Cuando Michael Jordan debutó en la NBA en la temporada de 1984-85, su rapidez y la altura con la que saltaba daban la impresión de que se trataba de un atleta con poderes sobrehumanos. Simplemente parecía que volaba sin esforzarse. Eran tan espectaculares sus anotaciones con los Chicago Bulls que el público empezó a llevar pancartas con puntajes para calificarlos, como si de un concurso de clavadas se tratara.
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