Los tuxedos que marcaron historia en los Oscar
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El duque salvaje
Marlon Brando con Bob Hope, 1955 Marlon Brando con Bob Hope, 1955 (Foto: Getty Images)En el libro El duque en sus dominios, Truman Capote trazó un perfil poco complaciente de Marlon Brando, retratado como un hombre egocéntrico, antisocial y adicto a la comida. Cuando el actor lo leyó, juró que mataría a golpes al escritor. Pero la anécdota pronto pasaría al olvido. Décadas más tarde, volvió a ser noticia cuando en los Oscares, tras anunciarse que había ganado por El padrino, una muchacha indígena apareció en el escenario. En nombre de Brando, rechazó el premio como protesta por los estereotipos que Hollywood alimentaba contra los pueblos indios. Así terminaba la tirante historia entre la Academia y el actor, que no volvería a asistir a ninguna de sus premiaciones, fue nominado dos veces más.
Sin embargo, en sus comienzos, había sido un premiado ejemplar. En 1955, recibió una estatuilla por su trabajo en On the Waterfront. Esa noche, ya con el Oscar en sus manos, bromeó con Bob Hope, en un momento inmortalizado por un fotógrafo. Mientras el comediante iba de frac, Brando optó por un tuxedo, como se le conoce al esmoquin en Estados Unidos. Curiosamente, esta prenda fue inventada por la sastrería londinense Henry Poole para suavizar la ropa de gala que se estilaba en la Inglaterra de 1800: frac y sombrero de copa.
Para Elia Kazan, que en 1947 lo había dirigido en Un tranvía llamado deseo, no había dudas: Brando era “el mejor actor del mundo”. Capote, que había asistido a los ensayos de la obra, tenía una imagen más terrenal. De esa época, lo recordaba con cuerpo de gimnasio: “los brazos de levantador de pesas, el pecho a lo Charles Atlas”, que desentonaba, “como una foto trucada”, con su rostro angelical pues aún no se había roto la nariz boxeando.
Cuando Capote entrevistó a Brando en Japón para su célebre texto, el actor estaba gordo y había perdido parte de su atractivo. El tiempo sería aún más despiadado con él: murió obeso y atormentado por su vida familiar. Recordémoslo mejor con esa instantánea de 1955, con esmoquin y esa mirada de un millón de dólares.
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I did it my way
Frank Sinatra, 1951. Frank Sinatra, 1951. (Foto: Getty Images)“Con un vaso de bourbon en su mano izquierda, Frank Sinatra caminó entre la multitud. A diferencia de algunos de sus amigos, su ropa estaba bien planchada, su corbata de moño perfectamente erguida, sus zapatos inmaculados”. Así describía Gay Talese a La voz, en su perfil titulado Frank Sinatra has a Cold. El escritor estadounidense también cuenta que el cantante podía dormirse en cualquier lugar, algo que aprendió cuando solía recorrer con su banda caminos llenos de baches. Fue en esa época cuando también aprendió a dormirse con el esmoquin puesto, sin arrugarlo. Para ello, se sentaba, pellizcaba las arrugas del pantalón en la parte trasera y doblaba el saco hacia adentro, escribió Talese.
En ese mismo texto, ya legendario, se relata que en el club privado de Beverly Hills que Sinatra frecuentaba para beber, a veces encaraba a los hombres que usaban jeans o pantalones de pana. En un episodio descrito por Talese, después de un par de frases poco amistosas, le ladra “no me gusta la forma en que te vistes” a un guionista que finalmente opta por abandonar el bar. Cuando se calma el nerviosismo que la escena ha provocado, Sinatra exclama a los parroquianos: “No quiero a nadie sin saco ni corbata”.
Así como su filosofía prohibía “bostezar ante una dama” y tomar un bourbon que no fuera Jack Daniels, para Sinatra, la prenda obligatoria era el esmoquin, “pero nunca en domingo”, como relata Bill Zehme en The Way You Wear Your Hat: Frank Sinatra and the Lost Art of Living, un manual de estilo que recopila las reglas de La voz en el arte de vivir —asuntos del corazón, amistad y liderazgo, bebidas, vestuario y seducción son algunos rubros de este compendio.
Para el intérprete de Come Fly With Me, la ropa era importante. En su New Jersey natal lo llamaban Slackey O ́Brien, por la cantidad de slacks (pantalones) que tenía en su casa. Siempre sabía qué ponerse, cuándo y cómo. Una de sus máximas era no usar ropa o accesorios café después de las siete de la tarde y siempre llevar mancuernillas. Hay que tratar de no sentarse porque se arrugan los pantalones, dijo alguna vez Frank. “Y si tienes que hacerlo, no cruces las piernas. El pañuelo es opcional, pero siempre uso uno color naranja”.
Generalmente portaba su sombrero inclinado hacia un lado. Los encargaba en la firma Cavanagh, de fieltro gris y negro para el invierno y panamá en verano. “El sombrero era una extensión de su persona”, contaría luego su hija Nancy Sinatra. “Lo gracioso es que los empezó a usar para ocultar su incipiente calvicie”. El cantante nunca pensó en el efecto que esta costumbre en su clóset tendría sobre su público.
Y así como el sombrero era un apéndice de su ser, el tuxedo formaba parte de su cuerpo. Por eso, en los eventos de alfombra roja, mientras el resto de sus pares caminaba cohibido, enfundado dificultosamente en un esmoquin que siempre parecía una talla de más o de menos, Sinatra se movía como pez en el agua. Sin dudas, esta prenda era su segunda piel, como esta foto lo comprueba.
