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Christian Martinoli explica por qué Messi es el mejor

El reconocido periodista deportivo repasa la historia de "la Pulga" merecedora de cinco Balones de Oro
jue 28 enero 2016 09:02 AM
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Getty Images - (Foto: Getty Images)

En Rosario (Arg.) las bicicletas, penosamente, son de quien las pedalea y no de quien las compra. Sirva de prueba de tal afirmación la historia de aquel pequeño de seis años que un día volvió llorando con su abuela Celia porque unos "grandulones" le habían robado la bicicleta de su cumpleaños. "No te preocupes, ya te compraremos otra", le mintió con indulgencia la querida "nona" de aquel clan conocido como los Messi; una familia discreta de inmigrantes italianos que un día, a principios del siglo XX, optaron por "hacer las Américas" y vieron en Argentina la esperanza que muchos apreciaron antes de la llegada de Perón al poder.

Lionel no quería saber nada de la escuela. Vago como pocos, regalaba sonrisas que derretían a las maestras, pero, a pesar de su disgusto por los libros, las calificaciones lo acompañaban aunque sus pensamientos estuvieran en salir a jugar con sus hermanos, a la polvorienta calle Lavalleja, y encontrarse con sus secuaces vecinos, amantes de la misma pasión: la pelota.

En verdad era pequeño de tamaño. Le gritaban "Pasála, Pulga", pero el balón jamás tenía interlocutor una vez que Lionel lo tomaba; con ferocidad, partía rumbo a terreno adversario y, casi por entre las piernas de los rivales, ridiculizaba a todos terminando sus jugadas en gol; golazos, para ser justos.

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Tenía un solo problema: no le gustaba perder y los juegos no acababan hasta que su equipo ganara, de lo contrario, no paraba de llorar de frustración.

Su abuela lo acompañaba a los encuentros de futbol de sala del modesto club Abanderado Grandoli, nombre en honor al soldado Cleto Mariano Grandoli, que falleció en la Guerra de la Triple Alianza, con la bandera argentina en brazos; digamos, el Juan Escutia rioplatense. Ahí, el hijo de Jorge, un acerero sindicalizado de tiempo completo, era la atracción principal cada sábado en la tarde. Todos quería ver al pequeño Messi, el del barrio La Bajada, mover los hilos del balón como si se tratara de un titiritero.

Pelota pegada al pie, cabeza levantada, cambio de ritmo, gambetas interminables. Una provocación constante de zigzagueos nauseabundos a los defensas, que simplemente observaban, impávidos, el espectáculo circense montado frente a sus propios ojos en el cual ellos fungían como los bufones de la corte, mientras el pequeño monarca pasaba estoico, triunfador, glorificado... como hoy.

La gente murmuraba en la ciudad que había un petiso que era un fenómeno, que movía el esférico como nadie y que jugaba como le gusta a los rosarinos: con la cadencia única e innegable de sentirse cercano a la posesión absoluta de la pelota. En la tercera ciudad más poblada de Argentina, el tema central del café de la esquina ronda una sola pregunta: ¿quién es mejor, Rosario Central o Newell's Old Boys? La mítica historia entre "Canallas" y "Leprosos", que ganaron sus motes luego de que en 1920, el hospital Carrasco le pidiera a ambos clubes realizar un partido amistoso para recaudar fondos que irían dirigidos a enfermos de lepra. Newell's aceptó, pero Central no.

Los Messi, viviendo en un barrio repleto de "Canallas", se hicieron "Leprosos" recalcitrantes y decidieron que su pequeña joya familiar vistiera los colores de la huelga y formara parte del cuadro que vive en el parque Independencia. Lionel Messi jugaría en Newell's, una de las academias de mayor prestigio del futbol sudamericano. Cientos de goles y aplausos recaudó por donde sus pies pasaron, incluso fuera de su país sorprendió a todos cuando en un torneo infantil, en Perú, mandó al quiropráctico a todos los demás participantes.

