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Kevin Johansen, el músico 'bipolar' que protesta con ironía

Kevin Johansen, quien vivió entre Estados Unidos y Argentina, habla de Trump, Bolsonaro y la importancia de la ironía en la canción.
mar 17 septiembre 2019 10:52 AM
Kevin Johansen Visits Sony Music Miami
Kevin Johansen lanzó este año el álbum Algo Ritmos.

Escribió Fernando Pessoa que los viajes son los viajeros. “Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos”. La frase llega como martillazo cuando se habla con Kevin Johansen, ese viajado músico y letrista al que se le dice argentino-americano porque no hay gentilicio para “ciudadano del mundo”.

Por nacionalidad, no me preocupo mucho. Una de las buenas frases que tienen los gringos es: ‘you have the best of both worlds’, ‘tienes lo mejor de dos mundos’, y creo mucho en eso”, dice en entrevista en México.

Nació en Alaska y vivió en Denver, Nueva York, Buenos Aires y Montevideo. “Siempre digo que es una hermosa metáfora ser bipolar, literalmente bipolar”, apunta. De norte a sur y de este a oeste, Johansen es entonces músico, el hijo de un intelectual progresista, un humorista y estudioso de la ironía, y lo muestra orgulloso en cada punto cardinal.

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Es un arqueólogo de la palabra que también parece un antropólogo, observador de momentos y sociedades, cuyas anotaciones no se escriben en libretas sino en pentagramas.

En su nuevo disco, Algo Ritmos, lo constata. Ahí canta “Pobre Millonario”, dedicada a Donald Trump, o “Mi Querido Brasil”, un baile a la vida, un aliento resistente y resilente al embate de la deforestación amazónica y la ultraderecha de Jair Bolsonaro.

Dow Live Earth Run for Water - Buenos Aires
En su nuevo disco, Kevin Johansen canta con Jorge Drexler y Leonor Watling.

Si alguien sabe que el mundo es redondo, no sólo en la obviedad geográfica, eres tú.
El cuento sí tiene mucho de "Road movie", como dice la canción (Logo, 2017). Nací en Alaska y de ahí nos fuimos a Denver, Colorado, de donde era mi padre. Mis padres se separan en Arizona, donde nace mi hermana, y luego mi madre se casa, como decía ella, “en segundas náuseas”, con un mexicano de Mazatlán. Tengo una figura paterna mexicana de mis 6 a los 12 años. Terminó todo mal… terminó como en una película, escapándonos a Buenos Aires. Bastante heavy.

¿De qué manera influencio la migración tu comunicación?
Fue una influencia idiomática y lingüística porque el castellano sonaba fuerte en casa; el oído ya estaba entrenadísimo, si bien yo era un gringuito. La naturalidad con los idiomas fue de siempre. Para mí, el inglés y el castellano son una sólo cosa: lo mismo puedo decir ‘what the hell?’ que ‘su puta madre, ¿qué pasa?’.

¿Y los destinos a los que llegabas?
Buenos Aires, “La Ciudad de la Furia”, me marcó profundamente. Montevideo también me marcó fuerte. En Uruguay, mi madre trabajaba como maestra en los colegios. La echaban cada dos años del trabajo porque les daba (a leer) George Orwell a los chicos en años de dictadura. Era demasiado de izquierdas. Me acuerdo de los niños que te admiraban por ser gringo. Te decían que qué lindo Disneylandia. A veces me veían con los Convers que era re comunes en San Francisco, pero ahí no. Otros pasaban a mi lado y decían: “yankee, go home”.

¿Estos intercambios culturales son lo que finalmente representas en tus tantas músicas?
A través de la música trato de encontrar lo compatible en lo incompatible; de compatibilizar lo que no lo sería a priori. El disco Algo-ritmos se pudo haber llamado Aleatorio. Vivimos en un mundo aleatorio: en este momento, estamos asociando todo en nuestras cabecitas. Supongo que debo tener déficit de atención, pero más allá de ese desorden, sí hay un punto donde uno hace foco. Lo mío fue en la música, en el arte porque tuve el beneficio de tener una madre muy intelectual –la “Cumbiera Intelectual” es un desliz edípico de mi parte-, pero la verdad es que sí creo que, de algún modo, uno está marcado por las influencias que hay en casa.

Esas influencias, por supuesto, también se ven reflejadas en las ideologías. De tu madre, hasta donde sé, heredaste una vena progresista.
Los que nacimos en los 60 o principios de los 70 tenemos una dicotomía en la que, si eres hijo de un padre o una madre rebelde y te rebelas, serías conservador. Entonces, sería muy difícil no llevar el estandarte o la bandera de tu madre, de una docente feminista, madre soltera. Ella quería que yo fuera músico o artista, pero, a la vez, le daba pánico. Mi madre era progresista, pero tenía tintes homofóbicos y a la vez tenía alumnas que eran lesbianas ¡y se adoraban! Contradicciones. Con el tiempo, lo entendí: ella fue a una escuela de monjas toda su vida. Se hizo feminista, socialista, antiimperialista y todas las aristas de su época. Y supongo que sí, que dije: "no me puedo rebelar ideológicamente", y no fue un conflicto.

