Cuando en la puerta del restaurante me preguntan a nombre de quién registrar la mesa, respondo que de Diego. Así, sin apellido. Ya sentado en una esquina, le pregunto al mesero si es posible bajar un poco el volumen de la música, pero responde con un no rotundo. Minutos después llega Diego Luna, me saluda, deja su mochila en una silla y se disculpa para ir al baño antes de comenzar la entrevista. Mientras se aleja, las miradas de los comensales y los empleados del lugar lo siguen.
'Qué chingón hacer preguntas, tener discurso y postura’: Diego Luna
Lo que pasa en el breve lapso que tarda en regresar es interesante: el capitán se presenta y me pregunta si nos están atendiendo bien; también pide que se aseguren de que la mesa esté bien calzada y, aunque no hace falta, la ajustan. Cuando Diego vuelve, pide algo de tomar y un carpaccio de pescado al centro. El mesero, al ver la grabadora sobre la mesa, pregunta si el volumen de la música está bien. Diego se adelanta y responde, relajado: “No te preocupes, hablo más fuerte y ya”.
En esta escena, que podría parecer trivial, se revela el uso que Diego hace de la fama: el poder y la influencia que tiene prefiere reservarlos para temas importantes. Basta seguirlo en Twitter para reconocer que sus mensajes son más sobre asuntos sociales y políticos que acerca del cine o para autopromocionarse. “Cuando me di cuenta del nivel de atención que yo generaba y comencé a viajar y ver lo que hacían otros actores, que no sólo estaban preocupados por su película, dije: ‘Qué chingón hacer preguntas, tener un discurso y una postura’. Además, qué fregón que con tu voz lleves un tema importante al siguiente nivel y seas un ciudadano activo”, explica Diego.
Trascender el cine
La prueba más clara de congruencia entre su discurso y sus acciones se dio hace un año, cuando fue una de las figuras más activas en las labores de apoyo después del terremoto del 19 de septiembre.
En el momento del temblor, Diego realizaba, junto a Luis Gerardo Méndez, una sesión fotográfica para la obra de teatro Privacidad, muy cerca del edificio que colapsó en avenida Gabriel Mancera. Recuerda que al salir a la calle presenció una escena que le pareció poética en términos cinematográficos. “Desconocidos corriendo en dirección a la catástrofe para ayudar: ¡qué imagen más desgarradora, pero, al mismo tiempo, qué bonita!”, afirma. “Yo que tengo familia en Inglaterra pensaba que si ellos ven una nube de polvo hubieran corrido en dirección opuesta, con la certeza de saber que alguna institución llegaría a ayudar; en cambio, aquí tenemos la seguridad de que si no vamos nosotros, nadie va a llegar”.
Abrió el centro de acopio en Lago Tanganica 67, donde él mismo, su exesposa Camila Sodi y sus hijos Fiona y Jerónimo hacían cadena humana para llenar camionetas con víveres. Incluso canceló su participación en el lanzamiento de la película Flatliners, en Los Ángeles. “Les dije a los del estudio de cine que si asistía, mi cabeza iba a estar en otro lado, que aquí estaban mis hijos y mi gente querida, y que yo tenía que estar en mi país”.
Además, la campaña Levantemos México, creada junto con Gael García Bernal, reunió 28.5 millones de pesos en donaciones que se destinaron a damnificados y labores de reconstrucción. “Era una sensación agridulce porque, por un lado, qué chingón que la gente me tenga confianza, pero, por otro, qué triste, porque eso refleja una sociedad que desconfía de las estructuras de gobierno y de los personajes que llevan las instituciones”.
Su activismo social fue más allá de esta catástrofe natural y, previo a la elección presidencial de este año, lanzó la iniciativa El Día Después, cuyo objetivo era promover la unidad de la sociedad tras la votación y a la que se sumaron algunas de las figuras más reconocidas del ámbito cultural, como Alfonso Cuarón, Julieta Venegas, Lila Downs y Daniel Giménez Cacho. “Lo que ha sucedido en la administración de Enrique Peña Nieto me resulta intolerable y, para mí, ésta era una oportunidad de oro para traducir ese hartazgo social en algo positivo”.
Sin embargo, la iniciativa también tuvo detractores. Fue criticada por algunos periodistas, como Ricardo Alemán, y también por ciudadanos en redes sociales. “Algunos decían que me había pagado el PRI-AN. Recuerdo que en un Facebook Live de El País, alguien escribió: ‘Pinche chairo de mierda, métete tu Día Después por…’”, recuerda. “Y yo respondí que justo por comentarios así es que existe esta iniciativa ciudadana, porque hemos normalizado este nivel de violencia”.