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Romper las reglas
Jack Nicholson, 1975. Jack Nicholson, 1975. (Foto: Getty Images)Dicen que, en cada ceremonia del Oscar, siempre se puede contar con dos o tres cosas que ocurren irremediablemente: las bromas del anfitrión de turno, actrices con vestidos muy mal elegidos para la ocasión y los lentes de sol de Jack Nicholson.
La primera vez que este actor ganó un Oscar, por One Flew Over the Cuckoo’s Nest (1975), tenía puestos un esmoquin italiano y un par de lentes de la marca estadounidense Serengeti, que desde entonces lo han acompañado en sus eventos de alfombra roja. Es cierto que el intérprete de As Good as It Gets ha alternado con piezas Persol y los bien ponderados Ray–Ban. Pero, más allá de la marca, la combinación de lentes de sol y esmoquin —casi siempre confeccionado por los sastres de Nino Cerruti— siempre fue, para Nicholson, la forma más eficaz de seducir mujeres. Y eso que el hombre nunca fue guapo en el sentido convencional. Pero tenía ese-no-sé-qué que volvía locas a sus fans: una persona- lidad arrolladora, una voz varonil, cool y arrogante. Y un estilo muy definido para vestirse.
Desde mucho antes de que se estilara que el hombre tomara sus propias decisiones en materia de ropa, el actor nacido en Manhattan ya se había percatado de que, para ganar mujeres, bastaba con su sonrisa perfecta —un poco demente, pero no demasiado— y unos anteojos ahumados. “Hubo mo- mentos en mi vida en que me sentía irresistible para las mujeres. Ya no estoy en esa fase y esto me pone triste”, dijo en 2012 en una entrevista con el periódico británico The Daily Mail, ya viejo y sin pelo, pero sin haber perdido las mañas.
Combinado con sus emblemáticos lentes y un esmoquin italiano, el atractivo de Nicholson supo ser imbatible. Y parte de ese exitoso combo se debía a la productiva sociedad que el actor tuvo con Cerruti, sastre de casi todos sus esmoquins en la alfombra roja. La firma italiana también había creado para Jack Nicholson un saco rojo que apareció en The Witches of Eastwick, trajes formales y casuales para Blood and Wine y hasta un blazer cruzado para Mars Attacks! Cuando Jack fue nominado al Oscar por About Schmidt, los creativos de Nino Cerruti diseñaron especialmente para el actor un esmoquin con brocado negro y bronce y solapas en satín, el mismo material con el que se forró el interior del saco y la parte exterior de los botones.
Poco antes de la Navidad de 2014, surgieron rumores que afirmaban que el actor de The Shining tiene alzheimer. Se dice que su memoria es cada vez más frágil y que ha experimentado episodios de confusión y desorientación... Nosotros elegimos recordarlo en sus mejores años. Como cuando encarnó a ese mujeriego patológico en Heartburn. O a Garrett, ese personaje fóbico al compromiso de Terms of Endearment que lo hizo ganar su segundo Oscar en 1984, consagrándolo como leyenda.
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Sólo para unos pocos
Matthew McConaughey, 2014. Matthew McConaughey, 2014. (Foto: Getty Images)Para interpretar a Ron Woodroof, el papel que lo catapultaría al Oscar, Matthew McConaughey perdió 17 kilos. Su dieta fue extrema: Coca Light y, como único alimento sólido, clara de huevo y pechuga de pollo. “Siempre estaba con hambre e irritable”, recordaría luego el actor, cuando ya contaba con un premio del Screen Actor’s Guild (SAG) en el bolsillo.
Unos kilos más tarde, vino la ceremonia del Oscar de 2014, y con ella un hueso duro de roer: esmoquin blanco. ¿Por qué? Bueno, para algunos, este outfit es exclusivo para bodas o climas tropicales (su origen se remonta, de hecho, a los años 30, cuando las clases acomodadas empezaron a usar este color para vestirse formalmente en vacaciones). Un viejo refrán dicta que un blazer blanco nunca debe usarse en la ciudad, “a menos que tengas una servilleta sobre la manga o un saxofón entre los labios”. Sin embargo, en la actualidad, el saco claro con pantalón negro es cada vez más común, sobre todo en eventos de la farándula.
Pero la prenda en cuestión encierra varios peligros: en primer lugar, a menos que hayas seguido el régimen prusiano de McConaughey, se corre el riesgo de lucir excedido en kilos —aunque se tenga un peso aceptable—. Otros dicen que la peor pesadilla es que la parte blanca te haga quedar como camarero de buffet chino. Y si la complementas con un pantalón blanco, posiblemente te parezcas al dueño de una plantación de algodón durante la Guerra de Secesión... O, peor aún, al inolvidable Boss Hogg, de los Duques de Hazzard. Si eres literato y te viste tentado de copiar a Tom Wolfe, ni qué de- cirte: deja que este escritor brille como el dandy que es y limítate a imitar su prosa.
Volvamos al protagonista de Dallas Buyers Club, que para esa noche eligió un saco en lana ligera de color marfil de Dolce & Gabbana y una pajarita de satín negro. Pañuelo negro, chaleco y camisa con botones negros completaban el conjunto. Como Humphrey Bogart en Casablanca, Sean Connery en Goldfinger o Harrison Ford en Indiana Jones.
Aunque la talla y la elección del chaleco dispararon algunas críticas, McConaughey salió airoso de este reto. Su porte delgado hizo el resto en la alfombra roja. Seis horas más tarde, se alzaba con el Oscar a Mejor Actor y pasaba a la historia como una de las estrellas de Hollywood mejor vestidas.