El estruendoso silencio en el concierto de Jorge Drexler
Ese silencio fue estruendoso. Podía escucharse, sentirse en la piel, gritarse. Nunca la ausencia del sonido sonó tan fuerte como con Jorge Drexler. No había rebotado así antes entre la paredes del Teatro Metropólitan.
La materia prima del concierto Silente era eso, un ausencia, pero que no debe malentenderse con vacío. Eran todas las emociones que 3 mil 200 personas pueden podían albergar sin hablar. Llegaba el uruguayo con un recital en solitario, en el que ni ventiladores ni luces debían emitir sonidos, y a cambio le llovieron halagos y gritos.
Se arrodilló Jorge Drexler apenas salió el escenario porque en la Ciudad de México se le quiere y se le grita y no se le deja empezar a cantar hasta que lo sienta. Explicó entonces el cantantautor de qué se trataba su show a través de décimas: "hay un breve compás de espera donde reverbera el eco como si el eco estuviera recostado en el presente, entretenido en su trama. El silencio se derrama por estas cuatro paredes".
Y la bestia de los vítores volvió, pero Drexler, guitarra en mano, la apaciguó. Cantó "Eco" y se alejó del micrófono para demostrar que la reverberación de su voz e instrumento es potente, aún lejos del micrófono principal, si el auditorio calla. La calidad del silencio importa.
Tocó "Estalatitas" con un sutil pedal de distorsión que se fusionaba con el coro en susurro del público, un arrullo. Hipnotizó al monstruo del alarde con "Deseo" y controló los decibeles del teatro con gestos y ademanes: si la gente aplaudía, Jorge chasqueaba; cuando la gente chasqueaba, Drexler dirigía.
La música doma a la bestias, dice la creencia popular. Y sí. El intérprete convocó al Silencio con su voz y arpegio y encanto. El sigilo se mantenía incluso en canciones poco conocidas como "La Aparecida", la primera que compuso y de la cual relató su origen: nueve meses de gestación, presentación al tutor y a un viejo comunista que colgaba de la pared de éste.
Revisitó Jorge Drexler sus viejas glorias, "Don de Fluir", y dio clases de física. Un péndulo de Newton colocado en el escenario le marcó constantemente el tiempo de "Abracadabras", y ese tic tac llevaba de nuevo al silencio conforme baja su volumen. Y luego la lección de química sobre la ley de la conservación de la masa y la energía: en un sistema cerrado, nada se crea, nada se destruye, "Todo se Transforma".
Pero cuando un sentido se ve disminuido, otro salta. La vista entonces era el contrapeso agasajado con figuras lumínicas y rayos cálidos.
La figura y sombra de Jorge se intercambiaban intermitentemente cuando detrás de un biombo cantaba "el velo semitransparente del desasosiego un día se vino a instalar entre el mundo y mis ojos...", la letra de "La Vida Es Más Compleja de lo que Parece" destellaba. En "La Edad del Cielo", un foco conectado al micrófono distorsionador del cantante se apagaba conforme la voz se iba, respetaba las reglas.
Pero hay silencios que se rompen, cosas que no se callan. "Pinche genio", se escuchaba entre la gente, "su puta madre", celebraba otro cuando llegaba su canción favorita (El florido lenguaje no no respetaba reglas, pero se es mexicano y ya está). Hay bestias que se dominan a la fuerza y otras que se doman con música. También hay silencios profundos que sólo se rompen con estruendosos gritos de amor.