Clive Owen, un gentleman de la working class
Primera escena. Es el verano de 1940 y Adolf Hitler se ha propuesto conquistar Inglaterra y otras tierras del viejo continente. Descartada la invasión naval, la operación se realizará por aire. Los bombarderos de la Luftwaffe, su fuerza aérea, la más moderna y devastadora de Europa, acabarán con la célebre Royal Air Force (RAF). Pero los británicos resisten el ataque.
Al final del verano, el Führer decide cambiar de estrategia: atacarán durante la noche las poblaciones inglesas. El 14 de noviembre, medio millar de bombarderos se ensañan con Coventry. Histórico centro industrial, desde la lana de la Edad Media a los automóviles —es hoy, todavía, sede de Jaguar Land Rover—, motocicletas y motores de aviones del siglo XX, el pequeño poblado del centro del país es arrasado por los destructivos aviones del agrupamiento nazi.
Aquel fue el bombardeo más salvaje a Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial. La ciudad empezaría entonces, tras el final de la contienda, su proceso de reconstrucción. La consagración de la nueva catedral, en mayo de 1962, marca hoy el punto de inflexión en el que Coventry volvería a renacer. Nueva, moderna y en proceso de cicatrización de las viejas heridas. Allí nació nuestro personaje, Clive Owen, el 3 de octubre de 1964. Hijo de un cantante de country que los abandonaría a él y a sus cuatro hermanos cuando tenía sólo tres años.
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Segunda escena. Una obra de teatro en la escuela. Se representará Oliver Twist, la famosa novela de Charles Dickens. Un clásico obligado en los centros académicos de todo el mundo. Se reparten los papeles. A Clive le corresponde Artful Dodger, el líder de la pandilla de carteristas callejeros que recluta al pequeño Oliver para la banda. Tiene pinta de niño mocoso y suciedad de pobre, pero los ojos y los ademanes de un hombre mayor. Así es su personaje. Y por primera vez, con 13 años, se mete en la piel de otra persona. Y en su ropa. En este caso, un traje raído de aire victoriano, pañuelo al cuello y sombrero de copa.
Tercera escena. Dicen de él, los especialistas en moda de la prensa anglosajona, que es la “quintaesencia” del estilo. Que es “sofisticado” pero “sin pretensiones”. Que no es uno de esos tipos sexys obsesionados con su apariencia y su forma física y con alcanzar la perfección. Que le buscan siempre para hacer papeles de tipo duro, pero en los que son su inteligencia y su fortaleza interior su mejor arma. Que lleva años figurando entre los candidatos para convertirse en James Bond, lo que para los ingleses supone la máxima meta a la que un intérprete puede —y debe— aspirar. Que le aclaman las marcas, conscientes de que en un mundo volátil, en el que los ídolos duran un trending topic, hay personas que no cambian, estrellas sólidas, actores que, como fueron Paul Newman o Steve McQueen, se mantienen fieles a sí mismos.
-¿Qué significa para usted la elegancia?- le preguntamos en entrevista.
- Para mí, la elegancia es simplemente tener clase, pero de forma discreta- responde él, con seguridad.
Hablemos de buen gusto
A Clive Owen jamás le verán con jeans. Tiene un armario repleto de trajes de Armani, por decir lo menos. De esos que, como dice, “no siguen tendencias y son atemporales”. Tampoco esperen excentricidades suyas. En el rostro presume lentes de sol estilo aviador y en la muñeca, un modelo de la serie Amvox. Con uno de ellos empezó la colección de relojes Jaeger-LeCoultre que hoy posee. Ésa es una de las razones por las cuales la marca suiza lo ha convertido en su embajador. “Me gustan las piezas que están maravillosamente hechas, que sean elegantes y a la vez muy discretas. Así que trabajar con Jaeger-LeCoultre ha sido muy natural. Y un gran acierto, porque adoro sus relojes. Son como obras de arte”, lo explica él. El resultado de esta colaboración es que el actor nos asegura que se siente “afortunado” de poder lucir un modelo de la colección Amvox durante el día y un Gyro Tourbillon cuando cae la noche y suele dejarse ver sobre las alfombras rojas.
A Clive Owen lo descubrimos —y sé que puedo hablar por la mayoría de los hombres— por internet, al volante de un BMW. La compañía hizo entre 2001 y 2002 ocho cortos, que aún puedes disfrutar en YouTube, que él protagonizaba y que fueron dirigidos por grandes directores, desde Alejandro González Íñárritu hasta Guy Ritchie. En paralelo, vimos cómo alcanzaba la fama en los cines. Gosford Park, The Bourne Identity, King Arthur, Closer —con la que provocó, escandalizó, ganó el Globo de Oro y fue nominado al Oscar pero, sobre todo, se confirmó como una estrella—, Sin City, Children of Men... pero Owen actúa desde que, en 1984, entró en la Royal Academy of Dramatic Art. Tres años de formación durante los que confirmó que sólo quería ser actor y descubrió que, para serlo, lo más importante era el tiempo. “Lo es todo en la vida de un intérprete”, confiesa hoy. “Hacer películas es una cuestión de tiempos: el de tus líneas de diálogo, el de tu energía y el de tu concentración. Dado que tenemos que esperar tanto, es necesario estar siempre preparado para los pocos momentos en los que te colocas enfrente de una cámara. Yo lo aprendí en aquella academia de teatro y nunca lo he olvidado”.
