Noche de fuego es la película mexicana de la que nadie dejará de hablar en cuanto se estrene en cines. Dirigida por la documentalista Tatiana Huezo, la cinta es una adaptación de la premiada novela de Jennifer Clement, Ladydi, en la que vemos a tres niñas de la sierra mexicana que viven en un ambiente de violencia en el que, por el simple hecho de ser mujeres, deben hacerse pasar por varones para evitar ser secuestradas. En esta cinta, Mayra Batalla da vida a Rita, la madre de Ana. En entrevista nos platicó sobre los retos que implicó hacer esta película.
"Es rico permitirte estar desolado y no tener que aparentarlo ": Mayra Batalla
¿Cómo fue para ti regresar al cine en estas circunstancias, tras la época de pandemia?
Fue muy especial regresar con una película con la que yo estaba involucrada y además en Cannes. Fue muy bonito ver la manera tan cariñosa en la que fue recibida.
¿Alguna vez te imaginaste que iba a tener esa recepción?
Para serte honesta, desde que empezamos a trabajar, todos los involucrados sabíamos que estábamos en algo muy especial, que tenía gran potencial por Tatiana Huezo, por Nicolás Celis, por la historia, por el equipo, los actores… sabíamos que era una formación muy potente y que podíamos llegar a un lugar muy grande. Tal vez no Cannes, porque eso no lo podemos controlar. Pero el que finalmente resultara siendo eso, fue una sorpresa enorme.
¿Qué fue lo que te convenció de entrar a este proyecto?
La verdad no dudé al entrarle. Yo nunca supe de qué iba la historia hasta que ya estaba ahí. Cuando fui al casting sabía que era para Tatiana Huezo, y obviamente quería estar ahí. No me importaba cuál fuera la historia, yo quería trabajar con Tatiana por todo el trabajo que ha hecho con Tempestad y por El lugar más pequeño. En el casting me dieron un par de escenas, pero no me daban un gran contexto. Después hubo una entrevista y me fui enterando poco a poquito. En el último callback trabajé con Tatiana y con Fatíma Toledo –la coach de actores naturales– y las niñas,y mientras más me iba enterando más quería estar ahí. El guión no lo leí hasta meses después de haber terminado la película. Obviamente conforme íbamos trabajando me iba enterando. La novela la leí hace muy poquito: la empecé unas semanas antes de irme a Cannes y la terminé en Cannes.
Con ese background tan peculiar, ¿cómo fue tu construcción del personaje?
Muy particular. No es que yo desconociera el trabajo que propone Fátima, quien no cree en la construcción del personaje como algo que tomas de alguien más. Ella cree que tú eres el personaje en otras circunstancias. Yo creo mucho en eso. Claro que adaptas cositas de afuera, pero es tu cuerpo pasando por tus emociones. Este tipo de trabajo yo lo hice en el primer año de la carrera; le llaman indeterminación. Es tirar todas las creencias, confrontarte con todos tus miedos, tus ilusiones, tu niñez y no hay personaje; el material de trabajo eres tú. Ese fue el trabajo. Obviamente esto se fue modificando al trabajar con las niñas y al tomar lo que ellas me estaban dando para yo convertirlo en la relación de Rita y Ana. También fue un trabajo de involucrarse con la gente del pueblo, volverse parte de esa montaña. Ayudó muchísimo porque estábamos muy aislados. Yo extrañaba mucho a mi familia y sentía algo de desolación que se ve en la película. Son personajes que están esperando todo el tiempo. No quiero contar mucho de la película, pero hay escenas tremendas en las que las mujeres suben a un cerro donde hay señal a determinada hora. Es un momento de esperanza de tener contacto con el exterior que te va a sacar de eso –en este caso de la violencia–, y nunca llega. Fue un proceso muy interesante porque los actores también estábamos viviendo un poco de eso, en un grado mucho menor. El trabajo era tomar los estímulos que estaban ahí.
¿Cómo fue emocionalmente para ti? No sólo es un contexto muy difícil en cuanto a ubicación, sino que si a eso le sumas la historia…
Fue muy fuerte. Requirió estar en un estado de mucha desesperanza, de soledad. Aunque no sé si yo soy masoquista, pero actoralmente es muy rico poder bajar a esas profundidades. Hay un dejo de disfrute por permitirte vivir eso. Yo no me permitiría estar a ese nivel en mi casa porque vivo con más personas y porque la vida me exige cosas, pero es muy rico permitirte estar triste y desolado y no tener que hacer ningún esfuerzo por aparentar no estarlo. En el mundo como lo conocemos –por más que haya pláticas sobre salud mental– sigue siendo mal visto. Alguien que se permite estar en estos estados es raro, un outsider. Sufrió mucho el personaje pero yo te puedo decir que simplemente me permití estar ahí, Fue un acto de generosidad conmigo y con todos los involucrados. También se armó una cuestión de confianza muy particular, pues se requería una confianza con Tatiana para abrirnos y que luego ella sacara ese maerial cuando fuera necesario en las escenas. Nosotras pusimos a su disposición nuestra sensibilidad.
