José María Yazpik habla sobre Polvo y sus recuerdos en Baja California Sur
A VECES ES NECESARIO echar la vista atrás para avanzar. José María Yazpik logró la transición de actor a cineasta, después de dos décadas de carrera, justamente al emplear sus recuerdos y tras volver al sitio en el que se sintió libre cuando era niño. Así escribió, produjo, dirigió y protagonizó Polvo, que se estrena en octubre. La ópera prima suele ser casi siempre autorrefente e íntima, y su comedia no es la excepción. En ella explora, a través de El Chato, su alter ego, la toma de decisiones y sus consecuencias, teniendo como telón de fondo un pueblo que ve transformada su forma de vida por el narcotráfico.
José María Yazpik piensa mucho en qué habría sido de él si no hubiera elegido la actuación. “Me pregunto si hubiera sido más feliz al quedarme en la Baja. Mi vida sería otra”, reflexiona Chema. “Y no es queja, soy feliz con esta vida. Sin embargo, es un pensamiento tan recurrente que me planteo la idea de mandar todo al carajo para regresar a la Baja”.
Aunque nació y se crió en la Ciudad de México, siente que Tijuana y San Ignacio lo definieron. Este último es el pueblo en Baja California Sur donde creció su padre y donde cada verano, hasta los 15 años, exploró la libertad. “Era como tener una tierra para ti. Mi abuelo solo me decía: ‘Abusado con las víboras, los alacranes y los camiones’. Y ya, yo hacía lo que quería”, dice el actor de 48 años.
No sé qué perdí al irme y eso es lo terrible. No tengo idea de cómo pudo ser mi vida, si más aburrida o más emocionante.
En los años 70, en San Ignacio no había radio ni televisión. Chema salía con sus primos y cazaba lagartijas en el desierto, nadaba en la presa, comía raspados, ayudaba en la tienda del abuelo y veía películas en el cine ambulante que se instalaba en la plaza central. Tiempo después, en Tijuana, el protagonista de Abel (2010) estudió los primeros años de universidad hasta que regresó a la Ciudad de México para cambiar el derecho por la actuación. Pero la península y sus playas son el paraíso al que siente que pertenece, y por eso volvió ahí para filmar Polvo.
Su ópera prima plantea uno de los posibles escenarios que le deparaban en “la Baja”. Abordar un universo paralelo personal no fue un acto de arrepentimiento, sino de introspección, porque Polvo es una comedia que explora las decisiones, hacia dónde llevan y sus consecuencias.
“No sé qué perdí al irme y eso es lo terrible. No tengo idea de cómo pudo ser mi vida, si más aburrida o más emocionante. Quizá tendría 15 hijos en lugar de dos hijas, pude haberme ahogado surfeando, pudo matarme un narco”, supone Yazpik, quien interpreta al capo Amado Carrillo Fuentes, “El señor de los cielos”, en la serie de Netflix Narcos: México .
Polvo, filmada en el pueblo de su familia, se centra en El Chato. Interpretado por él mismo, este hombre soñaba con ser actor de Hollywood y solo regresar convertido en una estrella, cuando sus películas se proyectaran en el cine local. Pero en la trama de esta comedia, situada en 1982 —época en que la cocaína entró a la dinámica del narcotráfico en México—, El Chato nunca pasa de Tijuana porque se une a un cártel que lo obliga a regresar a su lugar natal, donde se enfrentará contra lo más íntimo de su pasado.
Coprotagonizada por Mariana Treviño, Joaquín Cosío, Angélica Aragón y Jesús Ochoa, la cinta también retrata cómo la tranquilidad de un pueblo termina al estrellarse una avioneta con cocaína, porque El Chato pide a los habitantes que recolecten los paquetes perdidos de “polvo farmacéutico” a cambio de dólares. Además de compartir con El Chato la profesión soñada, Yazpik se asemeja a su personaje por “su incapacidad para resolver cosas” y, también, por lo solitario que puede ser.
El aislamiento es algo que, asegura, disfruta plenamente. De hecho, necesita apartarse de todos cuando el trabajo lo aturde. Por eso, ante el reto de su ópera prima, que le exigió asumir los roles de coguionista, productor, protagonista y director, la soledad le resultó necesaria. Yazpik con esa que no estaba en sus planes dirigir, pero lo hizo porque sintió que no tenía opción. “Se me hacía una tontería actuar y dirigir al mismo tiempo, porque es un trabajo que respeto mucho. Si contratas a un director es para que dé su visión. Yo tenía muy clara la visión de mi historia y de San Ignacio, y si alguien más dirigía esta película iba a corregirlo todo el tiempo”.
Fue su hermano Carlos quien le sugirió que dirigiera y aceptó porque entendió que había escrito el personaje principal para sí mismo. Pero la idea de tomar el control absoluto de una película le abrumaba. Dirigir le parecía algo casi imposible: visualizar a un equipo de 70 personas, sin acceso a internet, grabando en el calor infernal de San Ignacio, incluso le causaba pánico. Se amparó en la soledad –a veces desde Tijuana– para el proceso creativo y, con franqueza, se acercó a cineastas de su confianza para decirles: “Es mi primera película, necesito que me agarren cuando me caiga”. Ahí estuvieron, cerca de él, las directoras Alejandra Márquez Abella (Las niñas bien) y Natalia Beristáin (Los adioses), a cuyas observaciones Yazpik atribuye la mejoría de Polvo. Conforme trabajaba el guión –coescrito con Alejandro Ricaño– y resolvía problemas técnicos, las inseguridades se desvanecieron. Por eso, al llegar a San Ignacio disfrutó filmar en ese rincón especial de Baja California Sur.
Descubrió con placer la edición, la mezcla de sonido, los efectos especiales y el privilegio de tener el control absoluto de una historia. “Como actor haces lo que te piden, fuera del set no tienes injerencia. Un año después lo ves en el cine y es diferente a lo que imaginabas”. Esa experiencia que tanto temía fue tan satisfactoria que ahora prepa- ra dos guiones que también le gustaría dirigir.