Todo lo que Owen ha logrado en estos 30 años ha sido obra suya. Es el hombre que confiesa haber vivido una infancia dura en aquel Coventry que resurgía de las cenizas. Un tipo de clase trabajadora inglesa pura y típica que ha llegado a triunfar. El actor que supo que actuar sería su vida tras interpretar a aquel ladrón de apenas 13 años, cuando vio que este “oficio”, como lo llama, “no es una cuestión de glamour, sino de poder contar historias”. Y el ícono de estilo al que reclaman desde revistas a marcas, sencillamente, lo que resulta tan complicado, porque no se olvidó de quién es, de dónde venía y hacia dónde quería ir mientras todo giraba a su alrededor y Hollywood lo engullía.
Hoy, Owen, uno de los actores británicos más cotizados, sigue viviendo en Londres. Confiesa que no puede dejarla, porque “es mi hogar”. Y que no cambia Hollywood por ella, ni por sus zonas de compras ni por poderse escapar a comer las tapas españolas del restaurante Cigala o los platos italianos del Murano, dos de los locales de la ciudad donde puedes tener suerte y encontrártelo si visitas la capital británica.
Está casado desde 1995 con la actriz retirada Sarah-Jane Fenton, con quien tiene dos hijas adolescentes. Se mantiene leal al Liverpool como su equipo favorito de futbol y a David Bowie como el personaje que ha sido su mayor ídolo desde que en los años 70, frente al espejo, trataba de imitar su estilo. El actor ha aprendido, además, durante esta última década, a moverse en ese mundo de las celebrities en el que más aparece quien más enseña. Él no se expone. No da ni protagoniza titulares sensacionalistas. Apenas comenta su vida privada. Sólo si se le pregunta cuál es su pasatiempo favorito responde que “sin dudar, simplemente, poder estar con mi familia”. Y ni siquiera su apariencia, con una altura imponente de 1.89 metros y un cabello negro oscuro que contrasta con sus ojos verdes, con la que le resulta imposible ya pasar desapercibido, le impide mantener esa discreción de la que presume.
Un tipo privilegiado
El director español Juan Carlos Fresnadillo, que rodó con Owen en 2011 el thriller de terror Intruders, le contaba recientemente a este periodista cómo fue aquella experiencia. El actor, recordaba el director, no puso ningún problema y no impuso ninguna condición ni capricho. “Es un auténtico gentleman”, le definía.
- ¿Cuál son para usted hoy el mayor reto y la mayor recompensa de ser actor?- le preguntamos a Owen.
- El único desafío es pasar tanto tiempo viajando y lejos de casa. Y la recompensa, bueno, me siento extremadamente afortunado y privilegiado de estar en este negocio- asegura.
Hoy, el inglés rueda a las órdenes de otro gran director, Steven Soderbergh, para la televisión. Se ha acostumbrado en su carrera, y presume de ello, de no seguir un guión, de no hacer aquellos papeles que debe hacer, sino los que quiere. Por eso le hemos visto este año en la película Word and Pictures, con Juliette Binoche, una comedia dramática mal recibida por la crítica. Pero en 2015 regresará con otro filme de acción, The Last Knight, del japonés Kazuaki Kiriya.
Sin embargo, si queremos disfrutar del mejor Clive Owen, debemos engancharnos a The Knick. En la serie que rueda con Soderbergh interpreta a un cirujano pionero en la Nueva York de comienzos de siglo XX, un papel que le gusta porque, nos dice, ha tenido tiempo suficiente para trabajarlo antes del rodaje y disfrutar de esa preparación para poder “descubrir nuevas cosas, que es una de las mejores partes de esta profesión”. Desde el verano se emiten en Estados Unidos en la cadena Cinemax, de la HBO, los 10 capítulos de la primera temporada, pero ya se ha confirmado que al menos habrá una segunda. “Es un trabajo duro, porque la televisión es más rápida que el cine y rodamos más páginas de guión diarias. Pero te permite desarrollar más tu personaje a lo largo del tiempo”, afirma el actor. De nuevo la cuestión del tiempo.
Por eso mientras en la pequeña pantalla se atusa con los dedos el bigotito del doctor Thackery, se calza su bombín y coge el maletín con su instrumental, en Inglaterra continúan preguntándole cuándo hará de James Bond. “¿Si seré yo el próximo Sean Connery? No, simplemente seré el próximo Clive Owen”, suelta él. Como si pudiera haber un Owen diferente, Clive