Para reforzar su respuesta, pone como ejemplo "Fable", un videojuego de rol en el que uno decide si su personaje es bueno o malo con base en las decisiones que toma. “Adivina qué tipo de personaje soy”, dice con una risa contagiosa que recuerda de inmediato a Billy Batson, el adolescente que se convierte en Shazam.
Hay una parte de Shazam y de Baston que Zachary lleva afuera del set y la pantalla: también quiere salvar al mundo, pues le aterra lo que está pasando en el planeta, pero le tranquiliza un poco ver que cada vez hay más gente que quiere ayudar y que se está convirtiendo en líder. Para él, así podemos aliviar al planeta, con gente con corazón. “Eso es lo que quiero hacer en la vida real”, comenta.
El síntoma universal
En el tráiler de ¡Shazam!: la furia de los dioses, segunda película de esta franquicia, se ve al personaje que interpreta Levi cuestionándose a fondo y comparándose con otros superhéroes del Universo Marvel bastante más populares que él, con más camino recorrido e, incluso, con capacidad para salvar al mundo. Esas mismas inseguridades podrían compararse con las de los actores principiantes y de eso Zachary sabe mucho.
“No ocurre solo con los principiantes, actores de todos los niveles de éxito se sienten así. Y no solo actores, creo que sucede en todas las profesiones. Es el síndrome del impostor. Clínicamente hablando, es cuando te comparas con otras personas y te sientes un fracaso. Es así como caemos en estas espirales de depresión y ansiedad, hasta que, tarde o temprano, alguien te descubre y te dice que estás equivocado y que te metiste en un grupo que es muy pequeño para ti", reflexiona Levi.
Es el síndrome del impostor. Clínicamente hablando, es cuando te comparas con otras personas y te sientes un fracaso
Todos nos sentimos así por dentro, aunque sea de vez en cuando. Solo tenemos que ser conscientes de eso para querernos un poquito más cuando pase. Hay que hacerlo de inmediato”, reflexiona. Claro que Zachary es consciente de que no es el mejor actor de Hollywood, pero eso no cambia las cosas ni, como él mismo dice, le genera frustración. “Mi mundo existe porque yo existo”, añade mientras recuerda que más joven sentía esa inseguridad que lo llevaba a compararse todo el tiempo.

(Cortesía)
Hoy, sin embargo, confiesa que a los 42 años ha tomado mucha terapia. “Llevo 24 años actuando, pero juro que cuando empezaba no sabía nada. “¡Tenía la edad de Billy en esta película! He trabajado tanto en mi salud emocional y mental a lo largo de estos 24 años que me siento mucho menos impostor de lo que era, pero eso no quiere decir que no haya días en los que me levante pensando que soy un fraude, que alguien se va a dar cuenta, le va a decir a todos y ya no voy a volver a trabajar”, dice riendo.