Lionel era un chico callado, meticuloso y repleto de vida, sus movimientos dentro de la cancha así lo reflejaban, pero algo no andaba bien con su cuerpo: tenía cerca de 12 años y no llegaba a 140 centímetros de estatura; ese tema venía preocupando desde hacía tiempo a sus padres y cuando acudieron al médico les informaron que existía un problema con la hormona de crecimiento que le impedía el desarrollo correcto de los huesos. Había un tratamiento pero costaba 900 dólares al mes. Durante un año, el seguro social y la Fundación Acindar, empresa siderúrgica donde trabaja el patriarca, aportaron el dinero, sin embargo, un día se terminó la ayuda para los Messi.

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Newell's no quiso saber del tema y entonces viajaron a Buenos Aires porque River Plate estaba interesado en conocer al joven maravilla de Rosario. Le bastaron nueve minutos de prueba a los visores del club de Núñez para aceptar al pequeño Messi, sin embargo, les parecía una apuesta muy grande pagarle un tratamiento tan caro a un chico que no sabían si podría, al final, llegar a ser valioso para la institución. Además, la familia quería vivienda así como trabajo para Jorge, aunado a que Newell's no deseaba soltar su carta de la joven estrella. Las cosas pintaban mal, los doctores no recomendaban que Lionel dejara la medicación, por ello, en un arranque de desesperación, el mayor de los Messi pidió licencia en el trabajo y dejó en 2000 un país a punto de explotar en la peor crisis de su historia. El destino: España, la casa de su tía en Lérida. Sabían de cierto interés del Barcelona por ver a Lionel y hacia allá fueron.

Dos semanas de prácticas y muchas pruebas no terminaban de convencer al cuadro catalán y no precisamente por el asunto futbolístico, sino por todo lo que conllevaba tener un chico del otro lado del mundo en La Masía. "Lloraba todo el día, cuando no estaba mi padre cerca me ponía a llorar, extrañaba mi casa, a mis hermanos, a mi mamá, extrañaba todo y añoraba a mi abuela, que dos años atrás había fallecido. Me quería regresar", le contó Lionel a la revista El Gráfico.

Carles Rexach, mandamás de las inferiores del FC Barcelona, se responsabilizó, ante las dudas del presidente de la escuadra Joan Gaspart, y en una servilleta firmó por seis meses el convenio con Lionel. "En Barcelona, a 14 de diciembre de 2000 y en presencia de los Srs. Minguella y Horacio, Carles Rexach, secretario técnico del FCB, se compromete bajo su responsabilidad y a pesar de algunas opiniones en contra, a fichar al jugador Lionel Messi siempre y cuando nos mantengamos en las cantidades acordadas", rezaba el estropajo. Serían 60 mil euros al año, hasta que llegara al primer equipo y su padre fungiría como empleado del club como "informador de partidos".

Messi no podía jugar, sólo entrenar porque Newell's no soltaba los papeles. Se tuvo que recurrir a la FIFA para solucionar el tema legal, indicando que el menor de edad se había ido a Europa porque su padre consiguió trabajo en el Barcelona como "informador de partidos". Ese simple calificativo y recoveco jurídico fue lo que soltó el pase de Lionel. Con 14 años cumplidos, el proceso curativo se duplicó porque no veían los resultados en la estructura ósea de Lionel, por ello se intensificó el tratamiento. Leo, como lo bautizaron sus compañeros de vestidor, debía inyectarse en los muslos todas las noches. Lo hacía sin chistar y, aparentemente, sin dolor. La gente cercana a él recuerda que viajaba a todos lados con una bolsa de hielos y la ampolleta dentro. Era su rutina, como si de lavarse los dientes se tratara. Cesc y Piqué fueron sus compinches dentro del laboratorio que han montado los catalanes como taller futbolístico y Tito Vilanova fue su instructor.

