Vestimos a los arquitectos que cambiaron México
Frente a sus ojos se alzaban los restos del salón de baile El Gran León: una estructura de concreto lúgubre, en ruinas, asfixiante.
“No se podía ni entrar”, recuerda Gerardo Salinas, pero, junto a su socio Michel Rojkind, logró acceder ese día de hace año y medio al edificio de la colonia Roma. No tuvieron más opción que iluminar el camino con el flash de sus teléfonos celulares y abrirse paso entre salas y escaleras para no tropezar con los oxidados y polvorientos vestigios del bar. Como exploradores en una caverna, fueron descubriendo las áreas en las que el dueño del inmueble quería, simplemente, que le construyeran un mercado.
Casi como un principio espiritual, ante cada nuevo proyecto, Michel se sienta en su restirador y se hace un cuestionamiento: “Me digo: ‘¿Cómo podemos dar más de lo que pidió el cliente’”. Cuando su propuesta ya es más rica de lo que le solicitaron, se aventura: “Le digo al cliente: ‘Tu idea es inadecuada, vamos a enriquecerla con todo esto’. Y entonces nos arriesgamos juntos”.
El riesgo que Michel y Gerardo asumen, bajo el nombre de Rojkind Arquitectos, se ha vuelto un estilo de ejercer su profesión: conectan la obra arquitectónica con la calle, e impregnan el edificio de la explosión de colores y formas de la realidad urbana.
Así, en menos de 18 meses quedó listo el Mercado Roma, un espacio comercial en el que lo mismo uno puede echarse un taco en Wagyu o una terrina de pato en el bistró Campagne, y donde hay murales, jardines y mesas colectivas como las que se usaban en tiempos de la Revolución.
A Michel no le hace falta viajar a París o Nueva York para definir las innovaciones que su despacho persigue.
— ¿Qué te inspira para tu trabajo?
— Las calles del DF son sorprendentes, el cambio de colonia a colonia me asombra. Siempre me pregunto: ¿qué me enseña lo cotidiano? La arquitectura enaltece la vida, resalta la experiencia de un lugar y está conectada con el exterior: puedes cerrar un edificio con compuertas, pero al abrirlas se conecta con lo de afuera. En México esa conexión debería ser mas fluida. La ciudad es caótica y sufre crisis constantes, pero es un laboratorio donde todo es mejorable”.
La nueva Cineteca Nacional Siglo XXI —una obra inconclusa porque no se le asignó más presupuesto con el cambio de sexenio— es, según Michel y Gerardo, la máxima expresión de su amor por el riesgo.
El anterior gobierno federal sólo pretendía que hicieran varias salas agradables y algunas bóvedas. La respuesta de Rojkind Arquitectos fue, de nuevo, un reto con valor agregado: un complejo de 13 cómodas salas —de las cuales, hasta ahora, se han abierto 10— con mejor isóptica y acústica, un cine al aire libre, un museo y jardines. “Además, con el edificio de estacionamiento, la plaza se liberó —añade Rojkind— y hoy es un jardín donde un doctor se sienta, unos cuates se besan y otro compone con su guitarra: impresiona todo lo que un espacio para el cine puede incitar. Entendemos el edificio como el hardware, y debemos crear ‘aplicaciones’ para que ahí pasen cosas. Hay que hacer arquitectura con espacios para que sucedan cosas libres, y no neuróticamente programadas por un cliente o arquitecto”.
Antes de aliarse a Michel, el arquitecto Gerardo Salinas era casi un exiliado en su propio país: salió de México en 1994, estudió en la Universidad de Maryland y radicó en las ciudades de Washington y Colorado, hasta 2010 cuando unieron fuerzas.
Aunque su trabajo es visible en obras fastuosas como “El OVNI de Interlomas”, la casa PR 34 de Tecamachalco o la tienda Liverpool de Félix Cuevas, desde que retornó ha debido luchar contra la política. Quien no le crea, aquí unos números que él mismo aporta: “Por ejemplo, es una frustración la Cineteca, la prueba más dura que ha tenido nuestro despacho. Trabajaron 60 personas, 20 horas diarias, por cuatro meses, para completar el proyecto ejecutivo y la obra duró 10 meses, en los que avanzamos un 85%. Cambió la administración federal y, en año y medio, se ha avanzado sólo un 2%. Aunque nuestro proyecto está listo desde hace dos años, no logramos cruzar la meta”.
Pese a todo, ambos arquitectos ya asumen con naturalidad que en México su labor no sea sólo inspiración, sino un combate vehemente ante imponderables. Y se suma otra complicación. ¿Cómo hacen Michel y Gerardo, dos arquitectos tan destacados, para no chocar en el día a día? “Michel trabaja de modo muy visceral, sus reacciones son inmediatas. Yo pienso más las cosas, dejo pasar tiempo para que se asiente el polvo antes de decidir”, precisa Gerardo.
Concluye la entrevista y Michel exclama “¡voy por mi bici!”, cuando está a punto de tomar el vehículo con el que surcará el centro de la Ciudad de México para ir a una nueva junta de trabajo. Por su parte, Gerardo se apura a terminar su café: en un rato tomará varios aviones que lo dejarán, tras un día de viaje, en la ciudad sudafricana de Durban, donde dará una conferencia en el South African Institute of Architects.
“Al ver las cosas en extremos opuestos llegamos a un punto medio —se ríe Gerardo—. Somos muy distintos y por eso nos complementamos”.
Dos genios pueden trabajar juntos. Para pruebas: edificios, malls, mercados. “Ah, y también hemos hecho casas de perros y una casita de árbol”, se ríe Gerardo.
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