Melancolía, dolor y alegría: el regreso de The Cure a México
The Cure no necesita pirotecnia. No requiere un gran escenario ni un espectáculo sorprendente. Ahí radica su encanto: Robert Smith y compañía no necesitan mucho para abrirte el corazón y conectar con los asistentes para recordarles que el dolor está ahí.
Así, bajo un cielo nuboso que amenazaba con desatar el caos citadino, lo comprobaron los cerca de 70 mil asistentes al Foro Sol quienes durante tres horas se olvidaron de la cotidianidad para sumergirse en un oasis musical lleno de atmósferas compuestas por la aún sorprendente voz de Robert Smith y las siempre hipnóticas líneas del bajo de Simon Gallup que sumada a la textura y profundidad de los teclados de Roger O’Donell, han distinguido a la banda desde su origen en 1979.
Tras la presentación de Violet Vendetta, Rey Pila y The Twilight Sad, y un breve receso, se apagaron las luces, los integrantes de The Cure tomaron sus respectivas posiciones y rompieron el grito ensordecedor de los fanáticos con los acordes de “Plainsong”, del disco Disintegration en esta, su primera presentación en México en seis años.
Enseguida llegó “Pictures of You”, también del mismo álbum, que con su atmósfera cargada de emotividad no preparó a los asistentes para una sacudida del corazón, de esas que calan y que inevitablemente traen la cara de una persona a tu mente.
S, escuchar a The Cure es un acto de fe, a sabiendas de lo que puede remover en tu ser, escucharlo en vivo es una muestra de fortaleza interna: vas a escuchar canciones emotivas que invariablemente te harán recordar a alguien, a pensar en quien te rompió el corazón, a quién murió y se llevó una parte de ti consigo. Y aún así lo haces con gusto.
Tras las primeras dos canciones, el público estaba listo y en ambiente para recibir un recorrido por la discografía de The Cure en la que lo mismo aparecieron temas clásicos como la melosísima “Lovesong”, “A Night Like This”, “39” o la siempre coreable y pegadora declaración de amor escondida en una canción: “Just Like Heaven”.
El primer set lo completaron canciones menos conocidas por el público que aprovechó el desconocimiento para descansar los pies y la garganta. Así fue hasta la llegada de “In Between Days”, del disco The Head on The Door (1985), que reveló cómo algunas situaciones y complicaciones de la vida amorosa nunca pierden vigencia, de la misma forma que Robert Smith no pierde la voz ni el tono.
Con la misma potencia y energía, siguieron temas como “Never Enough”, “Shake Dog Shake” y “A Forest”. Finalmente, para cerrar el primer set, “Disintegration, que llevo de nuevo a la audiencia a ese lugar oscuro del corazón de su vocalista y compositor en el que habitan las relaciones rotas y el dolor del desamor.
En 41 años de carrera pocas cosas han cambiado. Robert Smith ha ganado peso, pero no ha perdido talento y la banda ha cambiado su alineación, pero ha ganado la lealtad de sus fanáticos que ahora pueden reclamar la autoría de sus canciones y la banda lo tiene claro: los temas, sus temas, le pertenecen a la gente. La propiedad emocional de sus canciones es de quienes le ponen nombre al dolor y cara al desamor, es de quienes se les hace un nudo en la garganta cuando les dices: "Eres de quien piensas cuando escuchas 'Pictures of You'".
Sin embargo esto apenas era el principio. Si bien con el primer set de canciones la banda recién inducida al Salón de la Fama del Rock & Roll se había ganado a la audiencia con su carácter melancólico, el segundo llegó cargado de energía renovada; un aire de nostalgia pura y alegría.
La hipnótica “Lullaby” abrió la lista de canciones que una tras otra entraron como dardos de optimismo –melancólico, pero optimismo al fin–, seguida de “The Caterpillar”. Enseguida la traviesa “The Lovecats” y “Hot Hot Hot!!!” –temas que la banda inglesa no había interpretado en esta gira–. Sin embargo, a pesar de la presencia de canciones icónicas en este set conformado “The Walk”, “Let’s Go to Bed” y “Why Can’t I Be You?” o “Close to Me” –esa tierna oda a la ansiedad–, “Friday I’m In Love” llevó a la noche a su punto cumbre con las miles de voces cantando al unísono en el recinto.
Tras un breve encore, de apenas un par de minutos, Robert Smith y compañía regresaron al escenario para interpretar un set exclusivo para México que, salvo por un tema –la popularísima “Boys Don’t Cry”–, estuvo compuesto de canciones que no habían presentado durante la gira actual: “Three Imaginary Boys”, “Jumping Someone Else’s Train” –con su tono de desprecio a las modas y poses–, “Grinding Halt” y “10:15 Saturday Night”.
Tras una larga noche llena de emociones, alegrías y desazones, The Cure cerró la noche con un regreso a su origen primigenio, a la canción que lo inició todo: “Killing an Arab”. Antes de despedirse del escenario, y tras cerrar el concierto compuesto de 36 temas, Robert Smith anunció que regresarían, que esta no sería la última vez que visitan México. Incluso si no cumplieran su promesa, a nadie le importaría porque ya se congració para siempre con los mexicanos.
The Cure es de esas bandas que sin pirotecnia es capaz de llenar escenarios y mover corazones; su mayor logro no es componer o tocar grandes canciones a la perfección –lo cual hacen y de gran manera–. Su encanto es más mundano: crear ambientes y escenarios emocionales que no importa cómo o cuándo te llevan a situaciones precisas o personas específicas. Ellos no hacen canciones, crean momentos y atmósferas, y gracias a ellos son capaces de manipular a quienes los escuchan con el sentimiento más básico de todos: el dolor. Y de ese siempre sobra.