Tras las elecciones, El Día Después, explica Diego, se transformará en una herramienta para el ciudadano que quiere actuar y no sabe cómo. Será una plataforma digital que conecte a personas con ganas de apoyar con organizaciones que trabajan en diversos temas sociales prioritarios. “Ahora también tenemos que cambiar nuestra dinámica como sociedad. Debemos estar presentes, celebrando lo bueno y criticando lo malo. Hay que ser la sombra de nuestros gobernantes para que se enteren de que nunca más van a poder gobernar si no es para nosotros”.
Fuera de la zona de confort
Era lógico que Diego Dionisio Luna Alexander, nacido el 29 de diciembre de 1979 en la Ciudad de México, fuera actor. Creció entre el teatro y el cine, pues es hijo del escenógrafo Alejandro Luna y la vestuarista inglesa Fiona Alexander, quien falleció en un accidente automovilístico cuando él tenía dos años. Esta pérdida lo encauzó aún más hacia la actuación. “El teatro resultó vital para mí porque, como sólo éramos mi papá y yo, de ahí me hice de una familia. Por la media orfandad que me tocó vivir, de repente, el teatro me la solucionó porque ahí tenía 20 mamás”, recuerda.
Una de ellas fue la actriz Patricia Bernal, madre de Gael. “Nuestros padres no sólo fueron colegas, sino grandes amigos, sobre todo mi mamá y la suya, que eran muy cercanas. Lo que sucedió es que, con la pérdida de mi madre, todas sus amigas sintieron la responsabilidad de no dejarme sin esa presencia femenina”.
Justo en este punto de la entrevista, se acerca a la mesa una señora para pedirle una foto. Él acepta y mientras posan, ella le dice que lo sigue desde El abuelo y yo (1992). Al despedirse, lo abraza, lo besa y le da las gracias “por todo lo que estás haciendo”.
Esa admiración que el público siente por Diego, reflejo también de la satisfacción que causa ver a un mexicano triunfar en el extranjero, no sería igual sin Alfonso Cuarón. Gracias a su película Y tu mamá también (2001), Diego y Gael —quien ya venía de protagonizar Amores perros (2000)— ganaron el premio Marcello Mastroianni en el Festival de Venecia, y se convirtieron en el equivalente latino de Matt Damon y Ben Affleck, en un binomio magnético más allá del cine.
Más allá de los premios y la exposición que le dio el filme de Cuarón, lo que sucedió detrás de las cámaras fue lo que cambió el rumbo de Diego como actor, pues él estaba en un ciclo que, visto a la distancia, lo hubiese convertido en uno más del medio nacional. “Pensaba que tenía lo mejor de los dos mundos: hacía tele y me pagaban superbien, y también podía hacer el teatro que me permitía crecer como actor. Pero, sin darme cuenta, ya me había conformado”, confiesa.
Lo que pasó en el set fue que Cuarón, quien ya había filmado en Hollywood A Little Princess (1995) y Great Expectations (1998), lo retaba. “Él me jodía todo el tiempo: ‘Regrésate a tu novelita, Dieguito’, ‘quizá esto no es para ti porque estás en tu zona de confort’… Me picaba la cresta, hasta que yo decía: ‘¡Cabrón, ya!’. Ahí me di cuenta, gracias a él, de que yo era el único que ponía mis límites”.
En respuesta, Diego produjo en teatro obras de William Shakespeare y después hizo cine fuera de México. Figuró en Soldados de Salamina (2003), cinta del español David Trueba; en el filme independiente de Kevin Costner, Open Range (2003); y también en películas de estudio de Hollywood, como The Terminal (2004), de Steven Spielberg, o Milk (2008), de Gus Van Sant.
Justo en este periodo, Diego estrechó aún más su vínculo con Gael. “Era muy difícil que a otro cabrón de nuestra edad le estuviera pasando lo mismo que a nosotros y era poca madre que Gael estuviera en el mismo viaje. Y como yo me la viví varios años en infinidad de hoteles y aviones, con él podía hablar de eso que nos pasaba”.
Cuando le pregunto si no teme que los negocios puedan erosionar su amistad, no duda en responder: “La verdad no, porque tenemos muy claro que hay cosas vitales. Primero está la familia y luego, el cine. Ni él ni yo pondríamos en riesgo ni a nuestras familias ni nuestra amistad”.
Ambos han emprendido un nueva etapa como productores. Este año dejaron Canana Films, que crearon en 2005 junto con Pablo Cruz, y fundaron La Corriente del Golfo. “Los ciclos de colaboración se terminan, es algo natural que pasa con el tiempo. Cuando empiezas quieres un montón de gente para remar más, pero después tienes más claridad sobre qué quieres hacer y menos tiempo y menos inseguridades, buscas nuevos horizontes y hay que seguir ese instinto”.
