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El mundial desértico

El Mundial convierte el futbol en una especie de fenómeno cuántico. Esta es una mirada sobre el llamado “deporte rey”.
dom 13 noviembre 2022 01:05 PM
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Nunca pensé decir esto. Mucho menos escribirlo, pero el Mundial de Qatar me prende poco. No solía ser así. Y es triste. Porque debo confesar que cuando pienso en mi muerte siento una nostalgia irracional y anticipada por lo copas del Mundo que no podré ver.

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He pedido vacaciones para no viajar y, sin embargo, he sentido la misma felicidad de tomar un avión al llenar mi refrigerador de cervezas para no hacer nada más que ver partidos, en bóxers, con tarro y comida chatarra en mano. He sido muy dichoso porque los mundiales me dan una felicidad adolescente, fácil, concreta, y porque cada cuatro años, sobre todo pasados los treinta, es necesario olvidarse por un mes de ser adulto.

Pero Qatar no me emociona. O no tanto. Si tuviera el dinero para ir, no iría. Y este desencanto no se debe a que si México pasa al quinto partido será por un milagro inmerecido. O porque si Messi o Cristiano ganan el Mundial será a destiempo y anticlimático. A veces siento que quizá la ética me embarga y que me vuelvo viejo. Que no debo sentir emoción porque este Mundial será en un país al que el futbol le importa lo mismo que el catolicismo, que solo será ahí porque jeques, que nada saben de futbol, compraron la copa con petrodólares para construir estadios —que han costado la vida de 6,500 obreros inmigrantes— solo para lucrar aún más con una fiesta deportiva en la que el amor en las calles será pecado y beber cerveza en las banquetas, penado.

Será un Mundial raro. Y, sin embargo, es probable que cuando ruede el balón me trague mis palabras, que me desvele viendo hasta a Ghana contra Corea del Sur. Que me molesten los argumentos bien fundamentados de los intelectuales, quienes aprovecharán el Mundial para desacreditar el futbol por ser el circo del pueblo otra vez. Y una vez más me preguntaré cómo es posible que no alcancen a reconocer que eso que es capaz de hacer felices o tristes a millones de personas —al mismo tiempo— no puede ser algo trivial.

El Mundial convierte el futbol en una especie de fenómeno cuántico. Pienso, por ejemplo, cuando Roberto Baggio falló el pénalti en la final de Estados Unidos 94: millones de italianos padecieron tristeza cuando la pelota se fue sobre el travesaño; mientras que, en simultáneo, otros millones de brasileños explotaron de júbilo. Pocos eventos tienen esta potencia, un terremoto, la celebración del Año Nuevo.

¿Qué otro deporte provoca ese nivel de reacción masiva instantánea? Y en esto radica la triste paradoja de este Mundial. En el hecho de que mientras todos tendrán las emociones conectadas al país sede, los anfitriones serán unos extranjeros del mundo del futbol, desintegrados del sentir de millones en todo el planeta. No es una coincidencia que este Mundial suceda en medio del desierto.

Acerca del autor: Periodista de formación, Salvador ha dedicado muchos años de su carrera profesional a una de sus grandes pasiones, el cine. La otra está en las canchas de futbol, en las que ocasionalmente juega, pero las que siempre observa como una metáfora de la naturaleza humana.

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