Woody Allen habla sobre los atentados del 9/11
"Se ha transfrormado. Se ha degenerado. Ha ido y ha vuelto. Se ha reinventado... Pero no, la ciudad sigue siendo la misma, a pesar de la suma de todos sus años y experiencias", empieza a decirnos Woody Allen. "Recuerdo cuando ocurrió el ataque del 11 de septiembre y la gente me preguntaba en la calle, apenas después de que ocurrió esa tragedia, una semana después, dos días después, si Nueva York podía volver a ser la misma algún día. Y yo respondía que sí, que iba a seguir siendo la misma cuando volviera la normalidad, y, efectivamente, ha sido así. Si te fijas, en Nueva York, antes del 11 de septiembre, y la ves ahora, te darás cuenta de que nada ha cambiado en su esencia. La gente está caminando por las calles, van al teatro y a los restaurantes, y al Madison Square Garden. Viven sus vidas, con mucha energía y entusiasmo, tal y como lo demanda el movimiento. La ciudad es la misma que siempre fue, muy creativa, muy romántica, absolutamente estimulante y artística. Sin embargo, una de las cosas que han ocurrido y que la mayoría de la gente no ve, es que hay una división financiera en la ciudad mucho más profunda. Cuando yo me mudé a Nueva York todavía había una clase media, aunque ya estaba en proceso de desaparición, y ahora esa clase media ya no existe. Todos los que viven en la ciudad o son ricos o es gente que lucha duramente para sobrevivir. Eso es algo muy triste, por lo que creo que un retorno de la clase media le haría muy bien a Nueva York. Sería la siguiente reinvención..."
"Podría vivir en París. Claro que podría, al final, si lo piensas, se parece mucho a Nueva York", sigue platicando Allen con la verborrea que lo caracteriza sobre el amor que tiene por Nueva York. Y es que después de irse a filmar a París, Roma, Londres y Barcelona, aprovechando los recursos y la devoción que siempre le han profesado los europeos, Woody Allen tomó una decisión: hacer oídos sordos a las invitaciones para seguir rodando sus películas en sitios exóticos del mundo, y regresar a su primer y gran amor, la ciudad que en la primera etapa de su carrera se convirtió en un sinónimo de su nombre.
"La ciudad se ha ido transformando y, en muchos casos, degenerando, pero es así, estoy enamorado de Nueva York. De los años 20 a los años 40, fue tan interesante como una ciudad puede llegar a ser, pero creo que empezó a degenerar después de la Segunda Guerra Mundial, aunque, aun así, con todas sus fallas y sus problemas, hoy es una ciudad fabulosa, llena de ruido y excitación. Me gusta salir de noche y saber que hay 200 restaurantes abiertos hasta tarde, y espectáculos y conciertos. Puedo ver dos óperas, seis diferentes ballets y músicos de jazz tocando en la misma noche. No puedes hacer algo semejante en ningún otro lugar del mundo. Sólo está Nueva York", comenta Allen, quien abrirá el próximo festival de Cannes con Café Society, la cinta con la que apostó por volver a filmar el barrio donde vive y que más lo apasiona, pero su retorno a la ciudad que lo hace palpitar no para ahí, ya que el señor Woody está muy ocupado grabando en Brooklyn una miniserie de seis episodios, aún sin nombre, que coprotagoniza junto a Miley Cyrus y que podrá ser vista en streaming a través de Amazon.
La obsesión está de vuelta. Para el director, acostumbrado durante muchos años a la comodidad de filmar en su ciudad por encima de los rodajes lejanos, salir al mundo le permitió tener, aun cuando no lo pensaba, una nueva mirada de La Gran Manzana. Pero lo que más determina sus elecciones ahora es el hecho de estar en casa y no tener que buscar réplicas de su ciudad en cada gran capital que visita para filmar. "Creo que después de un par de experiencias por el mundo me di cuenta de que todo eso era ridículo y que mi vida era mi prioridad absoluta. Yo quiero estar en mi casa a las seis de la tarde y no a las 10, irme a cenar en un restaurante con mis amigos y degustar. Por ejemplo, si hay un lugar para filmar que se parece más a Chicago, pero hay que viajar hasta Pensilvania y dormir en un motel durante tres noches, prefiero conformarme con un sitio que no esté tan bien, pero que me permita quedarme en Nueva York. Prefiero quedarme ya en Nueva York".
