Una semana después del estreno de Nuevo orden, Michel Franco tiene la misma expresión seria que lo caracteriza. Resulta difícil saber cuál es su estado de ánimo, hasta que empieza a re exionar sobre la polémica que generó su filme distópico que retrata un México dividido y violento a causa de la disparidad social. “Odio tener que defenderme ahora”, dice el director mexicano. “Todo mi cine tiene un sentido social y es profundamente crítico de quiénes somos. Todas las películas que hago buscan contribuir al diálogo para vivir de mejor manera”.
Entrevista: Las escasas sonrisas de Michel Franco
Nuevo orden es su sexto largometraje, y aun-que significa la continuidad de su racha ganadora en festivales de cine de primera línea —obtuvo el Gran Premio del Jurado en el Festival de Venecia—, supone también una novedad para él: se siente obligado, por primera vez en su carrera, a explicar y defender su película, que fue acusada en redes sociales de racista y clasis- ta desde el lanzamiento del tráiler y que, pese a su buena recepción de la crítica internacional en La Mostra, dividió a la prensa y también a la opinión pública mexicana.
“Un tonito iluminado lleno de pretensión” (Fernando Zamora, Milenio). “Es una película incómoda, no cabe ninguna duda de eso, y aca- so esta sea su mayor virtud” (Jorge Volpi, Reforma). “Su análisis social es pandito, pero su fascinación por la violencia es inmensa” (Camila Osorio, El País). “Muestra con trazos finos los excesos de las élites y la furia contra el statu quo, al tiempo que señala los peligros de la militarización” (Fernanda Solórzano, Letras Libres). “Explora, como la pesadilla burguesa que es, el miedo a la revolución, menospreciando las invisibles causas que la provocan” (Alonso Díaz de la Vega, Gatopardo)...
Es cierto que el cine de Michel Franco no gusta a todos. La oscuridad y sordidez de sus dramas, pero también la realista y potente forma en la que en ellos ha explorado el incesto forzado (Daniel y Ana, 2009), el bullying a una joven denigrada a causa de un video sexual (Después de Lucía, 2012), la marginalidad y el amor extremo de una madre (A los ojos, 2014), la mortalidad y la depresión (Chronic, 2015), y la maternidad tóxica (Las hijas de Abril, 2017), han tenido eco en los apasionados por el cine de autor.
Es un cineasta laureado, pero de nicho. Sin embargo, con Nuevo orden eso cambió en buena medida. “Fueron 150,000 personas a verla el primer fin de semana. Es la mejor apertura para una de mis películas, y esto pese a la pandemia”, dice, satisfecho, porque no solo es guionista y director de esta cinta, sino también productor. La película recaudó en pocos días 8.3 millones de pesos. Además, es por mucho su largometraje con mayor distribución global. Se vendió en 48 países, y en Estados Unidos los derechos de distribución los adquirió Neon, empresa que también se hizo de la exitosa Parasite (2019), que arrasó en la pasada edición del Óscar. Cuando lo cuestiono sobre las posibilidades de que Nuevo orden pudiera ser la candidata de México a la estatuilla dorada, no duda: “A mí me parece lo natural, dado que Venecia marca la pauta al Óscar en los últimos años, pero no depende de mí”. Sin embargo, quien representará al país —como se reveló previo a la publicación de esta entrevista— será Ya no estoy aquí, drama de Fernando Frías.
Disculparse por hacer buen cine y ganar premios en nombre del país es absurdo. Tendría que ser motivo de orgullo unánime, aunque la película después divida opiniones
La temática social de la historia y la polémica que generó este filme tuvo un costo de otro tipo, pues Franco nunca había molestado a tantos. “Es el famoso dicho de 'nunca hay que juzgar un libro por su portada’. Me llama la atención que la película, después de ganar en el Festival de Venecia, sea descalificada antes de su estreno por el tráiler. Es un reflejo de lo polarizada que está la opinión pública y cómo quisieran politizar una película que no está hecha con esa intención”.
