Tuve el privilegio de ver el estreno de Raging Bull (1980) en el Festival de Berlín. Me deslumbró y pensé: “No hay nadie mejor que Martin Scorsese”. Incluso lo escribí: afirmé que Scorsese era el mejor del Nuevo Hollywood. Algunos colegas me cuestionaron, decían que era Francis Ford Coppola y otros que Brian De Palma. Pero el tiempo me dio la razón, porque Scorsese es el único que se ha sostenido haciendo películas importantes y definitivas. Si aún es vigente es porque nunca se doblegó a la industria. Nunca ha hecho una película que no esté de acuerdo con sus interés personales. Incluso cuando dirigió el remake de Cape Fear (1991) —cuando parecía que estaba doblando las manitas ante la industria— no perdió su estilo, su toque personal, porque la hizo al margen del filme original del cual se derivó, imponiéndole su sello.
Tras el estreno de Raging Bull en el Festival de Berlín, descubrí que Scorsese es tan cinéfilo como cineasta, porque dio una conferencia de prensa, pero no sobre su película, sino sobre la importancia de la preservación del cine, específicamente de su preocupación por el desvanecimiento del color en el celuloide. Tras dos horas, él seguía tan emocionado que nos dijo que a los que les interesara el tema lo acompañáramos al hotel para seguir hablando. Nos fuimos a su suite unos pocos y nos sentamos a escucharlo hablar de la preservación del cine, un tema que hasta hoy le apasiona.