¿De qué forma te rebelaste entonces?
Me rebelé con otras cosas, como ir a ver a Charly García cuando ella no quería que lo hiciera. Fue como a los 15 o 16 años, cuando una madre se preocupa; era verano y todavía en épocas de dictadura. Era entendible su preocupación. Pero sí, me siento afortunado de haber tenido padres rebeldes o de firmes convicciones.

El humor también es una rebeldía…
También. Es un gran “fuck you”. Cortázar hablaba de los novelistas latinos y sus diferencias con los novelistas anglosajones o del norte de Europa. Decía que el anglosajón toma la ironía como una bandera, un estandarte de la inteligencia máxima; y el novelista latinoamericano tiene mucho cuidado con la ironía porque teme no ser tomado en serio. Pasa un poco lo mismo en la canción. No conozco gente más graciosa y divertida que los músicos. Son jodones y tiran chistes todo el tiempo. Y como jugamos con las palabras, siempre tiramos ideas y estupideces porque, de 10 estupideces, por ahí sale una genialidad. Hay que tirotear bastante hasta que salga una buena. Eso también lo aplico con observaciones sociales.

Como se lo dijiste al periodista Lalo Mirlo, eres un antropólogo de la palabra…
En la etimología de las palabras y en la sonoridad. Lo que hacemos los cancionistas con la palabra es conjugar sonoridad con sentido. A veces logramos una sola y otras congeniarlas, que es cuando una palabra rueda por la boca y suena musical. Lo del arqueólogo de la palabra es eso: hurgar un poco en el sentido, encontrar desde la rima a la asociaciones libres que hay."‘Guacamole" fue justo un cadáver exquisito de pura sonoridad.

¿Resulta este un buen momento para usar las canciones para hablar de migración, de Trump, de intolerancia con el prójimo?
Siempre es buen momento, pero ahora más que nunca, para celebrar las diferencias. Tengo una canción que se llama ‘Pobre Millonario’ (Algo Ritmos, 2019), pero también es una metáfora de un tipo que se encierra, que tiene todo lo que necesita y no se da cuenta de que se hace un cerco, una muralla y él se pierde del mundo exterior. Ayer tenía una conversación sobre Trump y decíamos que parece un tipo inteligente, pero qué pena que use la inteligencia para la ecuación del fascismo, que es ignorancia más miedo. Agarra un pueblo ignorante y le dice: ‘tengan miedo a los de allá afuera, a lo externo, ya sea mexicano, latinoamericano, árabe, lo que sea". Eso es el famoso "divide y conquista". Qué pena que no se de cuenta de que eso tiene un plazo mediano, corto, y no es algo que a la larga le vaya a ser útil. En un punto, hay una falta de inteligencia y no ve que la empatía, la diversidad y abrirse al otro es lo que va a redituarlo. Si no, prontamente vamos a acabar como especia.

En Algo Ritmos también está el tema “Mi Querido Brasil”…
Es con Maria Gadú, Jorge Drexler y Kassin. Pensamos que si está todo pudriéndose en Brasil, cantemos lo que amamos de Brasil y su origen: “un amor de mil colores desde el Ébano al marfil”, su diversidad, que es lo que están tratando de matar. Es una canción de protesta, pero a favor de Brasil.

¿Qué afinidades tienes con otros músicos y amigos como Natalia Lafourcade, David Aguilar, Jorge Drexler, Mon Laferte, entre tantos otros?
Además de que están haciendo con creces un trabajo increíble, hay una afinidad estética, obviamente. Eso incluye lo ético, como decía García Márquez. Es una gran camada de gente, e incluso con quienes están haciendo cosas urbanas como trap. Me gusta reconocer que levantas una piedra y hay un talento. Odio cuando viene un consagrado viejo, que suelen ser españoles, y dicen “no veo nada nuevo; no veo el próximo Leonard Cohen”.

Hablando de talento, Argentina pasa un momento digno de su herencia cultural. En cine están Chino Darín y Lorenzo Ferrero, en las letras Hernán Ronsino y Samanta Schewblin, por decir algo…
Hay un legado cultural enorme. Argentina, a pesar de los embates y de que siempre se habla de que la clase media se cae a pedazos de lo que era, siempre ha sido corta de bolsillo y rica en cultura. En lo que se apuesta es en comprar libros, ver películas y obras de teatro, en escribir. Los artistas jóvenes son parte de ese legado de riqueza expresiva y hay una parva de talentos saliendo en cine, música y teatro. Mi hija Miranda, de 21 años, quien está estrenando su disco Fata Morgana, la vez pasada me dijo sobre los Pañuelos Verdes y el movimiento feminista: “papá, no sabes lo orgullosa que estoy de ser parte de esta generación y de lo que estamos haciendo por los derechos igualitarios”. La parte positiva de la Argentina es esa.

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