Los medios locales hablaban de una joya argentina y en Argentina fue la trigésimo novena promesa a la que le colocaron el cartel de "El sucesor de Maradona". Fuertes rumores indicaban que el Arsenal le estiró la mano, como se lo hizo a Fàbregas, y que España pensaba en convocarlo a la selección. Una tarde cualquiera Hugo Tocalli, Director de Selecciones de Argentina, llegó a España y en la puerta de su cuarto de hotel un botones argentino le dejó un video con los mejores goles de Messi en la inferiores del Barcelona; además, le advirtió que España le seguía los pasos y que era momento de darle una oportunidad con Argentina. Tocalli, incrédulo, le dio dos minutos al video y llamó con urgencia a Buenos Aires. Pidió hablar con Humberto Grondona, el extinto presidente de la Asociación del Futbol Argentino y vicepresidente de FIFA. "Es un genio, Humberto, no sabes lo que juega este pibe", le dijo. Grondona se sacó de la manga un amistoso Sub 20 contra Paraguay y convocaron a Messi, de esta forma no podría jugar con ninguna otra selección. "Acepté porque soy argentino, rosarino y leproso, jamás hubiera jugado para otra selección", le contó a La Nación.

El día que llegó al vestidor mayor del Barça, solo había un lugar disponible y era al lado de Ronaldinho, quien, con un: "¿Qué pasa, boludo?", lo cobijó desde el primer minuto dentro de uno de los planteles más calientes e importantes. "Ronnie es un amigo, me cuidó y enseñó muchas cosas; siempre le estaré agradecido por lo que hizo para que me sintiera bien", recordó en El Clarín.

Messi se convirtió en el jugador más joven en debutar con la camiseta blaugrana y desde entonces esperó los momentos adecuados para apoderarse del protagonismo absoluto que su zurda amaestrada obsequia a borbotones en las canchas mundiales. De la mano de Guardiola y de una generación inigualable de futbolistas hechos en La Masía, Barcelona inventó sobre lo que pensamos ya no había nada más que crear, obsequió momentos orgánicos de futbol caviar, de balompié de autor que podrían llevar la firma de Miró, Gaudí o Dalí en cualquiera de sus esquinas. Messi encontró en Iniesta y Xavi los testigos perfectos para trastocar los anales de la historia y cimbrar los terrenos de futbol con un juego que sólo era capaz de imaginarse en video-juegos. Tintes decorativos y arranques de encanto, como aquel ante el Getafe que calcó en calidad de litografía el gol de Maradona a Inglaterra en el Mundial 86. No hay bóveda que contenga los números, estadísticas y magistrales trazos que cada semana es capaz de mejorar este chico tan argentino en su juego y tan antiargentino en sus formas de manejar su imagen y su expresividad. Cuando se pensó que con la salida de Pep a Alemania, la jubilación de Puyol y el viaje sin retorno de Xavi, Messi y el Barça habrían terminado con una época jamás pensada, Iniesta siguió dándole la mano al 10 del Camp Nou y éste, a su vez, replicó la fórmula del bien común con el rutilante Neymar y el demoledor Suárez.

Messi tiene detractores que lo ven sin la sangre y personalidad de Maradona, la gran deidad albiceleste, el Dios y el Diablo del futbol argentino. Le critican que con la 10 del Diego no ha ganado un Mundial y no luce con el mismo compromiso que en Barcelona. Al final, la pasión de sus paisanos será imposible de evitar incluso si levanta la Copa del Mundo, porque en Argentina todo es relativo y nada es absoluto, aunque te llames Lionel Messi.

El rosarino que lloraba por perder y que no soporta todavía las derrotas ha sabido competir contra un portento físico y monumental llamado Cristiano Ronaldo, que desde cualquier punto de vista es otro fenómeno de las canchas. Pérdida de tiempo es compararlos, cuando simplemente podemos gozar de ambos próceres del balón. Hoy, Messi, a los 28 años, nuevamente es el mejor jugador del mundo, sus cinco Balones de Oro lo respaldan. "Cambiaría todos los premios individuales por ser campeón del mundo", dijo tras la ceremonia que lo entronizó. Así es el tal Lionel, un tipo que si uno lo ve por la vereda parece el vecino de la esquina; un chico bajito, silencioso, parco, casi inexpresivo, pero cuando olisquea el césped y toma la pelota se transporta a la polvorienta calle Lavalleja y juega como si fuera la primera y la última vez que lo fuera a hacer. 

Este texto pertenece a la edición impresa de febrero de 2016 de Life and Style .

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