Es un hecho innegable que la expansión de la galaxia lejana vista en Rogue One: Una historia de Star Wars (2016) habría funcionado perfectamente con la simple inserción de Darth Vader. Sin embargo, la producción quiso estrechar los enlaces con la inserción de otros dos personajes icónicos como Grand Moff Tarkin y Leia Organa. ¿El problema? Peter Cushing que encarnó al primero falleció en 1994 y Carrie Fisher que inmortalizó a la segunda estaba cerca de cumplir los 60 años. La solución: contratar actores que sirvieran como base –o como marionetas, según algunos medios– y reemplazar sus rostros con encarnaciones digitales de los actores originales moldeadas según las necesidades del proyecto.
Aunque la decisión fue, narrativa y visualmente espectacular, también llegó cargada de una enorme polémica. La imagen del actor fue autorizada por sus herederos, mientras que los responsables alegaron ser especialmente cuidadosos con la esencial del personaje para no afectar el legado construido por el actor. Esto no evitó que algunos sectores del público y la crítica cuestionaran la decisión. No menos controvertida fue el caso de la actriz, quien ni siquiera fue notificada sobre la manipulación de su rostro: “lo vio y pensó que era pietaje real”, aseguró el director Gareth Edwards . “No recordaba haber filmado esa escena. Y Kathy [Kennedy] tuvo que explicarle. ‘No, todos son gráficos computacionales; te recrearon completamente’.”
El cineasta justificó la decisión argumentando que el movimiento corporal cambia considerablemente con la edad, mientras que la actriz ironizó al respecto vía Twitter : "¿Tu cuerpo se está pudriendo y la muerte marcha cada vez más cerca... son las arenas del tiempo tan crueles que deberían ser arrestadas y enviadas a una playa cardíaca? Obtén CGI, perspectiva y lidia con eso". Sólo unos años después se especuló sobre la posibilidad de una recreación digital para Episodio IX, la cual no se concretó porque la producción tenía suficiente pietaje no utilizado del que sacar provecho para cerrar el arco del personaje.
La autora Ruth Penfold-Mounce asegura en el libro Death in Contemporary Popular Culture que este tipo de avances “inspiran la imaginación tanatológica de que los muertos pueden seguir trabajando. Están ausentes y presentes, ofreciendo un desafío a la muerte social y convirtiéndose en una nueva forma de no muertos, que interactúan con los vivos pero sin ninguna agencia ni sentido de sí mismos”. Una aseveración cruda y quizá precipitada para algunos, pero que cobra sentido cuando recordamos la muerte ya no impide que los artistas fallecidos hace tiempo canten, bailen y deambulen libremente por los escenarios a través de proyecciones, o que las grandes estrellas del cine sean emuladas vía IA para anunciar toda clase de productos en la televisión como recientemente sucedió con Cantinflas y una cadena de supermercados.