El día en que Nadia Comaneci logró lo impensado
Nadia Comaneci cuenta la anécdota desde un lugar ajeno. Parece algo de todos los días: alguien se acerca, la mira, se conmueve y le dice: "Nadia, cuando yo era una niña soñaba ser como tú". Da lo mismo si se trata de la alfombra roja de los Globos de Oro, donde Hayek perdió la compostura y el control de sus lagrimales al ver de cerca a Comaneci, o de las calles de su actual ciudad, en Oklahoma. La escena siempre se repite y queda claro que, aunque el próximo 18 de julio se cumplirán 40 años del día que electrificó al mundo con su participación perfecta en las Olimpiadas de Montreal, el nombre de Nadia Comaneci sigue despertando admiración.
Hoy, a los 54 años, Comaneci, actualmente ciudadana de Estados Unidos, sigue involucrada en el mundo de la gimnasia y es capaz de hacer algunas rutinas que serían imposibles para el resto de los mortales y, antes de prender la grabadora, muestra un par. Cuarenta años después, le otorgamos un 10. Quien batió todos los récords a los 14 años de edad tiene ganas de platicar y rememorar y también de que alguien le pregunte, ¿por qué llora Salma Hayek?
Todas querían ser Nadia de niñas, ¿te sorprende que todavía hoy las estrellas de cine se emocionen cuando te saludan?
Por supuesto. Cuando yo tenía 14 o 15 años, yo seguía a las estrellas por televisión y pensaba que nunca las iba a poder conocer porque, para mí, vivían en otro mundo. Incluso, cuando competí en las Olimpiadas, eso no necesariamente era algo que te convertía en una estrella. Nadie me miraba de la misma forma en la que uno mira a una estrella de cine. Me parece que, hoy en día, hay una apreciación diferente. La gente entiende que uno sólo llega a las Olimpiadas si trabaja muy duro. Uno no califica porque sea hijo de un atleta olímpico. Todo pasa por entrenar muy, pero muy duro. Creo que es algo que la gente respeta. Como te contaba, el año pasado, en la alfombra roja de los Globos de Oro, Salma me abrazó y se puso a llorar. Y yo no podía creer por qué lloraba. Ella me explicó que era porque, de niña, soñaba con ser Nadia Comaneci cuando creciera...
Cuarenta años después,¿cómo reaccionan al conocerte?
Muchos se ponen a llorar. Un hombre que me dio la mano se puso a llorar mientras me contaba con todos los detalles, en donde estaba cuando yo gané las Olimpiadas. Si alguien se pone a llorar, yo también lloro, porque me pongo en la situación de esa persona. Es muy fuerte ver a alguien en televisión, soñar con ser esa persona y luego conocerla personalmente. Es un momento emocional cada vez que alguien me reconoce y me habla. Generalmente, tienen mi edad y vienen con sus hijos de 10 o 12 años. Cada año tenemos una competencia en Oklahoma, que se llama The Nadia Comaneci International Invitational. Los niños saben quién soy porque han visto mis videos en YouTube. Los padres son los que se ponen a llorar cuando me ven allí y quieren sacarse una foto conmigo, pero les da vergüenza. Y yo siempre los invito, y entonces me cuentan qué es lo que recuerdan de cuando me vieron en la televisión. Cómo marcó una época en sus vidas. Siempre es un momento muy emotivo.
¿Cómo es la vida de Nadia Comaneci, cuatro décadas después?
Vivo con mi esposo en Norman, Oklahoma, en donde tenemos una academia de gimnasia. Se llama Bart Conner Gymnastic Academy. Allí asisten entre 1,400 y 1,500 niños que entrenan con nosotros.
El 80 por ciento son niñas. Tenemos un hijo de 10 años. Y además nos gusta viajar. Pero en nuestra manera de ver las cosas, nuestro hijo está primero y luego, nosotros. Cuando me despierto por la mañana lo preparo para la escuela y mi esposo lo lleva. Luego nos vamos a la oficina. Más tarde, tengo mi sesión de ejercicios. Lo hago siempre por la mañana, porque sé que luego voy a estar cansada. Este año es un poco más intenso porque hay Olimpiadas. Y además, como se cumplen 40 años de Montreal, todo el mundo quiere hacer algo para recordar aquellos juegos y lo que significaron.
El chico que te besó a los 14 años para el New York Times, hoy, después de muchas volteretas de la vida, es tu esposo...
Nos conocimos en 1976. Más exactamente, el 28 de marzo de 1976. Competimos en el Madison Square Garden y era el día de su cumpleaños. Es una competencia anual que se llama American Cup. Los dos ganamos. Yo tenía 14, él 18. Cuando estábamos en el podio, él me dio un beso en la mejilla porque un periodista del New York Times le pidió que lo hiciera, y nos tomaron una foto que se hizo famosa. En julio competí en las Olimpiadas y él, también. Muchos años después, cuando vine a Estados Unidos, participé en un programa televisivo y el conductor trajo a Bart como una sorpresa. Él me preguntó si me acordaba de él, si recordaba aquel beso en la mejilla y yo le dije que no, que a los 14 años no estaba pensando en muchachos, pero, en esta otra ocasión, sí me fijé bastante en él. Y ahí cambió todo.
Al entrenar, ¿sientes ganas de repetir rutinas? ¿Todavía puedes hacer algunas de tus volteretas y saltos mortales?
No todos. Como con mi esposo tenemos un gimnasio, cuando no hay nadie mirando me gusta ponerme a jugar. Siempre tengo la curiosidad por ver qué es lo que puedo seguir haciendo y qué es lo que no. Por ejemplo, todavía me las arreglo bastante bien con la barra. De todos modos, son cosas fáciles para mí. Estoy segura de que voy a seguir siendo capaz de pararme de cabeza o de hacer una voltereta lateral durante mucho tiempo más. Pero hay otras destrezas que requieren que uno las practique todos los días...
