Asegura la arqueóloga croata Davorka Radovcic, que hace 130,000 años, muy cerca de la costa balcánica, el ser humano comenzó a colgarse abalorios (entonces garras de águila y otros animales y piedras y rocas pulidas por la erosión) en el cuello, los tobillos y las muñecas. Desde entonces, no ha habido civilización, revolución, movimiento artístico o hito cultural en el que la joyería no haya representado algún tipo de mensaje.
Pero antes, vayamos al principio, a la construcción de los primeros asentamientos como consecuencia del cambio de hábitos del ser humano, que pasa de ser eminentemente nómada y cazador, a cazador y recolector. Esta metamorfosis, además, permitió el nacimiento de los primeros sistemas económicos y de constructos como el poder o el dinero. Hace 10,000 años, Jericó se levantaba en Oriente Medio como la primera ciudad moderna, y de ahí datan los alfileres de alta joyería que portaban las clases más pudientes.

El fenómeno continuó con los egipcios (con broches más redondeados y el uso de otro tipo de materiales, más accesibles por cuestiones geográficas), pero también con griegos, etruscos y romanos, obsesionados como ellos con la representación de la flora y la fauna de sus entornos, y con los pueblos germánicos y del norte de Europa. A diferencia de los anteriores, sí daban a este tipo de piezas un valor simbólico que, según los historiadores, situaban incluso por encima del estético.
No fue pues hasta el Renacimiento y el Barroco, en Europa occidental, cuando el broche perdió su utilidad como sujeción de capas y vestidos para convertirse en un elemento decorativo más. Y precisamente en ese momento nace la joyería moderna, que ya nunca abandonó el camino de la estética y el poder en su desarrollo posterior. No obstante, es necesario mencionar otro hito, el que se produce tras la Segunda Guerra Mundial, cuando la producción se limitó por la carencia de minerales y piedras preciosas que causó la insaciable industria armamentística. Durante casi una década, solo el oro pareció recuperar su influencia anterior al conflicto, al tiempo que la joyería se alejaba del canon tradicional para comenzar a borrar la línea entre lo masculino y lo femenino hasta alcanzar la actualidad.

Es precisamente ese parteaguas el que define la posterior evolución de la joyería masculina que hoy vemos en marcas como Dior. La marca francesa, referencia del lujo parisino durante casi un siglo, apuesta en esta temporada por broches, pulseras de eslabones y alfileres para solapas o corbatas que parecen inspirados en la Florencia de los Médici gracias a sus engarces, su delicada orfebrería, sus perlas y piedras preciosas y su representación de animales como el león, indiscutible símbolo de poder desde tiempos inmemoriales. No es, sin embargo, la única maison que apuesta por borrar las delicadas y cada vez menos poderosas líneas que definen el género.