de la NBA, olvidado por equipos como los Clippers o los Timberwolves, que apostaron por Blake Griffin y Ricky Rubio, respectivamente.
Es momento de la tercera pregunta, ya instalado en su locker, al concluir el partido en el que vencieron al Jazz de Utah en la Oracle Arena, con el que alcanzaron 46 victorias seguidas en casa. Quiero entender cómo percibe su cuerpo de 1.91 metros de estatura. Para planteárselo, recurro a la figura de Muggsy Bogues, el jugador más bajo de la historia de la NBA (1.60 metros de estatura) con el que su padre, Dell Curry, jugó durante años en los Hornets de Charlotte. "Crecí muy cerca de Bogues y me dio una de las lecciones más importantes de mi vida. Me decía: 'Steph, no importa cuanto crezcas sino que tengas la fuerza para llevar tu cuerpo hasta tu mejor versión. Cuando lo comprendas serás imparable'. Yo lo veía jugar en una época impactante de la NBA y veía el respeto que generaba. Quería tener lo mismo". Una meta que se convirtió en cotidiana dentro de una familia que creó una dinastía de deportistas que incluyen a su padre, exjugador de los Hornets, y a su hermano, Seth Curry, enlistado en los Kings de Sacramento. Sin dejar fuera a su hermana, Sydel Curry, jugadora de voleibol de Elon University, quien siguió los pasos de su madre, la exvoleibolista Sonya Curry.
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DESDE LA MEDIA CANCHA
Quedan pocos años para seguir viendo los partidos de los Warriors en la Oracle Arena de Oakland, ubicada a unos pasos del aeropuerto de la ciudad. El proyecto de crear un nuevo estadio que supere los 19,596 asistentes ya tiene fecha y lugar: será en 2019, en Mission Bay, en San Francisco. Cuando llego a la estación de metro del Coliseo de Oakland pienso en si será mi debut y despedida. No dura mucho la idea porque el olor a pimientos morrones con cebollitas y jugo Maggi capturó toda mi atención. En el puente para cruzar rumbo a la Arena, una decena de carritos de hot dogs de migrantes latinoamericanos invitan al tentempié mientras aparece ante los ojos el Oakland Alameda County Coliseum, a un lado del hogar de los Warriors, que sirve como casa de los Athletics y de los Raiders. Desde su inauguración, en 1966, reúne en pocos metros a varias de las historias más atractivas del deporte estadounidense. Se me ocurre, con la última mordida del aperitivo y mientras veo un banderín con la leyenda de 20 juegos consecutivos ganados en 2002, que por aquí paso Brad Pitt interpretando al gerente de los Athletics de Oakland, Billy Beane, en la película Moneyball. O que el cubano José Canseco voló la pelota varias veces. O que el grito de Bo Jackson aún suena en el único estadio que recibe a dos ligas profesionales de un deporte.
La Oracle Arena arropa. Es el primer efecto de un recinto pequeño repleto de gente de casa. Hasta la fecha del encuentro, Golden State enfila 45 victorias seguidas sin perder en su territorio (la última, el 27 de enero de 2015 frente a los Bulls de Chicago) y no me cuesta explicar por qué. El show comienza desde que, en un alargado pasillo, aparece por sorpresa un balón dirigido con perfección por Curry hacia la red, a una distancia de 25 metros. La euforia está servida. Le sigue un baile de entrada. Porristas. Y muchos intentos de Curry por tener contenta a la gente. Entre tanta algarabía, hay poco espacio para acercarse a él previo al juego y la poco conversación era para entender que no vive en Oakland ni en San Francisco, sino en el pueblo de Orinda, California, donde se mantiene lejos de los reflectores. "Preferimos un lugar más tranquilo para los niños y por eso elegimos estar entre las dos ciudades", cuenta Curry, quien tiene como vecinos a Will Wright, diseñador del videojuego The Sims, al fotógrafo Wayne F. Miller, al dibujante Paul Dini y a la baterista de Prince, Sheila Escovedo.
La única pregunta concreta que alcanzo a hacerle antes de que comience el partido es sobre la lealtad a los Warriors, que apostaron todo por él, ofreciéndole un contrato de 44 millones de dólares hasta 2017, además de elegirlo como su primera selección en 2009. "Mi corazón está con mis compañeros. Con nuestros fanáticos que nos llenan de gratitud y no nos dejan caer cuando más los necesitamos. Mi lealtad no sabe de otros colores. Aquí soy feliz", sentencia.
En las últimas noticias previas al partido, los periodistas que cubren el evento hablan de su eficiencia, su actitud y su manejo del balón. Pero también de los problemas que pasan los desarrolladores del videojuego NBA2k para programar sus movimientos. También se sigue hablando del impresionante tiro de media cancha con el que venció a los Thunders y de la comparación que el rapero Kanye West se hizo con él, como el mejor de su generación.
El silbato suena. El Jazz de Utah se acomoda e inmediatamente mis ojos van a Curry. Desde el inicio, aplica la gran ley: reparte y parte. Roba el balón y asiste. Con el público en la bolsa, busca sus primeros triples... sin suerte. No está en su mejor noche, pero, aun sin anotar, anota. Lleva varias asistencias y contagia el atrevimiento a sus compañeros, a pesar de la imprecisión. Busca los ojos del rival y cuando parece que tendrá una noche sin distinción, tira de 24 metros un triple con el reloj agonizando. Muestra paciencia y respeto a la autoridad de su coach Kerr cuando está en la banca. A diferencia de Messi o Cristiano Ronaldo, Curry es paciente mientras descansa para luego regresar a la duela a imponer su ritmo. Su orientación en el perímetro es única y la idea del equipo de hacer del pase una construcción espontánea le favorece y lo alienta. Cambia las reglas y está arropado por sus compañeros. Por su entrenador. Por su familia. Y por la gente que no deja de corear: ¡MVP! ¡MVP! ¡MVP!
Sus errores lo inspiran y me acuerdo de aquello que decía Kerr sobre el aura que despliega... tiene toda la razón. Utah quedó muy atrás y Curry me da cinco minutos más en su casillero —gracias a la intervención del director de relaciones públicas del equipo, Dan Martinez— para contarme sobre su compañero Draymond Green. "Hay confianza sin mirarnos. Es mi aliado absoluto". También toca el tema de su plan para regresarle un poco de la mística que impregnó a la NBA en los 90, con el clímax del Dream Team en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. "Jugamos como lo haríamos escondidos por las noches. Tratamos de mantener la alegría. De evolucionar en el juego", dice. Y aunque sabe que no hay repetición posible de ese Dream Team, habla sobre los Olímpicos de Río y de trabajar al lado de LeBron James, en esa línea de mutuo respeto que han trazado. "Le aprendo de cada idea o movimiento. Es un referente".
La conversación y la visita a Stephen Curry han terminado. Antes de cerrar la libreta, veo datos por doquier: el jugador más joven en anotar 1,500 triples. Pasó de anotar 1,400 puntos por año a 1,900, en sólo siete temporadas. Generó más de 600 asistencias al año. Su equipo lleva 46 victorias hasta ese partido. Tiene 28 años.
Es hora de correr. Suena la alarma del último tren rumbo a San Francisco para regresar esa misma madrugada a México. Me preocupo por no alcanzarlo, pero recuerdo la lección: el último segundo sirve para cambiar la historia.
Este texto pertenece a la edición impresa de abril de 2016 de Life and Style .
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