La grandeza de Avatar
Hagamos a un lado la taquilla y centrémonos de lleno en la calidad cinematográfica. Es difícil decir si Avatar es la mejor película de James Cameron, no por falta de cualidades, sino por el historial del cineasta que incluye numerosos clásicos. Es, sin embargo, la película más ambiciosa e importante en el historial del "rey del mundo" y eso no es cualquier cosa.
Primero, en los aspectos técnico, algo que siempre ha preocupado al cineasta. Es, después de todo, un cineasta profundamente ambicioso en sus historias y obsesionado con capturar su visión a como dé lugar. Algo que nos llevó del monstruoso e increíblemente pesado animatronic de Terminator en 1984 a la construcción del mítico Titanic en 1997 y sin olvidarnos de las revoluciones CGI de El abismo y Terminator 2. En el caso de Avatar, su mira fue puesta en el 3D y el CGI desde el motion capture, cumpliendo en ambas con creces. Tan es así, que los na’vi gozan de un fotorrealismo que se mantiene hasta nuestros días, algo de lo que no pueden presumir todas las superproducciones.
A esto sumemos sus mensajes. La obra de James Cameron suele centrarse en el entretenimiento, pero de vez en cuando también arroja reflexiones que vale la pena tomar en cuenta. La más impactante de todas se dio en El juicio final donde nos echa en cara la naturaleza violenta de la especie humana. El cineasta se exigió más en Avatar, consciente de que además de diversión, el cine puede dar importantes lecciones a las audiencias. En este caso, una de conservacionistas para un mundo que se cae a pedazos. El grueso de la sociedad no recibió bien la reprimenda que invariablemente nos obligó a pensar sobre lo que estamos haciendo mal, no como comunidad, sino como individuos. No es la primera película de corte ambientalista que es juzgada con dureza.
Su mensaje, sin embargo, sí que fue abrazado por grupos conservacionistas que han convertido a los na’vi en símbolos de su lucha. Esto ha podido apreciarse a través del tiempo, en manifestaciones en que más de una persona acude caracterizado como los enormes alienígenas azules. En un planeta cada vez más aquejado por la actividad humana, quizá sea tiempo de que más personas nos pintemos de azul.
Pero para los que no quieren llegar a los extremos, Avatar también es diversión pura y dura. Ésta va de la brillante inmersión inicial en el mundo de Pandora y desemboca en un emocionante tercer acto nos tiene al borde del asiento. Todo desde la perspectiva de un Jake Sully cuyo avatar no hizo sino llevar aún más lejos las nociones del metaverso, en este caso, con una consciencia trasladada a una máquina de corte orgánico que le permite recuperar la movilidad de su cuerpo quebrado.
Avatar es una película redonda y se ha ganado el derecho a ser celebrada como tal. Incluso si no tuviera una secuela que invite a sus revisionados o complemente sus mensajes. La odisea espacial de James Cameron es uno de los mejores y más ambiciosos exponentes de la ciencia ficción. Es, dicho en otras palabras, cine en estado puro.