Entre la realidad y la ficción
Aunque la ficción es su materia prima, a Diego le interesa que las historias que cuenta como director y actor tengan el poder de transformar a nivel humano y contribuir al cambio social. No es una casualidad que su proyecto más querido sea el festival de documentales Ambulante, creado en 2005 también junto a Gael. “Queremos democratizar el acceso a un género castigado que, además, es de lo mejor que hacemos en este país y que resulta urgente porque la impunidad y la injusticia se combaten con las historias”.
Esta misma lógica, aunque en el terreno de la ficción, lo ha llevado a interpretar al narcotraficante Miguel Ángel Félix Gallardo en la cuarta temporada del programa de Netflix, Narcos, próximo a estrenarse. Es su primer protagónico en una serie y éste, que fue anunciado justo cuando Diego protestaba contra la Ley de Seguridad Interior, despertó críticas por ser considerado una contradicción a su discurso.
“Resulta que ahora todo lo que se haga relacionado al narco es una apología, pero no es así. No es éste el caso. Muchos senadores quisieron descalificarme, pero fue un claro oportunismo. Lo único que me demostró es que lo que estaba haciendo era correctísimo, porque yo estaba incomodando. Además, el cine y las series tratan del conflicto, sin él no hay historia. Y si un conflicto tiene México es que la pinche droga, para llegar a Estados Unidos, tiene que pasar por aquí”.
Diego cree que la narrativa es la mejor manera de humanizar una estadística y un problema social, y por eso considera oportuna una serie como Narcos. “Evidentemente, no es un documental, pero si la siguiente vez que alguien tenga enfrente una línea de cocaína se detiene a recordar de dónde viene, ya estamos haciendo algo positivo”.
Su próximo proyecto en cine, A Rainy Day in New York, del cineasta Woody Allen, también causó controversia, pero de otro tipo. Dos de sus protagonistas, Timothée Chalamet y Selena Gomez, dijeron estar arrepentidos de trabajar con el director luego de que las acusaciones de abuso sexual contra él cobraron relevancia otra vez.
“No dije nada en su momento porque soy incapaz de ejercer un juicio si no tengo la información necesaria para hacerlo. Pero cuando se tiene la certeza, hay que condenar cualquier acto de violencia y abuso; cuando no, hay que ser muy precavido porque en dos segundos le jodes la vida a cualquiera”, asegura Diego.
El cineasta paternal
No hay poder más grande en el séptimo arte que el del director. Todos saben que éste es el medio del cineasta, incluso los (buenos) productores. Pero al Diego actor le llevó tiempo entenderlo, no lo asimiló hasta después de debutar con el documental J.C. Chávez (2007) y el drama Abel (2010), con el que fue al Festival de Cannes fuera de competencia.
“Sí, fui muy injusto con muchos cineastas”, admite Diego. “Cuando dirigí mis primeras películas, me dieron ganas de hablarles y ofrecerles disculpas. Pero después de estas experiencias me volví un actor mucho más generoso, porque al estar detrás de cámara, controlando un set, entendí el pedo que es contar tu propia historia”.
Como actor, ha llegado lejos. Es el único mexicano que ha protagonizado una cinta de Star Wars. Sin embargo, sus ambiciones como creador no apuntan hacia las estrellas de una galaxia muy lejana, sino hacia su mundo interior y, si se analiza el subtexto de sus películas, a un tema específico: la paternidad. “No concibo, como director, un proyecto que no sea personal, que no sea un tema realmente crucial en tu vida”.
Admite que, en un principio, el documental sobre Julio César Chávez estaría enfocado en su vida como boxeador y, al final, lo que explora es el lazo filial. Fue una sorpresa para él, pero, de ahí en adelante, este tema se convirtió en una obsesión consciente. “Abel reflexiona mucho sobre el padre en que yo no me quería convertir y sobre ese niño adulto que me sentía cuando tenía ocho años. Cesar Chávez (2014) es la historia del padre que sufre la disyuntiva de no estar presente con sus hijos por su trabajo. Mr. Pig (2016) trata sobre la relación con tu padre, pero una vez que tú ya tienes hijos lo entiendes. Supongo que así seguirá mi cine, ya veremos si la vida me da un vuelco respecto a los temas que tocaré como director… pero, la verdad, no lo creo”.
Tras escuchar esto, pido la cuenta y Diego y yo nos despedimos. Cuando se aleja haciendo pequeños saludos a los comensales que le sonríen, coloco la grabadora junto a mi oído para asegurarme de que la conversación se escuche a buen volumen. El mesero regresa con la cuenta y, curioso, me pregunta si la grabación está bien. Le respondo que sí, mientras pienso que Diego Luna, además de hablar, literalmente, fuerte y claro, también lo hace así social y cinematográficamente.