Franco dice que no cree en el cine explicativo; él prefiere la sutileza y los silencios que obligan al espectador a ser activo. “Mi película es el cincuenta por ciento y la otra mitad la llena el espectador con su diálogo”. Diálogo. Eso es justo lo que la película ha generado, pero mucho de este fue en redes sociales, una frontera que el cineasta decide no cruzar. “Yo no las uso porque nunca me ha parecido interesante el diálogo que ahí se desarrolla. Creo que las redes sociales reflejan un miedo profundo que la gente tiene, por ansiedad e inconformidad, y lo expresan de la manera equivocada”.
Le hago un recuento de lo que ahí y en varios medios se dijo: Se quejan de que tu análisis social no es profundo ni claro, que no explicas la filosofía detrás del levantamiento de la mayoría. “Para mí la profunda inconformidad que hay por la desigualdad social explica perfectamente el porqué la gente se revela”. ¿Lograste hacer un fillme social sin ser político? “La película sí es un acto político, pero no partidista”. Que la polémica fue una estrategia. “Lo último que quiero es que mi película sea motivo de discusiones huecas o que sirvan para la agenda de alguien más”. ¿Qué quieres? “Que mi trabajo se valore por lo que representa; eso no quiere decir que le guste a todo mundo, pero por favor que discutan sobre lo que se ve en pantalla”. Se dijo que en la película los blancos son buenos y los morenos, malos. “Se confundieron, porque la película no es clasista; habla sobre el clasismo. La hice para pelear contra la discriminación. En la historia se dan situaciones discriminatorias, pero obviamente son para criticar a esta clase alta que vive en una burbuja y es poco empática”. ¿Qué crees que no vieron? “A ver, la película empieza con gente rica celebrando una boda sin importarles lo que pasa afuera, como pasa ahora con la pandemia, que mucha gente celebra sin importarles los muertos y los contagios. En la boda se hacen negocios corruptos. No le hacen caso a Marian cuando quiere disponer de su propio dinero, queda claro que la opinión de una mujer en esa familia cuenta menos que la de un hombre, y tratan mal a la gente que los ayudó y vio crecer, entonces me llaman mucho la atención las críticas”.
Franco responde de forma ecuánime, hay pocas variaciones en el tono de su voz, como siempre. Es difícil saber con qué ánimo está cargado el discurso. Le pregunto si está molesto. Sonríe levemente: “Hay que tener la piel gruesa y saber que toda la polémica es pasajera, pero la película queda ahí para siempre”.
CORTE FINAL
Michel Franco tenía 15 años —cabello largo, bajista de una banda de rock— cuando vio por primera vez Los olvidados (1950). “Me marcó mucho”, dice al recordar el clásico de Luis Buñuel. Llegó a este lfime, que retrata de forma cruda el clasismo en México y también ofendió y causó polémica, gracias a su maestra Bella Cherem, quien también lo guió a La naranja mecánica, de Stanley Kubrick, y a la novela del argentino Roberto Arlt, El juguete rabioso. “Los alumnos eran muy apáticos, no había la sensibilidad para valorar lo que ella enseñaba, pero Bella se dio cuenta de mi curiosidad y la alimentó".
Franco nació el 28 de agosto de 1979 en la Ciudad de México. Eligió estudiar Comunicación en la Universidad Iberoamericana, “porque en México se hacía muy poco cine y en casa la pregunta era de qué vas a vivir”. Sin embargo, tomó un curso de cine de seis semanas en Nueva York y empezó a realizar cortos. Tenía tan claro que quería ser director, que dejó la carrera poco antes de acabarla. “No me arrepiento de no haber ido a una escuela de cine, pero tampoco pienso que fue lo mejor que me pudo haber pasado. Creo que hay diferentes caminos para llegar a ser director”.
