La música cambió la manera de vivir de Morgan Freeman
Hemos cruzado la región del delta del Mississippi para llegar al Club Ground Zero. En la puerta, nos espera su dueño...
Nos recibe con una sonrisa en la entrada del viejo edificio, ubicado al lado del Delta Blues Museum. A primera vista sobresalen dos cosas: un peculiar letrero de neón y las notas musicales que salen por la puerta, parte de la prueba de sonido de Super Chikan (sobrino de la leyenda de la región, Big Jack Johnson), el músico preferido en la actualidad por el hombre que no solo atesora las escrituras del club, sino también la historia de una región histórica para la música: Morgan Freeman.
Hoy en día, para conocer al señor Freeman hay que viajar al delta del Mississippi. Morgan cambió Nueva York, San Francisco y Chicago por la tierra que lo vio nacer. Su equipo nos lo dijo una y otra vez: "No tendrán mejor guía que él para conocer la región del delta del Mississippi". De niño, Freeman atravesaba el campo todos los días para llegar a la escuela. Nada puede sustituir esos recuerdos, siempre acompañados de blues, y él tiene ganas de contárnoslos, así que volamos a Memphis, el aeropuerto internacional más grande de la zona, para después rentar un coche para viajar una hora y media por carretera para llegar a Clarksdale, Mississippi, en el corazón del delta, cuna del blues.
En el camino, nos acompañaba una cinta con temas de John Lee Hooker, Howlin’ Wolf, Big Jack, B.B King y WC Handy, contextualizando cada kilómetro que avanzábamos hasta llegar a Clarksdale, un pequeño pueblo de Estados Unidos donde se siente el blues por todas partes y en el que se ubica, en un extremo de la avenida Delta, el Ground Zero Blues Club, una institución legendaria del género donde casi todas las noches tocan bandas y, si tienes suerte, te encontrarás a Morgan (MF) dispuesto a cantar algo de Ray Charles y... a hablar, teniendo como invitado de honor a su socio Bill Luckett (BL), quien es también el alcalde de Clarksdale.
¿Sigue siendo Clarksdale una ciudad de blues?
MF: Por supuesto. Los chicos vienen de paseo buscando empaparse de la historia y la tradición del blues. Hay chicos que están aprendiendo a tocar aquí, en el Museo del Blues de Clarksdale. Hay recorridos en las calles para conocer los orígenes de canciones legendarias. La ciudad es musical.
¿Es Mississippi la cuna del blues?
MF: Completamente. Hablamos de una región de trabajo duro y un calor infernal... ¿Qué puedes hacer con tal contexto? Cantar. Y en el campo, mientras se cortaba algodón, los trabajadores cantaban y le daban vida al ritmo.
¿Cómo le describes el Ground Zero Blues Club a tus amigos de la industria del cine?
Intento explicarles que es un jacalito, un juke joint [bar informal]. No es un bar, es un jacalito. El tipo de jacalito en donde se “vacían cubetas de sangre”, sólo que no permitimos ese tipo de actividades en el bar. Pero sí queremos evocar los bares de blues de mala muerte de antaño, en donde se iba a beber whisky y a abrir el corazón.
BL: Al final, todo el mundo viene por el blues.
MF: Sí, creo que si no existiera Ground Zero, la gente igual vendría, como antes, sólo que preguntarían en dónde se puede escuchar blues. La gente
se iba decepcionada. Solucionamos ese problema. No tuvimos que buscar a los músicos, ya estaban aquí, pero no tenían en dónde tocar.
BL: Somos justos y no explotamos ningún talento.
¿Por qué elegiste vivir en Mississippi?
MF: Porque mucha gente del sur es memorable, cálida, amistosa y extrovertida. Una vez que superamos el racismo que definió a la Confederación, entendimos que los sureños somos sureños y que el color de la piel no tiene nada que ver con que estemos aquí. ¿Quieres irte? Puedes. Greyhound tiene corridas de autobuses diario. ¿Por qué estamos aquí? Tiene que gustarte su historia, que no encuentra mejor lugar de interpretación que en el blues. La población negra que sobrevivió la Guerra Civil fue la que mantuvo las plantaciones y granjas operando durante la guerra. La familia de aquel escritor, Andy Carr, tenía esclavos de aquí.
No has filmado aún una película tuya situada en Mississippi... Driving Miss Daisy se filmó en Atlanta. ¿Cuál es la razón?
MF: No he grabado ningún largometraje en Mississippi, pero sí trabajé en una película para televisión, Roll of Thunder, Hear My Cry.