Ha quedado claro que como individuo, artista y productor su vida y su prioridad están en el mismo lugar. La duda está en cómo filmar una ciudad que ha retratado por más de cinco décadas y a la que ha regresado en incontables ocasiones para explicarse y explicarle al espectador lo que significa ser un neoyorquino en distintas etapas. “Cuando tenía cinco años, en 1940, era muy joven para entender los horrores de la guerra, y Nueva York parecía muy romántica. Una ciudad musicalizada por Frank Sinatra, Duke Ellington, Benny Goodman, Cole Porter o Billie Holiday, tal y como lo muestro en El beso del escorpión. Yo vivía en un lindo vecindario en Flatbush, en Brooklyn, y uno podía jugar al beisbol en la calle todo el día y yo sólo quería que nos mudaramos a Manhattan, porque lo mejor que le podía pasar a un niño era crecer en Nueva York. Es algo que viví con mis propios hijos, porque en un radio de 20 cuadras de mi casa, hay teatros, museos, óperas y vida. Aunque la ciudad hoy tenga opciones para todos, creo que las décadas de los 20, 30 y 40 fueron las que la definieron: desde el estilo de la ropa, las obras de Broadway o los night-clubs, nunca hubo algo igual y lo digo a pesar de la oferta y la diversidad de hoy. Todo eso forma parte de nuestro folklore y de nuestro colorido pasado”.
Seguro al identificar de dónde viene el romanticismo del que vive Nueva York, uno de sus grandes imanes por el que aún cobra renta, Allen sigue apostando por tratar de encontrar la mejor imagen. El gran cuadro. La escena que capture y resuma la ciudad en un solo clic. Pero éste no llega. Y, probablemente, no llegará, ya que para el director es más sencillo aceptar que Nueva York, a pesar de su degeneración, no cambia y cada representación de la ciudad aporta poco a su antecesora. “Lo más cerca que estuve de capturar Nueva York fue en Broadway Danny Rose. Ésta es la pura verdad: yo vivo en la ciudad, y cuando camino por la calle y hay nieve, o acaba de llegar la primavera, o es el otoño, me siento maravillado, quizás un poco ingenuamente. Y quiero compartir esa sensación con la audiencia, por lo que siempre lo pongo en mis películas. Es como la visión que un pintor expresionista tendría de Nueva York. Ellos pintan mujeres con caras verdes y ojos rojos, y yo muestro la ciudad como la siento emocionalmente. No estoy diciendo que es así como luce la ciudad. Es cierto, es una visión romántica e inocente. Martin Scorsese la muestra de una manera totalmente diferente, pero maravillosa. Sydney Lumet tiene otra visión que es también muy valida. La visión más cercana a la verdadera Nueva York fue en Broadway Danny Rose, donde se ven montañas de basura e inscripciones en las paredes. Pero mi visión es honesta, es como yo la siento. No estoy haciéndolo para que mis películas sean un folleto turístico".
Han pasado 32 años desde que Woody Allen filmara aquella escena de culto en la que una fuga de helio provoca la transformación de la voz de buenos y malos en la película Broadway Danny Rose (una escena icónica del cine). Más de tres décadas desde que Allen encontrara, según su perspectiva, las mejores imágenes de su ciudad, luego de grandes intentos anteriores por hacerlo en cintas como la clásica Annie Hall (1977), Manhattan (1979) o Stardust Memories (1980).
Un esfuerzo continuo que, con la obsesión de un sociólogo, ha llevado a Allen a ser una de las voces autorizadas de la ciudad. Uno de los narradores autorizados para contar los grandes momentos. Las grandes leyendas. Un hombre capaz de encerrar un siglo de vida de una de las ciudades más atractivas del mundo.
Este texto pertenece a la edición impresa de mayo de 2016 de Life and Style .
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