Además de interpretar a Rita estuviste guiando a las niñas. ¿Cómo fue?
Es muy particular trabajar con gente que está debutando como actor, particularmente niños. Es curioso porque se da otro tipo de encuentro. Mayra, la actriz, estaba muy pendiente de lo que se requería, de hacia dónde había que llevar a las niñas, a qué estados emocionales tenía que provocarlas para que pudiéramos contar la historia. Y la madre, Rita, también está todo el tiempo muy preocupada y atenta de Ana. Es un juego entre creación de personaje pero al mismo tiempo eres tú. Fue muy interesante porque mi manera de relacionarme con las niñas fue lo que se requería. Pero claro, entiendo por qué lo preguntas, porque normalmente como actor, vas, te preocupas por tu personaje y ya. Y aquí no era el caso.
Y más porque aquí las niñas están haciendo papeles muy vulnerables, en los que podrías pensar que, si no estuvieran actuando, estarían muy chiquitas para involucrarse en ese tema.
Ahora, Tatitana tardó meses en encontrar a las niñas indicadas, y las elegidas fueron porque tenían una experiencia de vida en la que conocían un poco de ello. Uno pensaría que porque eres chiquito no deberías saber de tales cosas. La realidad es que sí lo ves; de menos lo oyes. Esa es otra capa de la película que tiene que ver más con las cosas a las que estamos expuestos desde muy chiquitos. Finalmente eso es lo que habla la película. Ve de la infancia, de la inocencia que se interrumpe con la llegada de camionetas con hombres que vienen a destruir. Sé que estoy hablando de lo más extremo, pero creo que para todos, en algún momento del crecimiento, hay un acontecimiento que hace que la inocencia se termine.
La película habla mucho sobre la capacidad para sobreponerte y eso me hizo reflexionar sobre las circunstancias que yo he enfrentado como mujer sin darme cuenta. Seguramente tú también lo has hecho. Voy a decir algo que parece muy superficial pero no lo es: pensar cada día qué es lo correcto, cómo vestirte para salir. Es algo muy normal pero está cañón que ya crezcas sabiendo que si te pones esta falda va a tener estas consecuencias y por lo tanto es tu responsabilidad. De eso van las estrategias que formulan estas madres: hacerlas pasar por niños, negar que son niñas totalmente, porque es una maldición que se descubra.
Este es el papel más grande que has hecho en tu carrera, pero más allá de eso, qué significó para ti estar en Noche de fuego.
Primero fue la oportunidad que estaba esperando, que quería que me pasara algún día. También fue una gran confirmación de lo que soy capaz, y lo digo a nivel no sólo profesional, sino de adaptación, de terminar algo llevándolo hasta sus últimas consecuencias, –luego es mal visto hablar porque se considera una cosa de ego–, de ver que yo puedo. Y fue un gran puedo de Tatiana, de todas las mujeres. Fue una situación muy compleja porque estábamos muy lejos, el clima era tremendo, por muchas cosas. Se convirtió en una cosa de “cómo fregados no”. Cuando subes la montaña te cansas, te quejas, lloras y te desesperas, pero llegas. Es un gran premio para los que estuvimos ahí. Independientemente de si la película tiene éxito o no, definitivamente nos dejó en otro lugar, y en lo personal, también, más hacia el rollo social, no es que yo no supiera de esta situación, pero sin duda me sensibilizó muchísimo y me hizo estar consciente de los que están allá, con la vida en riesgo, y que poco se hace. No sé ni qué podemos hacer. Pero más allá de verlos con lástima, piensas en que nadie tendría que pasar por eso. Nadie tendría por qué tener miedo de nacer mujer o de existir.
En esta temporada, las dos películas mexicanas triunfadoras en Cannes –La Civil y Noche de fuego– hablan sobre la violencia en nuestro país. ¿Cómo sentiste la percepción de la gente ante esa situación?
Es muy curioso porque muchas otras películas también hablaron de la violencia de cada quién, pero si hay una cosa muy particular al hablar de México. Y nos gustaría hablar de otra cosa, pero la realidad es que el país está en una tremenda crisis de violencia contra la mujer. Es una realidad que no se puede negar y es una frase ya muy dicha pero el cine refleja la realidad. Me choca porque la realidad es muy variada, pero sin duda esta es una herida tremenda a la que el mundo no es ajeno ni ciego ni ignorante. Había gente que ni me hablaba, que sólo se acercaban y me abrazaban o lloraban. La reacción fue de mucha empatía.