BL: Estamos trabajando en ello. Su agente está pensando filmar un largo en Mississippi, pero hay que esperar a que llegue la idea adecuada.
MF: Cuando alguien tiene un tema, entonces se filma. Se han grabado varias aquí, la última que recuerdo es The Help. Se escriben todo tipo de historias, pero no hay muchas películas contextualizadas en el sur y las que sí, no son… no me gustaría hacer una película que se enfoque en el rencor.
¿Te refieres a filmes recientes como 12 Years A Slave o Django Unchained? ¿Cuál es la mejor película filmada sobre la región?
MF: Sí, aunque Django Unchained estuvo graciosa. Tarantino parece expresionista. Me dio la impresión de que el final se redujo a vaciar cubetas de sangre en el piso. Creo que entendimos que hablaban de venganza. Ahora, la mejor película sobre la región es, sin dudarlo, ¡Driving Miss Daisy!
¿Cuál es tu gran recuerdo del lugar donde creciste?
MF: Me crié en Greenwood, Mississippi, un pueblo grande comparado con otros pueblos del delta. Mi infancia fue maravillosa, al salir de la escuela me di cuenta de que la educación que tuve fue muy buena. Creo que el hogar se te mete en los huesos. De joven no me importaba el destino, tenía claro que cuando me largara de Mississippi no volvería nunca. Mi familia es del delta, salvo por un tatarabuelo. Desde hace generaciones, todos hemos nacido en Mississippi.
Así que cuando regresé a visitar a mis papás, tras vivir años en ciudades grandes, como Nueva York, de conocer la mugre, el hollín, el concreto, tras vivir en cuevas, espacios diminutos, sin pasto ni árboles, ansiaba vivir aquí. Ansiaba cambiar de contexto. Pueblos pequeños, poca gente, muchos árboles, pasto, ¡perros en la calle!.. y blues, ¿ya te hablé del blues? (ríe).
¿Cómo definirías la reconocida hospitalidad sureña?
MF: Los sureños son gente de sangre caliente. Es una zona calurosa. La gente está acostumbrada a moverse despacio y a ser relajadas. Creo que como no hay sobrepoblación, la gente tiende lazos. En lugares donde la gente vive abarrotada, como Nueva York, donde hay tan poco espacio, la gente no lo hace, nunca se detiene.
BL: A la gente del delta no le importa manejar 50 o 60 kilómetros para ir a cenar o jugar golf. Somos muy móviles. Los atractivos están dispersos en toda la zona.
Viajas mucho por tu trabajo, tanto para filmar como para promocionar las películas. ¿Cuáles son tus destinos favoritos?
MF: París, Roma, Estambul, Londres, Praga, Sídney, Tokio, Osaka, Kioto… ¡y Nicaragua! También las Islas Vírgenes Británicas en el Caribe. Todavía tengo el barco como medio de transporte preferido, antes navegábamos mucho ahí, ¿verdad, Bill?
BL: Él era el capitán y yo era tripulación. Ahora volamos.
¿Y la comida?, ¿dónde nos recomiendas comer?
MF: En Clarksdale, en cualquier hogar donde te inviten a disfrutar de una mesa sureña... en el mundo, por ejemplo, en París, voy a Le Moulin d’Auteuil. En Londres, casi siempre como en el hotel, en el Mandarin Oriental. En Roma, voy a Luciano’s, salvo los lunes que no abren. La última vez tuvimos que ir a otro lado, ya estábamos muy acostumbrados a comer ahí. Una delicia.
En todos esos viajes seguramente has oído hablar mucho de blues, ¿cuál es el ícono del género del que más te hablan?
MF: Sin duda, y tengo que decirlo claramente, B.B King es el ícono más grande del blues en el planeta. Él llevó el género a cada rincón del mundo y lo mantuvo activo por décadas, generando un interés continuo durante 70 años de carrera. Su muerte en verdad dejó un gran vacío en el universo y en la música.
¿Cuál es el reto para conservar la esencia del blues en Clarksdale?
Tenemos que buscar mantener las tradiciones y los sentimientos básicos del lugar. No buscamos generar un interés masivo que termine por desbordar toda nuestra esencia. En el minuto en el que das ese paso de masificación, puedes correr el riesgo de transformarte en algo más y no poder detenerlo. Tenemos que cuidar las formas y sí, seguir invitando a la gente a conocer nuestros aportes, pero no dar ese paso a ser un parque de diversiones del blues. Hoy, podemos estar orgullosos de que Clarksdale es muy real.