Diébédo Francis Kéré es arquitecto, docente y activista. Hoy es todo eso, claro. Hace cincuenta años era un niño que vivía en Gando, un pueblo rural de Burkina Faso, uno de los países más pobres del mundo. Kéré quería estudiar y su padre estaba de acuerdo. Gando no tenía escuela, así que tuvo que migrar. Un niño de siete años obligado a dejarlo todo para aprender a leer. Una vez en la capital y lejos de la familia, se forjó como un buen alumno hasta que un día consiguió una beca para irse a estudiar a Alemania. En Europa empezó como carpintero, pero solo hasta que se licenció como arquitecto.
#GameChangers Diébédo Francis Kéré y el cambio consciente
A su pueblo, sin embargo, regresaba de visita cada vez que podía. Pasaba una temporada con los suyos y al volver a irse, recuerda, las mujeres buscaban en sus bolsillos o en los recovecos de sus faldas alguna moneda y se la entregaban. Kéré sabía que esas mujeres le daban su última moneda porque él era la única esperanza. Ellas querían que terminara la carrera y quizás, en una de esas, volviera al pueblo y devolviera las monedas en forma de conocimiento. Kéré supo siempre, desde el primer día, que ese era su destino.
Diébédo Francis Kéré es hoy uno de los arquitectos más reconocidos del planeta. Tiene obras en varios países y ha recibido centenares de premios. Recientemente, le fue otorgado el Pritzker de Arquitectura, y con ello se convirtió en el primer africano en recibir este galardón. Sin embargo, el valor de su trabajo está en haber involucrado a la comunidad de los pueblos africanos en la construcción de los inmuebles, porque de esa manera genera la posibilidad de un desarrollo sostenible.
Creando un equilibrio entre tradición e innovación, dota a su comunidad de conocimientos que le permiten depender de sí misma. A partir de materiales locales y procesos factibles, permite que los habitantes construyan su futuro. Un día no será necesaria su presencia.
Lo primero que hizo fue crear una fundación en Alemania que le permitiera reunir fondos que llevar a África. Durante la licenciatura, ahorró cada peso y le pidió a sus compañeros que gastaran menos en su vida diaria, que no tomaran su Coca-Cola y le dieran, en cambio, una pequeña cooperación. Así, juntó 50,000 dólares, creó la fundación y se fue a Gando a construir una escuela, esa que no existía cuando él quiso aprender a leer. Tanto la escuela como los procesos comunitarios de construcción evitarán que los habitantes del pueblo tengan que migrar, pensó. Así, no solo se evita el dolor y la pena, sino que se fortalece a la comunidad.
El día que dijo a los habitantes de su pueblo que quería construir con adobe, no le creyeron. Decían que no iba a soportar las lluvias, así que Kéré metió un ladrillo de adobe en un balde con agua y lo dejó ahí cinco días. Cuando lo sacó estaba intacto, así que la escuela se hizo de adobe, material ideal para absorber algo de los 45 grados de temperatura que golpean el lugar. La escuela tiene un techo flotante que permite la ventilación y dispone de un huerto exterior para que los estudiantes no abandonen la agricultura, oficio clave para el presente y el futuro de la región.
Propuso también sembrar árboles de mango para poder ofrecer a los habitantes vitaminas que complementen el mijo con el que se suelen alimentar. Además, los árboles de mango están pensados para que den sombra y los jóvenes tengan espacios donde juntarse.
En Gando sigue sin haber electricidad y agua potable, pero hay escuelas y una comunidad fortalecida y cargada de herramientas de desarrollo. Hoy, en Gando, hay esperanza y posibilidades de una vida mejor.