¿Te parece, mirando hacia atrás, que tu historia hubiera sido diferente si Ceaucescu no hubiese estado en el poder en Rumania cuando eras niña? ¿Cómo lo recuerdas?
Probablemente, porque todo lo que pasó fue lo que hizo que hoy sea quien soy. Nací en Rumania y mi madre me llevó al gimnasio a los seis años y medio porque me la pasaba saltando en la cama y estaba llena de energía. No podía parar y ella encontró una forma de que la pudiera utilizar para alguna actividad. No me llevó al gimnasio pensando que allí estaba mi futuro ni queriendo que terminara refugiada entre colchonetas. Me llevó para que saltara en un trampolín todo lo que quisiera y no le rompiera los muebles de la casa. Ésa fue la razón por la que terminé en un gimnasio. Pero me fue bien porque allí encontré a grandes entrenadores y todo a mi alrededor ayudó a que se dieran así las cosas y pudiéramos cambiar la historia. Ceaucescu era el presidente del país en el que crecí y el deporte contaba con todo el apoyo del gobierno en ese momento. Los ojos del gobierno, por lo mismo, estaban ahí. En algún momento, decidí que quería marcharme de Rumania porque quería hacer algo más con mi vida. Algo más allá de la gimnasia. Vuelvo cinco o seis veces al año porque tengo familia allí y también tengo en Rumania una fundación de la que estoy pendiente todo el año.
¿Cuál fue el impacto psicológico de todo lo que te pasó a los 14 años? ¿Lo cambiarías al saber lo que pasarías?
No sé si lo hubo. Yo soy una convencida de que ocurrió porque tenía que ocurrir así y no había otra manera. No es que haya planificado mi vida en un papel y luego lo haya cumplido todo paso a paso. Como te expliqué, llegué al gimnasio porque tenía mucha energía, como muchos otros niños de mi calle. En aquel entonces, no había muchas disciplinas disponibles para las mujeres. En el lugar en el que nací había un gimnasio. Todo se dio para que llegará a una barra. Poco a poco fui pasando de pequeñas competencias a otras a nivel nacional. Cuando me preguntaron por primera vez si quería ir a las Olimpiadas no sabía de lo que me estaban hablando. No tenía idea de su importancia, de lo que podían significar y de cómo transformaban al mundo. Pude ver los juegos del 72 en la televisión y entonces ahí pensé que tal vez tenía que ir a las Olimpiadas, pero, nunca fue un plan que tuviera en la mesa o un objetivo al entrenar. Simplemente me dejé llevar. Me encantaba viajar con mis compañeros y me gustaba mucho competir y yo me dejé llevar. El desafío de ser la mejor me gustaba y me mantenía entretenida y concentrada. Y lo que aprendí en el deporte, luego me sirvió para llevar adelante mi vida. Creo que si no hubiese sido deportista, habría estado un poco perdida. Pero sé muy bien cómo organizar mi tiempo y cómo ser disciplinada, todo gracias al deporte. No siento que hubiera un impacto porque tampoco conocí otra manera de vivir.
¿Cuál era la diferencia entre ser una estrella en un país comunista a serlo en un país capitalista?
Después de los juegos olímpicos de Montreal, cuando gané y todos los ojos estaban sobre mí, volví a Rumania. Y allí hubo una gran celebración para todo el equipo. Una fiesta nacional. Durante tres o cuatro días fue toda una celebración en cada rincón el país. Y después de eso, volví al gimnasio, porque eso era lo que yo quería hacer. Quería seguir entrenando. No dimensionaba lo que se decía de mí en el mundo. No había las posibilidades de hoy. Mi vida pasaba por ir a la escuela y después, al gimnasio. La escuela y el gimnasio. Ésa era la verdadera rutina. Eso era todo lo que conocía. No tenía la menor idea de la gran curiosidad que la gente sentía por mí. Me enteré mucho tiempo después de que había mucha gente que quería viajar a Rumania para ver por qué Nadia era tan buena y ver el país en donde vivía y como vivía. Gente que quería estar cerca y preguntar hasta el último detalle. La gente quería saber más sobre mí, pero fueron muy pocos los que pudieron viajar para entrevistarme o hacer documentales sobre mi. Hoy en día, todos nos enteramos de todo en un segundo. Pero, en ese entonces nadie sabía cómo era que nos entrenábamos y por qué éramos tan buenos. Años después, cuando mi entrenador Bela Karolyi se mudó a Estados Unidos preparó al equipo estadounidense. ¿Cuál era nuestro secreto? Yo creo que nos entrenábamos un poco más duro que todos los demás. En el resto del mundo, las gimnastas hacían tres horas de entrenamiento por día. Nosotras hacíamos cinco horas, cinco horas y media. Cuando en el resto del mundo todos empezaron a entrenarse más horas, el nivel de la competición cambió.
¿Cómo te adaptaste a la vida después de la genialidad del 76?
Fue complicado, porque si bien me abrió puertas a muchas cosas, no me garantizó nada. Una vez que superabas la primera barrera, la de ser vista como campeona, con admiración, tenías que probarles a todos que podías reinventarte y no sólo vivir del pasado. Todo mundo pone sus expectativas altas alrededor de ti y esperan, en muchos casos, que fracases. Puedes darles el gusto y, además, frustrarte por no cumplir con sus metas o comenzar a trazar tu vida. Me costó trabajo hacerlo, pero una vez que me quité todos los complejos empecé a ver mi camino y a devolverle a la gimnasia todo lo que me dio, sobre todo, la oportunidad de estar en la historia.
Este texto pertenece a la edición impresa de julio-agosto de 2016 de Life and Style
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