Escenario: Irán.
Personaje: un dramaturgo. No puede salir del país; no tiene pasaporte por rehusarse a hacer el servicio militar.
Se abre el telón.
En la primer escena, Nassim Soleimanpour aparecería cerrando un sobre manila. Dentro, bajo el título de Conejo Blanco, Conejo Rojo, un guión que le daría voz fuera de sus fronteras.
Ante la imposibilidad de conocer el mundo, el escritor iraní escribió una obra para ser representada en cualquier parte del mundo, en frío –como se dicen entre telones–: sin director, sin escenografía, sin ensayos. Sin saber siquiera con antelación de qué se trata el texto.
Adelantando escenas, el sobre llegaría a Broadway, en Nueva York; a Leicester Square, en Londres; a Alemania, a México. Sería traducido a 30 idiomas y anunciado en marquesinas. Pero todo este ruido en torno a la obra sería también silencio.
Ningún actor puede repetir el papel, pues ya conocería el contenido. Nadie del público debe revelar nada, ni siquiera un mínimo detalle de la obra, y así ha sido desde la primera vez que se montó. Sólo quienes han visto la obra saben de la carga emocional que esta conlleva… pero de la trama no dirán nada, nunca.