Su camino fue el del autodidacta que obtuvo experiencia en el mundo de la publicidad, asistiendo en comerciales. Ahí conoció al cinematógrafo Jesús Chávez, a quien considera su mentor. Al recordar la anécdota de cómo conectaron, es una de las únicas dos veces que Michel sonríe en la entrevista. Ambos trabajaban en la realización de un comercial. Franco solo era asistente de producción, pero se acercó a darle indicaciones a la actriz por- que “lo estaba haciendo muy, muy mal” y por- que pensaba que era parte de su trabajo. “En la siguiente toma la actriz hizo lo que le dije, a la directora no le gustó y me echaron”, dice y sonríe. Pero Jesús lo ayudó para que fuera fo- tógrafo en otro comercial al día siguiente. “Regresé a ese mismo set porque él mintió y dijo que yo era un buen fotógrafo y que ya había visto mi trabajo. Creo que me apoyó porque ya me había escuchado hablar de mis cortos de forma muy apasionada y le caí bien”, explica sobre Jesús, quien fue el cinematógrafo de sus primeras dos películas.
En poco más de una década, Michel se ha convertido en el cineasta mexicano más laureado en el Festival de Cannes. Estrenó ahí su ópera prima Daniela y Ana, con Después de Lucía obtuvo el premio Una cierta mirada, se llevó el de mejor guion por Chronic, y el Premio Especial del Jurado, en la categoría Una cierta mirada, por Las hijas de Abril. Además, como productor de Desde allá (2015), dirigida por Lorenzo Vigas, obtuvo el León de Oro en el Festival de Venecia.
Tras esos dramas premiados, Franco parece estar entrando a una nueva etapa: tanto el guion de Nuevo orden —por su temática, elenco coral y la forma en que la filmó, dejando de lado la cámara fija y empleando largos planos secuencia— lo sugieren. “Sí, esta película la veo como un corte de caja, pero por otro lado tengo 41 años y es difícil para mí decir ‘mi cine es así’. Quiero seguir explorando y a ver adónde me llevan de manera natural mis ideas”. Se niega a hablar de su siguiente filme, solo dice que “ya hay algo más que un guion”.
Otro cambio suyo que reconoce es la soltura con la que dice abordar el proceso de filmación. “Antes de Las hijas de Abril tenía muchas reglas, era muy rígido, mucha cámara fija, escribía el guion pensando en filmar así. Ahora cuando escribo lo hago sin pensar dónde voy a poner la cámara, también disfruto el set mucho más: no me preocupa perderme y en el proceso buscar y encontrar cómo resolver la historia”.
Lo que no ha cambiado es su certeza de que el cine es el medio del director. Por eso, asegura, no ha querido hacer películas por encargo en Estados Unidos ni para plataformas de streaming; es un purista, cree que éstas solo deben ser una segunda ventana de distribución y, claro, piensa que debe sentirse en control total de la historia. “Tengo que tener la última palabra siempre en mi película. No se puede hacer cine de otro modo”.
Se formó a sí mismo como director, pero ahora dice tener a los suyos, un grupo cercano con el que habla el mismo idioma, personas en quienes confía, y nombra a los directores Lorenzo Vigas —también socio de su casa productora, Teorema—, Gabriel Ripstein (600 millas) y Amat Escalante (Heli). “No me gusta decir que somos una cofradía, pero pues sí somos muy cercanos”.
Antes de nalizar, Michel Franco sonríe por segunda y última vez en esta entrevista, cuando el rumbo de la conversación regresa al tema sobre las personas que lo marcaron y vuelve a recordar a su maestra Bella Cherem. “Ella aún lee mis guiones y va a los sets de mis películas. Te voy a contar algo simpático que me pasó con Bella”, dice sonriendo. “Me la encontré después de estreno en Cannes de Daniel y Ana y me dijo: ‘¿Cómo le hiciste para llevar tu película a ese festival?’ Y yo le respondí: ‘Pues tú siempre me dijiste que creyera que lo podía lograr si me esforzaba mucho’. Y muy honesta me respondió: ‘Te lo dije porque ese era mi papel, pero en realidad no lo creía posible’. Y nos reímos”